En las elecciones autonómicas gallegas se han cumplido una serie de leyes de la política general y de los comportamientos electorales, unos escritos y otros acrisolados a lo largo del tiempo, que han permitido al PP de Galicia y a su candidato, Alfonso Rueda obtener una victoria contundente, dejar a los que consideraban que existía una cierta pulsión de cambio sin posibilidad de materializar su objetivo, y al resto de los partidos que concurrieron a esas elecciones con una crisis interna de la que van a tardar tiempo en recuperarse. A nivel nacional, Alberto Núñez Feijóo ha visto avalado su liderazgo interno y ha dejado Pedro Sánchez urgido para acabar pronto con el desafío de la ley de amnistía y obligado a afinar su estrategia territorial y la relación con los partidos nacionalistas.
En ocasiones, las campañas electorales habían sido despreciadas por considerarse que movían un escaso número de votos, pero las últimas han adquirido una importancia inusitada. El PP comprobó que su primera estrategia de nacionalizar las elecciones gallegas daba resultados mediocres y se puso nervioso con las revelaciones de Feijóo sobre la amnistía y los indultos a los dirigentes del procés y volvió a entrar en campaña cuando se olvidaron de esos argumentos y dirigieron sus dados hacia su principal competidora, la candidata del BNG, Ana Pontón, y volvieron a galleguizar la campaña, aunque para ello utilizaron el manido recurso a relacionar el nacionalismo autóctono con el terrorismo vasco.
Al PP gallego también le ha funcionado contar con su gran implantación territorial y con el boletín oficial para apoyar la campaña con los compromisos de última hora, aderezado todo con la apelación al voto del miedo al cambio, y con el llamamiento al voto útil para no dispersar el voto de la derecha votando a Vox. El PP gallego en unas ocasiones oculta las siglas y en otras, como en este caso, al candidato, pero en ambos casos la jugada le ha salido bien.
En Galicia se ha vuelto a demostrar que a la hora de votar los electores prefieren el original a la copia y de ahí que el voto útil para el cambio haya ido a parar por entero al Bloque Nacionalista Galego a costa de desnudar al PSOE, que cometió el error de presentarse a la campaña como subalterno del BNG al que iba a ayudar a superar al PP. Si PP y BNG han hecho bien su trabajo, unos apostando por la continuidad y otros por el cambio, los socialistas gallegos se han quedado en el terreno de nadie, con un candidato sin consolidar, sin tiempo para trabajarse el territorio y sin un programa contundente, además de olvidarse de que Galicia es un territorio singular que vota de distinta forma según el carácter de las elecciones y donde las cuestiones nacionales tienen un menor peso que en otras circunscripciones.
Tras los resultados de las elecciones gallegas tanto el PSOE como los partidos a su izquierda tienen un doble trabajo: los primeros, determinar qué tipo de relación van a establecer con los partidos nacionalistas e independentistas a los que no pueden ganar -salvo en Cataluña- y las consecuencias para sus expectativas en el resto del territorio, y Sumar y Podemos además tienen que llegar la conclusión de que solo otro "pacto de los botellines" puede garantizar que lleguen a tener un papel relevante.
¿Ha sido la ley de amnistía determinante para el fracaso del PSdeG? Para el PP, por supuesto. Sin embargo, el BNG que también la apoya ha crecido exponencialmente.