La Feria de San Julián apunta ya un primer nombre claro como triunfador: Fernando Adrián. El madrileño se llevó en el esportón cuatro orejas que, dicho así, suena como el que se hace cuatro chalés a las afueras. Algo grande, vaya. Cuatro orejas debería ser sinónimo de tarde redonda en el haber del prometedor diestro, y no fue ni mucho menos mala, pero tampoco para tanto... Su toreo enganchó a un respetable al que se ganó de cabo a rabo, no se guardó nada dentro, derrochó actitud y ganas, más allá de los cánones y de la ortodoxia. Muchas ganas había que poner para sacar algo positivo del pírrico encierro de Sorando, sin atisbo de casta. Él, al menos, lo hizo y eso le valió. Morante, con altibajos, ofreció contadísimos detalles. Juan Ortega, sin oponentes, ni compareció.
El Productor que abrió tarde, montado y con morrillo, tardó en encelarse en el percal que le presentó Morante de la Puebla, que tampoco puso mucho ímpetu por tapar la huidiza condición del toro, todo sea dicho. La lidia de Curro Javier al mansurrón fue notable, pero el animal buscó la salida como si no hubiera un mañana. Intentó probar el sevillano en los terrenos que separan el «7» y el «8», pero ni las probaturas admitió el rajado de Sorando, que se marchó a la puerta de toriles para que Morante abreviara y ahorrara un tiempo perdido. No merecía más.
Lo intentó con la capa con su segundo, Asustadillo, pero no hubo comunión, y punteó el percal en todo lo que dispuso. Lo administró en varas y banderillas, sabedor de que delante tenía el material justo. Había que llevarlo entre algodones. En el inicio de trasteo apuntó un trincherazo de otra época y ese fue el aperitivo de un parlamento en el que el genio de La Puebla tardó un mundo en encontrarle el aire a su oponente y en interpretar lo que realmente le pedía. Mejor dicho, no terminó de encontrarlo. El burel iba y venía, no era un dechado de clase ni casta, pero se dejó muletear, y un Morante desdibujado y de dientes de sierra no lo supo ver. La faena, que apuntó a mucho, se quedó prácticamente en nada. Un querer y no terminar de poder más allá de algún destello suelto. Oreja, se supone, al efectivo espadazo que causó derrame.
Fernando Adrián saludó con tres delantales sobresalientes al terciado Revuelto, al que apenas se le señaló la suerte en el caballo. Tras brindar al público, alteró los corazones iniciando trasteo en los medios de rodillas con ajustadísimos cambiados por la espalda. La faena no bajó de intensidad en las dos primeras a derechas, con muletazos ligados, largos y profundos, la planta desmayada y con una enorme transmisión arriba. Pasó a la izquierda, y los naturales cayeron en cascada, templando la acometividad de un toro que se lo tragaba todo protestando… pero se lo tragaba. En el debe, eso sí, hay que apuntar que faltó ceñimiento y que la colocación del madrileño no siempre fue la mejor. El epílogo muleteril vino en forma de arrimón y Fernando terminó metiéndose en el bolsillo al toro y al público.
Con chicuelinas al paso muy vistosas dejó al segundo de su lote, Licorero, en la jurisdicción del varilarguero, que le sacó la sangre justa para una analítica. Jesús Aguado fue ovacionado tras un susto sin consecuencias con los palos y volver a la cara del toro con gallardía. Con doblones para llevárselo a los medios inició el de Torre de la Alameda una faena en la que poco prometía el justo animal de Sorando, cogido con alfileres. Costó levantar el vuelo, y cuando lo hizo fue rasante… a tres palmos del suelo. El triunfador del festejo porfió por ambos pitones sin terminar de dar con la tecla idónea, más allá de algún derechazo suelto y un par de naturales. Lo que tenía delante no invitaba al optimismo y lo poquito que se vio fue gracias al espada, que por empeño no quedó. Esa actitud y el fructífero empleo de la tizona le valieron otras dos orejas. La del público, vale, es el que manda, pero la segunda se antoja excesiva.
Juan Ortega saludó con torerísimas verónicas al Flamenco que hizo tercero. Hubo un par para dibujar en lienzo. Fue lo mejor; después no hubo nada. El sevillano cambió terrenos y se llevó a su oponente al centro del platillo para ver qué tal, pero además de no parar de calamochear no tenía ni medio viaje y así cualquier opción de rascar algo resultó imposible. Lo despachó rápido. De salida, el Imaginado que completó el sextete no prometió nada y eso lo corroboró durante la lidia. Los hubo que pidieron la devolución, pero el animal no era inválido, lo único que sucedía es que no tenía absolutamente nada dentro. Un marmolillo ante el que nada pudo hacer Ortega, que abrevió.
- Plaza de toros de Cuenca. Tercera de la Feria de San Julián. Tres cuartos de entrada en tarde soleada y calurosa. Se lidiaron seis toros de Román Sorando, correctos de presentación. Imposible el mansurrón primero; se dejó por ambos pitones sin demasiada calidad el segundo; protestó todo y no tuvo ni un pase el tercero; se dejó y pudo valer para más el cuarto; se movió sin clase el soso quinto; y rajado desde el primer instante el sexto.
- Morante de la Puebla, de purísima y oro: silencio y oreja.
- Fernando Adrián, de blanco y plata: dos orejas y dos orejas.
- Juan Ortega, de corinto y oro: silencio y silencio.
- Jesús Aguado saludó una ovación tras parear al quinto de la tarde.