Todavía hoy, en el primer tercio del siglo XXI, existe gran confusión, cuando no un abierto desconocimiento, sobre lo que fue y significó la llamada «quinta columna» en la Guerra Civil española. Mucha gente piensa que la expresión está asociada a unidades militares, si bien se definió con ella a una organización principalmente civil, cuya estructura y complejidad interna fue moldeándose conforme avanzaban los acontecimientos, y que planteó un modelo diferente, lejos del campo abierto, de lucha contra su adversario político. Supuestamente, a las cuatro columnas del ejército franquista ya dispuestas para atacar Madrid en otoño de 1936, se uniría una quinta, clandestina, inserta en el interior de la ciudad, que facilitaría la entrada de las tropas sublevadas. El término aparecería por primera vez en el Mundo Obrero, el 3 de octubre de ese año, cuando se alertaba acerca de una «quinta columna emboscada» en la retaguardia. Las mismas advertencias se sucederían en la prensa local, sobre todo en Cuenca Roja, desde ese momento.
Los temores no eran infundados. Existieron grupos quintacolumnista de resistencia en Madrid, Barcelona, Valencia, Ciudad Real, Cuenca, Murcia y en todos los núcleos urbanos del mapa controlado por las fuerzas gubernamentales. En nuestra ciudad, ¿cómo y cuándo se organizó? ¿Quiénes la componían y de qué forma se combatió desde las autoridades republicanas?
Antes de estallar la guerra, hombres y mujeres cercanos a Falange y a la monárquica Renovación Española comenzaron a organizarse ante los acontecimientos que se iban sucediendo en la provincia: mítines en la campaña electoral, las elecciones de mayo de 1936 y una incipiente idea de que la contienda podía estallar en cualquier momento. Tras el 18 de julio, y ante la imposibilidad de la sublevación de las fuerzas militares ubicadas en Cuenca, la población conquense antirrepublicana se vio obligada a permanecer en un espacio geográfico opuesto a sus adhesiones ideológicas. Quizá convencidos de que el conflicto iba a ser corto, su primera preocupación ante la violencia miliciana inicial fue la de la mera supervivencia. Hay decenas de ejemplos, como la farmacia donde se escuchaban de forma clandestina las noticias del otro lado del frente a través de una radio oculta. Mediante la denuncia efectuada por un joven que mantuvo una relación con una de sus dependientas, se descubrió dónde se hallaba escondido un grupo de monjas. Como escondidos tras una doble pared se mantuvieron tres hermanos en una casa de Calderón de la Barca. O en Fray Luis de León, donde un hombre se ocultó en un hueco de la cocina durante toda la guerra, ante el miedo a ser asesinado, como había ocurrido con otros miembros de su familia.
Conforme la situación fue estabilizándose, una parte de esa Cuenca contraria al Frente Popular comenzó a ejecutar cualquier acción que sirviera a su causa: pequeños sabotajes, falsificación de documentos para evitar la llamada a filas de jóvenes que no deseaban combatir por la República, anuncio de bulos y noticias falsas (muchos de ellos, propagados en las colas de la plaza de los Carros), auxilio en casas particulares de perseguidos, organización de evasiones por Tragacete y otros puntos… Todo con el objeto de desestabilizar a partidos, sindicatos y organismos. Eran acciones individuales, por un lado, y por otro, dirigidas por una Falange que operaba de forma clandestina en la provincia, y donde la importancia de sus mujeres militantes fue notable, ya que se erigieron en grandes protagonistas.
Para arbitrar los nuevos delitos (el quintacolumnismo cubría también el espionaje), el ministerio de Justicia constituyó, a partir del 22 de junio de 1937, el Tribunal Especial de Espionaje y Alta Traición. Si hasta el momento alguno de ellos correspondía dirimirlos a los tribunales militares respecto a la población movilizada, a partir de este decreto se juzgarían de igual modo las infracciones civiles.
La evidente existencia en la España republicana de quintacolumnistas que erosionaban la cohesión de las autoridades, que transmitían información confidencial de distintas maneras y que organizaban evasiones de decenas de personas, obligó al gobierno a configurar el Servicio de Investigación Militar (SIM), la policía militar de contraespionaje de la República, con amplios poderes en toda la nación. El destacamento del SIM correspondiente a Cuenca se estableció a finales de 1937, si bien su actividad más destacada se desarrolló a lo largo de todo 1938. Estaba a cargo del teniente Félix Arellano González, que contaba con treinta y dos años cuando llegó a la ciudad. Las oficinas se ubicaron en el número 10 del inmenso inmueble de la calle General Lasso (hoy calle de San Juan), después de desalojar a sus propietarios. Además, controlaba la cárcel instalada en el Seminario y la auxiliar del convento de las Carmelitas Descalzas; y aún la casa de San José, entonces a las afueras, y con una truculenta historia durante y después de la guerra.
El nombramiento como gobernador civil de Jesús Monzón Reparaz, un miembro destacado del Partido Comunista, que llegó a Cuenca el 28 de mayo de 1938 después de ocupar el mismo puesto en Alicante, afianzó en la provincia el combate contra la quinta columna. Si bien las relaciones con el SIM local, por razones políticas y de competencias, nunca fueron buenas.
A partir de ese año, y hasta el final de la contienda, Cuenca se vio inmersa en una nueva etapa, no exenta de violencia, para intervenir ante esas disidencias contra el régimen. La quinta columna conquense, organizada en distintos y pequeños grupos, nunca sería destruida, y fue ella quien tomó el mando el último día de marzo de 1939, cuando las tropas de Franco avanzaban ya, sin oposición y vencedoras de la guerra, hasta nuestra ciudad.