Menos mal que compartimos

Manu Reina
-

Julia, Marina y Miriam, como muchos jóvenes, tienen que vivir bajo el mismo techo para «compartir gastos y poder ahorrar algo»

Menos mal que compartimos - Foto: Manu Reina

Volar del nido nunca es sencillo. Mucho menos en estos momentos, teniendo en cuenta la difícil coyuntura económica que atraviesa el país, que se traduce en un cúmulo de trabas y obstáculos para esos jóvenes que sueñan con independizarse. La elevada inflación y, especialmente, el incremento de los precios del alquiler del hogar, unido al estancamiento de las nóminas, pone en jaque a muchos jóvenes conquenses que quieren iniciar su propia vida fuera del domicilio familiar. Pero, hoy en día, tan solo unos pocos pueden dar este paso, ya que a la mayoría no le salen las cuentas. 

Una de las alternativas es compartir piso. «No nos queda más remedio», asegura Julia Santos, que ejerce como profesora de religión a tiempo completo, pero «no quiero gastarme más de la mitad del sueldo en vivir sola». La situación le empuja a tener que estar bajo techo con otras chicas para así «asumir los gastos entre todas». La misma situación viven sus compañeras Marina Moya y Miriam Bañón, quienes también trabajan, aunque cuentan con nóminas que «no nos permiten vivir solas», al menos hasta la fecha.

Miriam Bañón, que ejerce como técnico de farmacia en una droguería, detalla que cada una paga 250 euros con calefacción incluida. Una cuantía fija que se amplía cada mes con otros «treinta euros de media por los gastos de internet, agua o utensilios que necesitamos para el piso, como productos de limpieza o higiene». Evidentemente, esta joven también tiene que alimentarse y lo tiene que hacer con los precios de los productos al alza. «La cesta de la compra es un quebradero de cabeza, pese a que siempre miro diferentes precios para ahorrar, pero termino gastándome una media de 200 euros mensuales». Es una tónica que se repite en sus compañeras. 

Muchos días tiene que tirar de tápers para equilibrar un poco la balanza, aunque ésta termina por inclinarse por completo al contabilizar también los gastos de ocio. Entre unas cosas y otras, Miriam asegura que «cuando acaba el mes me queda muy poco para ahorrar, ya que son muchos gastos». Y menos mal que vive con compañeras, «porque si no sería un desastre».

Julia asegura que ha mirado muchas veces distintas ofertas de precios en Cuenca, pero «pisos con una o dos habitaciones no bajan de 600 euros de alquiler, que es algo que me parece una barbaridad». Esta profesora de religión se resigna y al menos le tranquiliza el saber que «me llevo bien con mis compañeras y hacemos una piña». Es una suerte para ella porque cuando decides vivir bajo techo con otras personas nunca sabes cómo va a ser la convivencia. 

Por su parte, Marina Moya, que también es docente de religión en la provincia, reconoce que «no me salen las cuentas». Es más difícil para ella porque su contrato laboral cotiza poco más de media jornada. Eso le dificulta más aún el día a día porque su cuenta corriente tiembla a fin de mes. Marina asegura que «he estado buscando durante mucho tiempo un piso en Cuenca que sea económico, pero es imposible» e incluso reconoce que ha «perdido la esperanza».   

Contratos. Las tres llegaron a Cuenca para poder trabajar y mientras mantengan sus contratos seguirán aquí. Julia es de Tarancón, Marina de Argamasilla de Alba (Ciudad Real) y Miriam de Caudete (Albacete), y las tres aseguran que tendrán que volver a casa de sus padres si llega algún día el finiquito. «Si es difícil vivir sola con un sueldo, imagínate hacerlo sin ingresar nada», apostilla la taranconera. Las tres jóvenes no encuentran explicación y recalcan que «mejor estar con mis padres que perder dinero». 

El único consuelo que les queda es intentar recibir alguna de las ayudas de alquiler que existen, siempre y cuando se cumplan una serie de criterios. Julia ya sabe que no la va a recibir porque no quiere empadronarse aquí, «ya que vivo en Tarancón y paso todos los fines de semana allí con mi familia y amigos». Marina también vive la misma situación. De hecho, sigue empadronada en Argamasilla de Alba. Por su parte, Miriam sí que ha decidido empadronarse para solicitar la ayuda y ahora se mantiene a la espera de saber si será finalmente obsequiada con la subvención, que le podría suponer una bocanada de aire. Mientras tanto, cada una de ellas, y así muchos jóvenes, tienen que cuadrar sus cuentas para no llevarse más de un susto.