Los partidos surgidos en los últimos años, aquellos que venían a regenerar la vida política y acabar con el bipartidismo son organismos que están siguiendo el mismo ciclo vital que el resto de los seres vivos, nacen, crecen, alcanzan la madurez y comienzan su declive en algunos casos hasta morir por consunción. El caso paradigmático, por supuesto, es Ciudadanos, con sus votantes reintegrados a la casa común de la derecha que es el PP. Podemos vive horas bajas después de que, como el partido que fundó Albert Rivera, vieran cerca la posibilidad de sobrepasar al PSOE y al PP, pero sus errores de cálculo los llevaron a cosechar cada vez menos votos hasta morir o perder su relevancia.
Vox ha seguido el mismo patrón vital. Tras nacer como una escisión del PP por traspaso de votantes alcanzó su máximo desarrollo en la legislatura que ahora acaba con más de cincuenta diputados que le abría la puerta de los recursos al Tribunal Constitucional y la posibilidad de presentar mociones de censura que ahora ha perdido aunque no aprovechara ninguna de las dos que presentó, una porque ahondó la brecha con el PP y otra porque fue una tomadura de pelo. Paradójicamente, cuando comienza su declive, el partido de ultraderecha se ha convertido en el socio necesario para que el PP recupere poder autonómico y local y compartirlo y ha estado a punto de contribuir a su mayoría absoluta. Los errores de campaña atribuibles únicamente a su gestión han perjudicado sus expectativas y han causado convulsiones en el seno de ambos partidos, con el PP pendiente de establecer cuál será el patrón de sus relaciones con Vox y el partido de ultraderecha de hacer los mismos, porque igual les presiona sin piedad en las comunidades autónomas para hacer valer sus votos como se los ofrece gratis como gesto patriótico para que el PP pueda evitar un nuevo gobierno Frankenstein, aunque el señuelo no ha engañado al PNV al que iba dirigido.
El partido de Santiago Abascal ha entrado en su periodo de declive con la pérdida de 700.000 votos en las últimas elecciones, más por el rechazo generado por sus decisiones allí dónde ha comenzado a tener poder y por sus declaraciones seguidoras del populismo trumpista que por la elaboración de las listas en un partido que no brilla por su democracia interna y en el que, como en los otros partidos en declive, las purgas han ido acompañadas de deserciones. Una repetición de las elecciones, si Feijóo no puede atar su investidura sería el mejor escenario para el PP, en la previsión de un mayor efecto del voto útil en su favor que debilitará aún más a Vox y acercaría la reunificación que busca.
Porque la decisión del portavoz parlamentario de Vox de dejar la dirigencia del partido no obedece tanto a cuestiones ideológicas como personales y a la lucha por el poder interno, o si se prefiere a cuestión de formas porque Iván Espinosa de los Monteros no es menos ultraderechista que su presunto verdugo, Jorge Buxadé, como ha demostrado a lo largo de sus intervenciones parlamentarias.