El calor empieza dejarse notar en la terraza de un restaurante cercano a la urbanización de Boadilla del Monte (Madrid) en la que reside. Destaca en ella su estatura y la vehemencia y convicción con que defiende los derechos de las mujeres más oprimidas. Tercera de una familia de seis hermanos, de niña en el colegio la llamaban 'jirafa'. Mabel Lozano, con el pelo lacio que le cae sobre los hombros y una gargantilla dorada que bordea su blusa negra, sonríe al recordar las palabras de consuelo de una vecina, amiga de su madre, convencida de que con aquella estatura se quedaría para vestir santos.
«Les sacaba la cabeza a todas las chicas y al 90% de los chicos. Aquella mujer insistía: tú hija, Mabel, con esa altura y a pesar de lo guapa que es, no va a encontrar novio. Imagínate qué prejuicios tan absurdos había entonces. Pero hay que entenderlo. La buena señora, pobrecita mía, pertenecía a un mundo en el que la mujer era madre, esposa y cuidadora de la familia. Y en esa sociedad la mujer tenía que ser más bajita que el hombre».
No sabía la amiga de su madre que lo que menos le preocupaba entonces a la adolescente Mabel era echarse un novio y casarse. «Pensaba, sobre todo, en viajar, conocer mundo. Nací con mucha curiosidad por la vida y tengo clarísimo que el mundo no tiene fronteras. Mi íntima amiga Rosy de Palma dice que las fronteras sólo son gastronómicas. Y tiene toda la razón. Cuando de pequeñita me preguntaban ¿qué quieres ser de mayor?, yo siempre respondía: viajera, astronauta o investigadora».
«Somos una de las regiones con más puticlubs de España» - Foto: Juan Lázaro«Mi altura y los rasgos exóticos de mi cara me facilitaron el trabajo de modelo»
Curiosamente, la estatura, que para la amiga de su madre era un problema, le facilitaría sus primeros trabajos. No hay mal que por bien no venga. A los 18 años, después de estudiar el Bachillerato en el Colegio Infantes de Toledo, Mabel decide que su vocación no es quedarse solterona en Villaluenga de la Sagra, y se traslada a Madrid con la sana intención de ganarse la vida.
«Mi altura y los rasgos exóticos de mi cara me facilitaron el trabajo de modelo. Fue maravilloso – cuenta Mabel – porque me permitió conocer medio mundo. Cuando tenía 20 años, y mucha gente ni sabía dónde estaba Japón, yo vivía en Tokio y desde allí me desplazaba muchos días a trabajar a Osaka. Cuando en España casi nadie conocía lo que era el sushi y el sashimi, yo los preparaba en mi casa. Iba a comprar al mercado central de Tokio y veía como fileteaban los grandes atunes que llegaban de España».
En la capital nipona también aprendió esta toledana, valiente defensora de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, a contemplar la puntualidad como otro derecho inalienable. «Te habrás dado cuenta de que estaba esperándote en la calle cinco minutos antes de la hora a la que habíamos quedado. Eso lo aprendí también en Japón. En los desfiles nos citaban a las ocho de la mañana y a las ocho en punto pasaban lista de las modelos convocadas. Si alguna llegaba cinco minutos tarde, no entraba en el desfile y la agencia le echaba después la bronca por haber quedado mal con su cliente».
Hasta el año 2005, Mabel Lozano trabajó de modelo, de presentadora de programas en Antena y de actriz. No le faltaba trabajo. Sin embargo, en aquel año se produjo la ruptura con su vida anterior. Llevada por su curiosidad innata, conoció a Ivina y la dramática historia que llevaba a sus espaldas, y decidió contarla en un documental. «Si hubiera tenido referencias de mujeres cineastas en mi pueblo de Toledo, habría sido directora de cine, como Josefina Molina o Pilar Miró».
«Una mujer víctima de trata no es una prostituta, es una mujer prostituida»
Han pasado casi veinte años desde el estreno de aquel primer documental y tan sólo tres desde que la Academia del Cine premiara a Mabel con un Goya por el documental que cuenta la historia de otra mujer que ha marcado – «brutalmente», dice ella – su vida. Esa mujer se llamaba Yamiled Giraldo y fue asesinada delante de su hijo por unos sicarios en un pequeño pueblo de Navarra, siendo además testigo protegida, al haber denunciado al proxeneta que la había captado, violado y explotado. 'Biografía del cadáver de una mujer' es el título del galardonado documental y Mabel se indigna cuando recuerda el tratamiento que la prensa dio a ese cobarde asesinato.
