La trayectoria vital y profesional de Antonio Fernández-Galiano Campos, como tantas otras, es un cúmulo de casualidades. El expresidente de Unidad Editorial estudió el Bachillerato de Letras - «aunque siento mucha curiosidad por los temas científicos» - y a la hora de elegir una carrera optó por una que ofreciera distintas salidas, como Derecho. «Seguramente que en la decisión también influyó mi padre, que era muy didáctico y pedagógico. Uno, sin darse cuenta, se va impregnando de conocimiento al escuchar a una persona que te cuenta sus experiencias de una manera amable».
El padre de Antonio era muy amigo de Íñigo Cavero, ministro en varios gobiernos de Adolfo Suárez, y fue durante algunos años secretario de la Facultad de Derecho, mientras al hijo le tocaba, en más de una ocasión, correr delante de los grises por los aledaños. «En aquellos momentos de contestación al régimen, mi padre tuvo la oportunidad de jugar un papel y lo hizo de la mano de los democristianos. Íñigo Cavero era profesor de Derecho Político en el CEU y los dos estaban vinculados, al igual que Marcelino Oreja o Landelino Lavilla, a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y al Grupo Tácito. Mi padre escribió en esa época artículos para el Diario YA, y luego me mandaba a mí a cobrarlos. Como teníamos el mismo nombre, me llevaba el DNI y me quedaba con las 3.000 pesetas que, me parece, era lo que le pagaban».
En 1978 fue subsecretario de Educación, con Íñigo Cavero, y presidente de la Preautonomía de Castilla-La Mancha, cuyo despacho estaba ubicado en la sede de la Diputación Provincial de Guadalajara. También formó parte de la Comisión Constitucional del Senado.
Fernández Galiano, este verano, después de dar el pregón de las fiestas de Sigüenza, junto a Magdalena Valerio y la alcaldesa de la ciudad, María Jesús Merino. - Foto: Juan LázaroPor cierto, ¿cómo recordaba tu padre el debate sobre la inclusión de Madrid en la Comunidad de Castilla-La Mancha? «Los comunistas, particularmente Ramón Tamames, eran partidarios de que Madrid se integrara en nuestra región, mientras que mi padre decía: si Madrid entra a formar parte de Castilla-La Mancha, va a absorber y a restar poder al resto de las provincias. Le parecía mejor que Madrid fuera una especie de distrito federal, que no distorsionara nuestra comunidad. También decía que el nuevo mapa autonómico era un poco artificial, pero que, sin embargo, había que afrontarlo, como hizo Javier del Burgo con la división territorial de España en el siglo XIX».
Antes de que los rayos de sol dejen de colarse por la ventana del salón de su casa seguntina, le pido a Antonio que me diga lo que opinaría su progenitor de la situación política en la que estamos. Se recoloca las gafas y hace esta reflexión en voz alta. «Mi padre estaría más que decepcionado. Él era amigo de personas muy próximas a Felipe González, entre otros de Gregorio Peces-Barba, Elías Díaz y Enrique Gimbernat. Todos ellos buscaban una solución para nuestro país cuando muriera Franco. En 1975 las élites de entonces – económicas e intelectuales – estaban comprometidas, cosa que, desgraciadamente, no ocurre ahora. Hoy da la sensación de que las élites se llaman andana. Están inhibidas en un momento delicadísimo de nuestra democracia».
Defensor de la Transición, de la concordia y el diálogo, el expresidente de Unidad Editorial insiste en que se está rompiendo el consenso de 1978. «Me parece un hecho gravísimo e injustificable. Con lo que ha costado construir un consenso en España, viniendo de donde veníamos y con una historia tan accidentada… Te puedo asegurar que en aquella etapa de la Transición – añade Antonio – muchos profesionales perdieron dinero con la política. Mi padre, por ejemplo, avaló personalmente un crédito concedido para la compra de la sede de Unión de Centro Democrático en Guadalajara. Y, cuando desapareció la UCD, los bancos no perdonan y el pobre estuvo pagando de su bolsillo las cuotas de la hipoteca que quedaban pendientes».
Aunque pueda parecer extraño, Antonio Fernández-Galiano sólo se ha puesto la toga para jurar en el Colegio de Abogados de Madrid. «Tengo por ahí una foto con Pedrol Rius, que era el decano, y con el padre de Gregorio Peces-Barba, que ocupaba el cargo de vicedecano». La culpa de que no haya ejercido nunca la abogacía la achaca a las circunstancias, concretamente, a una recomendación para ingresar en el equipo universitario del Banco Central, cuyo director general, Ricardo Tejero, era oriundo de Jadraque (Guadalajara). «Hoy en día, todos los que van a trabajar a las entidades financieras son en su mayoría universitarios, pero en aquella época predominaban los jóvenes a los que formaba y promocionaba el propio banco. Nos hacían rotar por distintos departamentos y se aprendía bastante».
