El báculo pastoral es una insignia eclesiástica que se le confiere al obispo en su consagración, y que porta al presidir ceremonias solemnes como símbolo de autoridad y jurisdicción en su diócesis. En los primeros siglos de la Iglesia se trataba de un simple bastón con la empuñadura curvada, a veces terminada con una cruz. En los siglos XI y XII se inicia la costumbre de ornamentar su cabezal, a menudo rematado con figuras alegóricas y una rica decoración floral rellenando la curva. A su mayor o menor valor artístico, los báculos pastorales pertenecientes a un obispo declarado santo añaden la condición de ser considerados como reliquias.
Es éste el caso del báculo de San Julián, cuyo cabezal o remate se exhibe en el Museo Diocesano de Cuenca, y que en algunas ceremonias litúrgicas es portado por el obispo residente. Se trata de una joya elaborada, posiblemente, en alguno de los talleres de orfebrería más prestigiosos de la Edad Media, en la localidad francesa de Limoges, y que quizá le fuera regalada al Santo por la esposa de Alfonso VIII, la reina Leonor, hija de Leonor de Aquitania, duquesa de Aquitania, en cuyo territorio se encontraba esta ciudad. Los avatares de esta bella pieza de orfebrería, que formaba parte del ajuar funerario con el que el Santo fue inhumado, hasta ser expuesta en el Museo Diocesano, se remontan a finales del siglo XVII, cuando el obispo Alonso Antonio de San Martín (1642-1705), hijo extramatrimonial del rey Felipe IV, y uno de los prelados, de entre los que han regido la diócesis, más interesado en difundir y engrandecer el culto al Santo, decidió sustituir la urna mortuoria de madera de sabina, en la que reposaba su cuerpo incorrupto, por una magnífica arca de plata, cuya elaboración resultó tan costosa, que el prelado se vería obligado a vender su vajilla de plata para conseguir sufragarla.
La traslación del cuerpo del Santo del arca de madera a la nueva se llevó a cabo en 1695 en presencia de varios testigos, y el obispo se sirvió de la circunstancia para reservarse dos objetos del ajuar funerario, el pectoral y el báculo con los que el Santo había sido inhumado. Solicitó al Cabildo catedralicio sustituir ambas reliquias por un pectoral de oro y piedras preciosas y un báculo de concha, a cambio de conservar la cruz pectoral y, cuando llegase su hora ser enterrado con ella, y donar el báculo a la reina Mariana de Austria, segunda esposa de su padre, y madre de Carlos II, con la que le unía una estrecha amistad. La reina moriría al año siguiente, y es de suponer que el báculo formaría parte del patrimonio artístico-religioso personal, exclusivo de la reina, que heredarían sucesivamente las cinco soberanas que accedieron al trono antes de que en 1750 se vuelva a tener noticia sobre el báculo.
En 1748, durante el reinado de Fernando VI, siete conquenses ilustres acordaran crear en Madrid, la Venerada y Real Congregación de Naturales y Originarios de Cuenca, que a lo largo de los años mantendría culto público a San Julián en la villa madrileña, aceptando el monarca el título honorífico de hermano mayor a perpetuidad, y proponiendo que este título lo ostentaran también sus sucesores. Dos años después de su creación, a través de uno de sus miembros más ilustres, Gaspar Vázquez Tablada, natural de El Hito, obispo que fue de Oviedo y presidente del Consejo Supremo de Castilla, se solicitó que tan preciada reliquia fuese entregada a la cofradía de conquenses, siendo concedido este gran privilegio, aunque al no disponer en un primer momento de capilla propia se tomó la decisión que el báculo se dejara al cuidado y custodia del hermano mayor.
El primer acto solemne celebrado por la Congregación en el que se menciona el báculo se llevó a cabo en 1749, tal y como puede leerse en el opúsculo impreso al año siguiente, en el que se recogen dos sermones dedicados al Santo, y en los que el predicador, Juan de Buedo y Girón, de la Compañía de Jesús, argumentaba y justificaba, de forma muy particular, que el báculo permaneciera en la villa de Madrid.
La Congregación continuó celebrando con esplendor la festividad de Santo hasta conseguir depositar la reliquia de bronce en una capilla del Colegio Imperial de Jesús, perteneciente entonces a los jesuitas y donde actualmente se ubica la Colegiata de San Isidro, en una arqueta de madera con herrajes y custodiada bajó cuatro llaves, un acto que se efectuó con gran brillantez el día 29 de marzo de 1767, coincidiendo con la fiesta dominical. A los dos días, un suceso inesperado complicó la situación al ordenar Carlos III la expulsión de España de los jesuitas, lo que obligó a la Congregación a buscar otro templo para el acomodo de la preciada y preciosa reliquia.
La parroquia madrileña de San Sebastián sería el recinto elegido. Aquí permanecería más de setenta años junto con una imagen de San Julián con cestilla, desaparecida o destruida probablemente en algún saqueo del templo durante la invasión francesa. Las referencias encontradas nos avisan de que la cofradía cesó en su actividad hacia 1820, lo que parece explicar lo sucedido después, cuando en 1842, el Cabildo catedralicio conquense recibió un oficio del Ministerio de Hacienda, notificándole que el báculo se encontraba en la parroquia madrileña, así como la posibilidad de recuperarlo para la diócesis, designando persona interpuesta que lo recogiera.
Se comisionó a D. Antonio Posadas, arzobispo electo de Valencia, que a su vez delegó en otra persona, de tal manera que el báculo no llegaría a Cuenca hasta 1846, al menos hasta esa fecha no se redactó un acuse de recibo por parte del Cabildo. Habían transcurrido ciento cincuenta años desde que el obispo Alonso Antonio de San Martín entregara el báculo a la reina Mariana de Austria. La inestimable reliquia confiada a las manos regias había sobrevivido, providencial y milagrosamente, a un cambio de dinastía, a las sucesivas herencias entre las reinas que ocuparon el trono, a dos depósitos en distintos templos, a la invasión francesa y, sobre todo, al olvido.