El pasado verano, varios medios de comunicación nacionales se hicieron eco de la presencia de la última religiosa que habitaba el Convento de las Petras (Convento de San Pedro de las Justinianas) situado en la Plaza Mayor de nuestra ciudad.
La monja de clausura es Sor Eulalia, de 70 años de edad y natural de La Almarcha, localidad de la Mancha conquense. Ella ha relatado, con total naturalidad, su día a día en tan solitario y hermoso edificio. Más de 50 años dedicada a la oración, a la vida contemplativa y al trabajo (coser y bordar prendas religiosas para otras parroquias de la Diócesis) acompañada, entonces, por numerosas Madres Justinianas Canónigas Regulares, y que hoy apenas cuenta con la visita de una limpiadora que, a veces, pernocta en el convento.
Fundado en 1509. El Convento de las Petras de Cuenca se fundó en 1509 por legado testamentario del canónigo de la catedral conquense Alfonso Ruiz. Wyngaerde y su famosa vista de Cuenca de mediados del siglo XVI ilustra de forma muy parcial cómo era el edificio, más pequeño y con una fisonomía diferente del que se redificaría dos siglos después.
En 1757, Alejandro González Velázquez Viret fue el arquitecto elegido, junto a Blas de Rentería, por el canónigo Diego Lujando, que patrocinó íntegramente el proyecto (gran devoto de la Virgen del Pilar, que se veneraba en la iglesia y Convento) para reedificar el edificio en el tercio final del siglo XVIII. La reforma de la iglesia del convento la ejecutó Martín de Aldehuela y Francisco Biñuales, que dejó un edificio de planta elíptica y divididas sus capillas por pilastras de orden corintio, además de un altar mayor, adornado con cuatro columnas del mismo orden griego.
En 1857, la abadesa de las Petras escribió una misiva al Ministro de Justicia debido al mal estado en el que se encontraba el convento. La respuesta fue la realización de un informe por parte del maestro mayor de obras de Cuenca, Manuel Mateo, constatando el pésimo estado en el que se encontraba el edificio y nada más. Posteriormente, el arquitecto diocesano Juan José Triguero proyectó reformar la fachada que da a la Plaza Mayor, cosa que finalmente no se llevó a cabo y es en 1882 cuando de nuevo la abadesa de las monjas pedirá ayuda ante el estado ruinoso de la fachada y de las dependencias conventuales, dándose esta vez una rápida respuesta con la intervención del arquitecto diocesano Rafael Alfaro, quien reformará la fachada y otros elementos que estaban en grave peligro, transformando la fachada principal en una obra de aspecto «civil» debido a la ordenación de las ventanas en forma vertical.
En los días iniciales de la Guerra Civil el Convento de las Petras de Cuenca fue saqueado e incendiado, sufriendo un grandísimo deterioro de su patrimonio arquitectónico y artístico por parte de las milicias republicanas que arrasaron la pintura de la bóveda y los hermosos retablos.
Ángel Pérez Palacios. Pasados varios años, en 1945, el polifacético conquense Ángel Pérez Palacios, que era dibujante, pintor y escritor, acababa de terminar dos lienzos al óleo de gran tamaño (1,4 x 2,4 metros) para donarlos al Convento de las Madres Justinianas de Cuenca. Los cuadros representaban uno a San Lorenzo Justiniano, Patriarca de Venecia y el otro, a San Pedro Apóstol, ambos titulares del emblemático convento cercano a la Catedral.
La donación la realizó el propio pintor y también su padre Sebastián Pérez Herraiz, como testimonio de fe y agradecimiento a «esa Casa de oración». Los lienzos se colocaron a los lados del altar mayor, al lado de la Virgen del Pilar. La capilla fue bendecida por el obispo diocesano el 29 de junio de 1945.
El periodista alcarreño José Sanz y Díaz se hizo eco de la noticia y dio algunos datos sobre la trayectoria de Pérez Palacios y la calidad de los cuadros legados al convento de las Petras: «Palacios ha concurrido a certámenes nacionales y a exposiciones extranjeras, obteniendo medallas de oro, plata y bronce en Barcelona y Madrid, así como primeros premios en diferentes concursos oficiales y particulares. Los cuadros que lega al Convento de Madres Justinianas son verdaderamente espléndidos, magníficos de dibujo y muy entonados de color. Propios para la decoración austera de un templo conventual que se alza en la meseta urbana, coronando el cerro que rodea el Júcar y el Huécar, dos ríos aprisionados en la tortura de las hoces».