Allí trabajó algunos años, hasta que en la primavera de 1989 un cazatalentos (head hunter) le ofreció ser alto directivo en una multinacional con sede en Holanda. «Rechacé la oferta por razones familiares: teníamos dos niños pequeños y mi mujer estaba también trabajando. Unos meses después, noviembre de 1989, volvieron a llamarme y me ofrecieron, a bocajarro, trabajar en el periódico El Mundo que había nacido un mes antes, el 23 de octubre para ser exactos. Recuerdo que me hicieron una entrevista los fundadores del diario, Alfonso de Salas, Pedro J. Ramírez y Balbino Fraga, porque había más candidatos, y me seleccionaron».
Antonio tenía entonces 32 años, era consciente del riesgo que entrañaba su nuevo puesto de trabajo – nacían y morían periódicos a una velocidad de vértigo: El Sol, El Independiente y el YA -, pero había que afrontar ese nuevo reto. «El día que empecé a trabajar, Felipe González dio instrucciones a la Fiscalía General del Estado para que presentara una querella contra El Mundo por una información sobre Juan Guerra, hermano del vicepresidente del Gobierno». Curiosamente, aquella querella significó un antes y un después en la tirada del periódico. Sin pretenderlo, González le estaba haciendo una campaña gratuita al periódico.
¿Trabajar al lado de Pedro J. Ramírez no debe ser tarea fácil? «Era complicado – afirma – porque lo controla todo, pero como director es un fenómeno. Podías tener con él una bronca tremenda, pero al día siguiente, después de haber rebobinado, te reconocía que llevabas tú razón. Trabajar con una persona así no es fácil, pero en algunos aspectos puede ser enriquecedor».
Sobre la crisis de los periódicos, provocada por la caída de la publicidad, la pérdida de lectores y la aparición de Internet, hace la siguiente reflexión: «Internet ha sido un elemento distorsionador del mapa informativo y del propio funcionamiento de los periódicos. Además, ha hecho perder relevancia a las cabeceras de una manera dramática. Antes, un editorial de El País podía tumbar un gobierno y ahora no tumba ni a un director general. Esta pérdida de influencia es mala para los periódicos, pero también para la democracia. La democracia – añade – necesita periódicos fuertes. Es algo indiscutible: la calidad de la democracia la hacen los grandes periódicos».
Recuerda que en los 90, cuando daba clases en el CEU, los alumnos llegaban con el periódico debajo del brazo. «Unos con el ABC y otros con El País o con El Mundo. Hoy eso ya no sucede. La desconexión de los jóvenes con la información es algo espectacular».
También recuerda, reconociendo posibles errores, la adquisición del Grupo Recoletos por parte de Unidad Editorial – Expansión, Marca, Actualidad Económica, Telva y el 45% de la licencia de Veo TV -. «Entonces, las cuentas de los periódicos eran espectaculares, la publicidad crecía a doble dígito, pero llegó la crisis de las subprimes, la quiebra de Lehman Brothers, y se acabó la fiesta. En el mes de marzo de 2008 cayó la publicidad un 25%. Aquello fue tremendo, aunque mantuvimos los activos estratégicos y no nos desprendimos de Marca, Expansión y Telva».
Me habla de la salida de Pedro J. Ramírez: «antes o después, había que abordarla, aunque en la redacción se produjo una sensación de orfandad». «Pedro J. era fundador del periódico, estaba muy presente y además imprimía carácter». En opinión de quien fuera presidente del grupo entre 2011 y 2021, Casimiro García-Abadillo intentaba ser una apuesta de continuidad, mientras que el nombramiento de David Jiménez lo califica de «decisión errónea y precipitada, porque David tenía experiencia internacional, pero no había gestionado un equipo en su vida». Aquello acabó mal, pero, como dice, «es imposible acertar siempre».
Alejado de la batalla mediática, pregonero este año de las fiestas de San Roque y la Virgen de la Mayor en su querida Sigüenza, Fernández-Galiano considera un orgullo aportar su capacidad y experiencia en la promoción de su tierra. Como presidente del Consejo Rector de la Candidatura de Sigüenza a Patrimonio Mundial – «El paisaje Dulce y Salado de Sigüenza y Atienza» -, confía en que lo que empezó siendo un sueño se convierta en una realidad en los próximos años.
Por el momento, el proyecto de candidatura ya ha sido incluido en la lista indicativa de la UNESCO. «Es una iniciativa que me ilusiona y que me permite estar más cerca de mi ciudad. Tenemos un largo camino por recorren y la alcaldesa, María Jesús Merino, lo ha entendido desde el principio, dando siempre la cara por este proyecto».
