Estos días pasados se han celebrado en Cuenca algunos actos para recordar los cincuenta años de la muerte de Federico Muelas, el gran poeta, divulgador apasionado de las maravillas de su ciudad y propulsor de disparatadas y maravillosas invenciones que nunca pudieron ser aplicadas. Hace unos años, exactamente en 2010, organicé, por encargo de la Diputación Provincial de Cuenca, una serie de actos para celebrar otro acontecimiento, los cien años del nacimiento del escritor. En los preparativos, entré en contacto con su hijo mayor, Mario y esa fue una ocasión memorable para conocer a una persona que, habiendo nacido en Cuenca en 1943 era prácticamente desconocido en su ciudad natal, a la que, sin embargo, estaba vinculado de manera íntima e intensa pero, eso sí, sin las alharacas que tanto gustaron a su padre. Mario Muelas me abrió las puertas para obtener todos los datos y las pistas que yo estaba recabando para organizar, tanto las publicaciones como las conferencias y la exposición que se desarrollaron en aquella ocasión.
La primera sorpresa llegó cuando, entre divertido e irónico, me descubrió que Federico Muelas no había nacido, como figura en todas partes, el año 1910, sino uno antes, en 1909, de manera que esa una celebración peculiar, la del 101 aniversario. La explicación de esta anomalía es muy propia del poeta, que había decidido, por su cuenta, que según las combinaciones astrales a las que era muy aficionado, no le convenía haber nacido en 1909, sino que 1910 era una fecha más propicia. Ante mis dudas, Mario me puso delante el DNI donde consta, de manera fehaciente, cuándo y dónde nació Federico Muelas. Pero esa experiencia, como digo, resultó de enorme importancia para entrar en el conocimiento de una persona de enorme interés social y cultural.
Arquitecto y urbanista comprometido con la regeneración de los barrios madrileños durante los años 70, desarrolló destacadas obras de rehabilitación en edificios históricos de Toledo, para ser destinados a usos universitarios y administrativos. «Limpiar y reparar no es rehabilitar. El aspecto central de la rehabilitación de un edificio es la recuperación de su utilidad, su reinserción en el patrimonio edificado capaz de ser vivido por los ciudadanos». Así hablaba Mario Muelas del complejo universitario de San Pedro Mártir de Toledo, uno de sus proyectos más destacados y referencia para las intervenciones arquitectónicas en una ciudad histórica. Titulado en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, durante los años setenta, compaginó su actividad profesional con el asesoramiento a asociaciones vecinales madrileñas, participando en la Operación de Rehabilitación de Palomeras, que realojó a doce mil familias. Estas actuaciones no estaban exentas de cierto componente ideológico en la interpretación urbanística acorde con su militancia antifranquista y que aplicó a otras iniciativas urbanísticas en la capital de España, con las que desarrolló una forma de entender la vivienda social, que tendría una larga prolongación posterior no solo para las Administraciones, sino también en el ámbito cooperativo, con gran énfasis en la construcción de equipamientos y la dotación de los barrios, incorporando la conciencia ambiental y la sostenibilidad a sus creaciones.
En 1984 afrontó la rehabilitación del antiguo convento de San Pedro Mártir de Toledo para dependencias universitarias. La intervención, enriquecida con aportaciones contemporáneas, fue premiada por la Real Fundación de Toledo en 1989.
Este trabajo inició una intensa relación de Mario Muelas con la capital toledana. Siguieron las rehabilitaciones del Palacio de Padilla, para Facultad de Humanidades; la antigua Casa de la Moneda, para acoger al Consejo Consultivo de Castilla-La Mancha; la anexión del convento Madre de Dios al complejo de San Pedro Mártir y también formó parte de los equipos que han transformado la antigua Fábrica de Armas en Campus Universitario Tecnológico. La restauración del Palacio de Fuensalida para adaptarlo a sede de la presidencia regional también fue premiada en 2010 por la Real Fundación, siendo Muelas, hasta ahora, la única persona reconocida en dos ocasiones por esta entidad. Durante más de cinco años, dirigió el equipo redactor del actual Plan de Ordenación Municipal de Toledo, aprobado en 2006, estableciendo al río Tajo como elemento integrador del desarrollo urbanístico.
Junto a sus obras y los conocimientos puestos en común con quienes ha compartido equipos en cuarenta y seis años de profesión, en su balance destacan haber anticipado tendencias como la regeneración de los barrios, la consideración del valor patrimonial, apreciado no sólo en edificios monumentales sino también residenciales, o la apuesta por componentes ambientales, hoy esenciales para el urbanismo y la arquitectura.
Mantuvo durante toda su vida una auténtica devoción hacia la figura y la obra de su padre, el poeta Mario Muelas. Gran apasionado de la cultura y artífice de su promoción, formó parte de los consejos de redacción de varias revistas minoritarias. En su ciudad natal, Cuenca, sólo recibió un encargo institucional, el ascensor que debería comunicar la calle Zapaterías con la Plaza de Mangana para facilitar el desplazamiento entre ambos niveles de las personas con problemas de movilidad. Ese ascensor nunca ha entrado en funcionamiento. Más de una vez, me preguntó por qué ocurría tal cosa y, la verdad, nunca supe ni pude contestarle. Y aún ahora no se, como seguramente no sabe nadie, por qué ese ascensor no ha funcionado jamás y por qué en la ciudad de Cuenca nadie encargó una obra importante a un destacado arquitecto especialista en la restauración monumental. Así son algunas de las cosas que pasan por aquí.
En su muerte, en el año 2015, quienes fueron compañeros suyos de promoción en la Escuela de Arquitectura de Madrid, José María Pérez, Peridis; Eduardo Aragoneses; Agustín Mateo y Alfredo Villanueva, firmaron de manera conjunta un artículo en el diario El País, en que comienzan señalando que la figura de Mario Muelas «no pasaba desapercibido entre los estudiantes de Arquitectura de Madrid. Una voz poderosa y profunda salida de los roquedales de las Hoces conquenses, una frente despejada y talentosa y su elevada estatura hacían destacar de modo especial su personalidad inconfundible cuando ponía orden en las asambleas que se celebraban a menudo en la Escuela de Arquitectura a finales de los sesenta», para señalar a continuación su «entusiasmo, contagioso y escéptico a un tiempo» y cómo «su apariencia de ogro adusto, que le encantaba cultivar, escondía una bondad y una afabilidad casi infinita hacia todos los que le rodeaban».
Palabras que confirmo y ratifico al recordar ahora la figura de Mario Muelas, tan parecida a la de su padre y merecedora, desde luego, de que su ciudad natal le recuerde con algo más que con el silencio del olvido.