La decisión de la presidenta del Congreso, Francina Armengol, de conceder un mes de plazo al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, para que busque los votos que le faltan para que pueda ser investido presidente del Gobierno, no será en ningún caso una pérdida de tiempo, pese a que en el propio PP ven el empeño más cerca del fracaso que del éxito. Un mes que permitirá clarificar el escenario político nacional, las relaciones entre los partidos que ocupan plaza en el Hemiciclo, el talante con el que se va a afrontar la legislatura, que se adivina crispada, e incluso las relaciones de fuerza en el seno del PP.
Si Feijóo presume de que cuenta con 172 votos favorables a su candidatura este tiempo tiene que servir para que, definitivamente, se conozca cuál será la estrategia que seguirá el PP con respecto a Vox, un partido que baila la yenka y lo mismo muestra su apoyo a los populares que se lo retira, mientras que Génova no ha decidido si se declaran "amiguitos del alma", que diría Francisco Camps, o si se disputan a cara de perro el electorado de derechas. Vox está atado al PP y no le queda más remedio que prestarle sus treinta y tres diputados porque nadie entendería que el partido de Abascal no contribuyera a derogar el sanchismo.
Este mes servirá igualmente para ver el desarrollo de las relaciones entre el PP y Junts, si la pretensión es lograr su abstención en la segunda votación de investidura, y para clarificar qué consideración le merece el partido dirigido por Carles Pugdemont, si se trata de un partido que está dentro de la legalidad, como afirma un dirigente popular, o si se trata de una organización que está fuera de la Constitución. Será interesante comprobar qué ofrecerá Feijóo a un partido que está dirigido por un prófugo golpista al que da carta de naturaleza con su reunión después de todas las críticas vertidas hacia el PSOE por buscar su apoyo.
Además de promover una reunión con el PSOE para reiterarle la oferta de que gobierne en minoría la lista más votada, que Feijóo utiliza a beneficio de parte, el PP está dispuesto a explorar otras vías subterráneas para convencer a un puñado de "socialistas buenos" incómodos con un acuerdo con Puigdemont para que den la espalda a Sánchez, que da idea de por dónde van a ir las relaciones en la legislatura. En pocas ocasiones se ha visto un llamamiento tan abierto al transfuguismo, considerado una lacra del funcionamiento democrático. En sentido contrario nadie promueve la posibilidad de que un grupo de diputados populares desobedezcan a su dirección para librarse de la dependencia de la ultraderecha. O sea, un "tamayazo" a la inversa.
Quizá en este tiempo también se acentúen las diferencias dentro del propio PP dado que no todos sus dirigentes comparten la estrategia de ir a una investidura fallida, o de reunirse con el partido de Puigdemont, sobre todo después de haber cosechado el tercer portazo del PNV mientras el PP piense en Vox. Con una investidura poco probable el PP busca un escenario de repetición electoral tras haber expuesto su programa de gobierno con lo que pretende conjurar el desgaste que puede sufrir cuando deja al descubierto fallos de coherencia, apela al transfuguismo y se ata a Vox.