Fuertescusa: La puerta del Infierno te abre al paraíso de la Sierra de Cuenca

Miguel Romero
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A la margen izquierda del río Escabas, descendiendo desde la alta Sierra, cruzando hondonadas, cortados rocosos de inusitada belleza, te encuentras un pueblo colgado en una ladera: Fuertescusa.
Es el balcón de la Serranía, lo es y lo será, por enclave y por identidad. Sigues el curso del agua, cruzas la puerta del Infierno –maravillosos tuneles en su crepuscular rocoso sobre las transparentes aguas que le lamen a los pies de esas elevaciones centinelas de pétreo abolengo- y te unes al Guadiela, en curso bajo, entre el cerro Gordo, la Dehesa Boyal y el Sacillar, buscando borbotones que anudan valles y extensos pastos donde rebaños dormitaban antaño dando vida a una de las mejores cabañas ganaderas del siglo XVII.
No hay duda de que este lugar tiene un origen antiquísimo por restos de poblados del Bronce que encontramos en las proximidades del caserío. Sin embargo, es en época de repoblación cristiana, allá por el siglo XIII cuando llegan los primeros habitantes para generar alfoz, en principio dependiendo del Señorío de Molina, cuyos límites hasta aquí llegarían, confrontados con los del gran señorío de Huete, para luego tener independencia como lugar de realengo. Estos buenos pastos fueron siempre deseo de nobles y señores, así los enfrentamientos entre el señorío de Beteta, el marques de Ariza o el conde de Salvatierra, por entonces dueño de Huélamo, provocaron momentos difíciles para sus habitantes a lo largo del siglo XVIII. A su vez, no siempre se podía cumplir el famoso refrán que decía «en la tierra del Rey, la vaca corre al buey» pues en tiempos los molinos, batanes y pastos podían pertenecer en uso al rey y en otros momentos, al señor –tal como es el caso del marqués de Ariza al que se le paga en el XVI, 20 fanegas de trigo-.
Fuerte Escusa, era lugar fuerte y también excusada, por cruce o paso en puerto franco, tanto en el comercio del hierro como en la trashumancia. De ahí, ese bonito topónimo.
Desde el arroyo El Peral se divisa la torre de su iglesia, altiva por construcción del XVI y dueña del caserío que se cuelga a su vera. La parroquial, de una sola nave, pero sólida en su construcción presenta unos contrafuertes que le dan el toque de fortaleza, albergando unas semicapillas con bóveda de lunetos y medio cañón. La portada es bonita, pues sus jambas y el dintel de sillería están resguardados por un porche de corte serrano de madera, tradicional de estos lugares. Su torre ya no tiene campanas, pues un moderno reloj la ha sustituido para dar las horas de este lugar, que a veces dormita en la belleza de su entorno.
En su capilla mayor un artesonado en forma octogonal con vigas cuadradas de lima bordón le decora, almitozando con cabezas de serafines alados dentro de los recuadros. Bello porque sí. Aquí se dice que hay gran devoción a la Virgen del Rosario, aunque se desconoce el motivo y el origen. Cierto es que en tiempos hubo ermitas, hoy desaparecidas, Nuestra Señora, San Sebastián y Santiago, ahora queda solamente la parroquial dedicada a San Martín y la celebración de sus tres fiestas, la de agosto para el turista, la del primer domingo de octubre para su virgen y la del 11 de noviembre para su patrón.