«La prensa – afirma – trató la noticia como si ella fuera la culpable. El titular del Diario de Navarra decía: 'Prostituta asesinada a tiros'. Todos los periódicos hablaban de prostituta. Ninguno dio su nombre, ni dijo prostituida o víctima de trata. Yamiled nunca fue una prostituta, sino una mujer prostituida, víctima de un delito que está en nuestro Código Penal y que se llama trata de mujeres. Echo en falta en la prensa un lenguaje más comprometido. Una mujer víctima de trata no es una prostituta, es una mujer prostituida. Al llamarla prostituta y decir que ha sido asesinada a tiros, sin aportar muchos más datos, lo que percibe la gente es que algo habrá hecho la puta para que la mataran».
La indignación de Mabel por la terminología y la desidia que observa en algunos medios de comunicación a la hora de titular este tipo de sucesos va in crescendo, sobre todo cuando lee la expresión «trata de blancas». «¿Trata de blancas? No se puede tener más caspa y ser más antiguo. Son blancas, negras, amarillas e incluso hombres. Hay que decir trata de seres humanos o trata de mujeres. Si a esos periodistas les importara, se darían cuenta de que el término 'trata de blancas' fue abolido por Naciones Unidas hace mil millones de años. Hasta que yo no he hablado de mujeres asesinadas, con nombre y apellido, no lo ha hecho ningún periódico en España. Prostituta abatida a tiros, prostituta quemada, prostituta descuartizada… Como si fueran los judíos en la época nazi».
Hay datos que no le hacen ninguna gracias, pero que constatan una realidad: según las encuestas, el 38% de los españoles reconoce que ha consumido alguna vez prostitución.
A Malena le parece más correcto decir «sexo de pago», «porque cuando dices que consumen sexo de pago incluyes a la persona que consiente, a la que no consiente y a la que se esclaviza; entra todo eso». En su opinión, el consumo de sexo de pago se ha normalizado. Está, de alguna manera, legitimado.
«Nadie – afirma la realizadora – se echa las manos a la cabeza cuando pasa por delante de los clubs, y somos una de las comunidades autónomas con más puticlubs de España. En Castilla-La Mancha, concretamente en Cuenca, hay una carretera que se llama 'la carretera del amor'. Y, si tú viajas por la carretera de Andalucía, a la altura de Ciudad Real verás tropecientos mil clubs. Están ahí, desde toda la vida, y nadie se pregunta qué hay detrás de ellos, ni por qué están ahí. Pues, están ahí porque es un negocio y hay muchos hombres que los visitan. Estamos ante una realidad – apostilla, Mabel – que tenemos que cambiar». En una entrevista contó que en Villaluenga no había Instituto cuando era niña, pero sí un puticlub a la salida del pueblo, «y me cayó la mundial».
Ante esta realidad incuestionable de la prostitución – o «sexo de pago», como prefiere decir la autora de los documentales que denuncian esta lacra social - caben diferentes posturas. Desde quienes abogan por la prohibición, hasta quienes piden la legalización, pasando por los que reclaman la abolición. Mabel Lozano se incluye en este tercer grupo. «La prohibición – explica – implica políticas punitivas contra las mujeres. Prefiero la abolición, dotando de derechos a las mujeres y leyes que contemplen la reinserción, para que tengan la oportunidad de escapar de esa explotación. Una mujer, que llega a España y entra en ese mundo para poder dar de comer a sus hijos, necesita leyes que la protejan. Necesitamos, ya mismo, una reforma legislativa que condene todas las caras del proxenetismo».
La ministra de Igualdad en funciones, Irene Montero, la llamó antes de las elecciones para hablar de esa reforma, pero aquellas propuestas han quedado en nada. Mientras tanto, asociaciones como APRAMP (Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida) intentan suplir las lagunas legales.
Mabel Lozano, desde la experiencia de tantos años luchando por los derechos de la mujer, destaca la importancia de la educación sexual en los entornos familiares. «Somos una sociedad muy pudorosa y no hablamos con nuestros hijos de sexualidad. Hoy, la escuela de sexualidad está siendo la pornografía, ya sea aceptada, accesible o agresiva». Tampoco a la autora del libro 'El proxeneta' y del documental 'La vida de Ava' – él último que ha realizado, y que tiene de protagonista a una niña con discapacidad explotada sexualmente – le parece que pueda hablarse de un putero tipo, con un perfil determinado. «Hay todos los perfiles que te puedas imaginar. Los políticos se van de putas, los albañiles, los carpinteros, los abogados, los arquitectos… Cada uno dentro de su estatus. Lo que no se puede es decir que los inmigrantes vienen a España a violar. Es un discurso de odio que genera odio. En cuanto a las víctimas, puede hablarse de determinadas circunstancias que hacen vulnerable al ser humano: la pobreza, la desigualdad o la falta de oportunidades».