Finalmente, confiesa que ha tenido el privilegio de vivir intensamente, durante 32 años, el mundo de la prensa y no quiere volver a las andadas. «He tenido la suerte de conocer a muchísima gente – y de todos los colores -, pero para todo hay un momento en la vida y yo ahora duermo tranquilo».
Sobre todo, los fines de semana.
«Mis primeros recuerdos de Sigüenza son una casa alquilada y un pilón en el que me bañaban»
Recuerda que su padre les contaba con mucha gracia en reuniones familiares los viajes que había hecho en coche, siendo todavía un niño, desde Barcelona a Sigüenza en los años treinta del pasado siglo. «Mi abuelo era catedrático en Barcelona y el médico le recomendó el clima de Sigüenza para uno de sus hijos, que estaba enfermo. Así inauguró la familia la tradición de veranear en esta ciudad. Tenían que parar a dormir en Calatayud y el viaje les duraba dos días».
Las siguientes generaciones de los Fernández-Galiano, con automóviles de mayores prestaciones y carreteras asfaltadas, son herederas de esa tradición. Antonio – el mayor de los seis hermanos –, conserva en la memoria las primeras casas que alquilaron sus padres. También guarda en la retina las meriendas del pinar, las partidas de mus con la pandilla en la Plaza de las Cruces y las excursiones en bici a la Ermita de Santa Librada - «un paraje precioso», en aquella época - y a la Fuente del Abanico. «Mis primeros recuerdos de Sigüenza tienen como referencia una casa alquilada por mis padres en la calle San Roque, con un patio que tenía un pilón, en el que me bañaba mi madre. Aquello me parecía a mí una piscina».
Eran veraneos de tres meses – de junio a septiembre –, sin apenas limitaciones de horario. «Sigüenza es mi vida. Desde el año 1957, en que nací, no he faltado a la cita ningún verano», comenta distendido y relajado, en el amplio salón de la casa que adquirió y restauró en el centro de la ciudad, junto al viejo torreón de la calle Valencia. Una vivienda que ha convertido, de alguna manera, en su refugio de fin de semana.
En opinión del que fuera hasta hace dos años presidente de uno de los grupos de comunicación más importantes de España, el futuro de Sigüenza no pasa por la industria, sino que dependerá del turismo, la cultura y la formación universitaria. Sin olvidar tampoco el papel que debería volver a jugar la Iglesia.
«Yo fui muy crítico con la decisión que tomó el obispo Don José Sánchez de llevarse la sede de la diócesis a la capital de la provincia, Guadalajara, porque la vida que le daba a Sigüenza tener aquí el obispado era impresionante. Guardo en la memoria la imagen del obispo en la estación, bajando del Talgo y vestido como vestían antes los obispos. Eso se ha perdido, como se perdió hace ya muchos años la Escuela de Magisterio de la Iglesia».
Lo que no se ha llevado el paso del tiempo son los escenarios de su infancia. Ahí siguen, ajenos a los cambios sociales, algunos de los rincones más bellos de la Ciudad del Doncel donde jugaba con sus amigos. «Si tuviera que elegir uno sólo, me quedaría con la placita de la calle San Roque (Plaza de las Cruces). ¡Anda que no he pasado tardes en sus bancos y en la barbacana! Desde allí, sentados en unos mojones de piedra, veíamos grupos musicales que tocaban en los jardines del Capitol. Recuerdo, en concreto, una actuación de Los Pekenikes».
Son muchas historias y recuerdos. Muchas imágenes grabadas en la retina, pero destaca sobre ellas una anécdota que ayuda a comprender la importancia de una ciudad monumental como Sigüenza. «Yo era muy amigo del hijo mayor del expresidente del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo, porque habíamos hecho juntos la carrera de Derecho. Entonces, un día, cuando estaba llegando a Sigüenza con el coche, me encontré al que entonces era ministro de Relaciones con Europa y a su familia contemplando la ciudad al borde de la carretera».
«Me acerqué a saludarlos y Leopoldo me confesó que estaba extasiado con lo que estaban viendo. Luego, me pidió – recuerda Antonio – que le recomendara un buen sitio para comer; un restaurante popular, que no fuera el Parador. Le mandé al Restaurante Moderno – más conocido como El Pecas – y pasados unos años, siendo ya Leopoldo presidente del Gobierno, me llamó por teléfono alguien de su gabinete en Moncloa para que le recordara el nombre del restaurante. Restaurante al que volvió de nuevo, dejando constancia de esa visita en el libro de firmas que tenía su propietario, Teodoro».