«No puede hablarse de un putero tipo. Hay todos los perfiles que te puedas imaginar»
Dentro de este mundo sórdido, subterráneo y brutal de la prostitución, no hay diferencias ideológicas, ni diferentes sensibilidades políticas. Al menos, así lo cree Mabel. «Esto no va de izquierdas ni derechas. Esto va solamente de derechos. Estamos hablando de un delito contemplado en el Código Penal desde 2010. La trata no es un problema, como torcerte un tobillo. Es un delito. Por lo tanto, no debería de tener ningún tinte político. ¿Asesinar a una niña es de izquierdas o de derechas? No, es un homicidio. Para combatir estos delitos necesitamos el compromiso de nuestros legisladores. De un lado y de otro. Necesitamos que se unan para combatir la trata y la prostitución».
Frente al tópico de que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo, recuerda que «explotar a la mujer sí que es una de las cosas más antiguas de la humanidad, como lo es el proxenetismo». «Si tú lees la Biblia – añade -, verás que siempre ha habido alguien que ha vendido a la mujer o la ha prestado a cambio de lo que sea. La prostitución es, en todo caso, la fórmula de violencia hacia las mujeres más antigua y perpetuada del mundo».
Es difícil sacar a Mabel Lozano de su lucha tenaz y sin cuartel contra la explotación de la mujer, pero se relaja y cambia la cara cuando le preguntas por la ciudad de Toledo. «Toledo me fascina. Es uno de los sitios más bonitos del mundo, un lugar en el que convivieron las tres culturas. De hecho, tenemos uno de los mejores mazapanes del mundo, heredado de la tradición árabe».
Finalmente, hace una confesión en voz alta: «El 90% de mi bodega es DOP La Mancha. Y, por supuesto, los melones y las sandías, de La Sagra».
«Merendaba con mis hijos en la lápida de mi hermano Roberto»
Cada sábado - salvo que esté de viaje o metida en algún rodaje -, vuelve a Villaluenga para comer con su madre. También visita de vez en cuando el cementerio, donde está enterrado su padre y su hermano Roberto, fallecido a los 23 años en un accidente. Los recuerdos perduran, como esas fotos antiguas, algo amarillentas, en las que aparece vestida de majorette delante del Ayuntamiento o junto a su casa, con una prima y su hermana pequeña.
«Mi padre vino de Bilbao al pueblo, para trabajar en el montaje de la fábrica de cementos Asland, y conoció a mi madre. La fábrica era el pulmón de Villaluenga y lo sigue siendo. Recuerdo que el 6 de enero, en el cine del pueblo, llegaban los Reyes Magos patrocinados por Asland y nos regalaban un juguete a cada uno de los hijos de los obreros. Me ponía lo más mona del mundo para recibir el regalo. También pagaba Asland parte del presupuesto de las fiestas de la Virgen de la Merced».
«Amo mi pueblo, me encanta», afirma Mabel, mientras elogia al Club de Lectura donde ha ido a presentar sus libros y agradece la placa que lleva su nombre en un paseo de la localidad. «Me encanta ir a mi pueblo con mis hijos y caminar por sus calles. De alguna manera, me recuerda un episodio de la serie Cuéntame en el que uno de los actores ve acercarse el verano y dice: '¡joder, yo no tengo un pueblo a donde ir!'. A todo el mundo le gusta tener un pueblo al que regresar, y unas raíces donde estar…».
Hay una historia tierna y entrañable que esta productora, directora y guionista de documentales describe como si fuera un cuento de Navidad. «Cuando mis niños eran pequeños, yo les preparaba unos bocadillos y nos íbamos a merendar al cementerio en el que está enterrado mi hermano. A veces, también venían mis hermanos con los sobrinos y merendábamos en la lápida de Roberto. Mis hijos han crecido con la idea de que las personas que han muerto, si las amas, nunca se van. Roberto sigue estando en todos los sitios y la forma de encontrarnos con él era sentándonos todos en su sepultura. Los niños corrían por el cementerio con sus triciclos, sus pequeñas motos y sus bicis. Tengo un bonito recuerdo de la familia reunida, charlando y riendo en torno a ese lugar». Roberto sólo se llevaba diez meses con Mabel y, como homenaje al hermano fallecido, a su hija le puso el nombre de Roberta.
Otro recuerdo imborrable, que le devuelve a los olores de su infancia, es la preparación de las magdalenas en la panadería de Elena. «Yo iba allí, de pequeña, con mi madre y una cesta inmensa para preparar las magdalenas. Como éramos muchos hermanos, ese momento compartido a solas con ella era único para mí. El olor a magdalenas me recuerda las conversaciones con mi madre en aquella panadería maravillosa. Luego, Elena acabó como nosotras: siendo vecina de lápida de un hijo joven en el cementerio. La panadera ha seguido presente en mi vida de adulta, pero por una circunstancia no tan bonita».