A lo largo de los siglos algunas instituciones conquenses han elegido ser intituladas con el nombre de san Julián como una manera de expresar la confianza en su protección. La catedral, dedicada en un primer momento a Santa María de Gracia, actualmente se conoce como de Santa María y San Julián. Los actos litúrgicos solemnes que en ella se celebran suelen concluir a los pies de la urna con sus reliquias, un modo de mostrar la veneración y unión al patrono de la diócesis. La Iglesia conquense no olvida ni la presencia, ni las enseñanzas del Santo, y ya desde el siglo XV, a través del cabildo catedralicio, constituyó una institución benéfica, denominada Arca de san Julián o de la Limosna, con el fin de atender las necesidades de los pobres, que se nutrió siempre con aportaciones de los fieles y de los obispos que se sucedieron en el gobierno de la diócesis.
El Instituto Teológico y Seminario Conciliar, que también lleva su nombre, alberga diversas imágenes del Santo, entre las que destacan un hermoso cuadro original del siglo XVII, y un bajorrelieve en piedra, en su fachada sur. A estos dos inmuebles emblemáticos habría que sumar la ermita del Santo, en el paraje de 'El Tranquilo', así como la parroquia de San Julián, en el barrio Fuente del Oro, construida en los años ochenta del siglo XX, en la que se venera una de sus imágenes más recientes. En el santuario de la Virgen de las Angustias, copatrona de la ciudad, el más querido y frecuentado por los conquenses, en una de las pechinas de su cúpula, aparece un fresco, algo deteriorado, que representa el tránsito de san Julián. En Cuenca, conocida internacionalmente por su Semana Santa, hermandades y cofradías, conviene recordar que, una de las primeras agrupaciones de fieles surgidas entre sus vecinos fue la archicofradía de san Julián, creada en 1525, que quinientos años después sigue fomentando el culto al santo obispo.
No sólo instituciones ligadas a la Iglesia recogen las huellas del Santo. Dentro del recinto urbano, su recuerdo se actualiza en diversos escenarios. Desde el pequeño cuadro realizado por Víctor de la Vega, expuesto en la Cafetería Ruiz, hasta la pintura de grandes dimensiones, que imagina el tránsito de San Julián, atribuida a Giuseppe Simonelli, pintor napolitano del XVII, adquirida por el Museo de Cuenca en 2017, pasando por el parque más céntrico de la ciudad, una avenida, el antiguo colegio de la carretera de Madrid, hoy centro de estudios penitenciarios, así como el desaparecido 'Sanatorio San Julián', que próximamente albergará la residencia de mayores, intitulada como 'Parador de San Julián', además del último tanatorio abierto en la ciudad, contribuyen a evocar su recuerdo. Como resulta natural, una de las dos fiestas locales es la del santo obispo, un día en el que su presencia se reaviva durante las celebraciones litúrgicas solemnes propias de la diócesis, así como en la visita a su ermita, una de las tradiciones más arraigadas entre los conquenses.
Hace pocos años, se crearon el Centro de Atención a Personas sin Hogar de Cáritas y el Centro de Orientación Familiar de la diócesis, que adoptaron el nombre del Santo. En muchos templos parroquiales y conventuales de la ciudad se venera su imagen, las más recientes, la talla en madera de la parroquia de San Esteban, ejecutada en los años noventa del siglo pasado por el sacerdote Francisco Medina, y ya en el siglo XXI, la imagen expuesta en san Román, última parroquia erigida en la ciudad.
Las huellas del santo obispo jalonan también el suelo provincial. Desde una pintura en la predela del bellísimo retablo de la Capilla de la Asunción de la parroquia de Villaescusa de Haro, datado en 1530, hasta las imágenes de localidades como San Clemente, Cañete, Valverde del Júcar, Villaverde y Pasaconsol, Uclés, Las Mesas, Canalejas, Villarejo del Espartal, Villanueva de Guadamejud, Carrascosa del Campo, y Huete, en la Capilla del Convento de Nuestra Señora de la Merced. Entre estas evocaciones que salpican la geografía provincial, sobresale la capilla dedicada al Santo dentro de la iglesia de Barchín del Hoyo. Un pequeño recinto alzado y ornamentado a finales del XVII por encargo de un canónigo, miembro de la familia nobiliaria de los Perea Zapata.
En el frontal de la capilla se asienta un magnífico retablo barroco, en cuya calle principal se acomodan una talla de san Julián en madera policromada, así como una pintura en la que se representa su tránsito de la tierra al cielo. No se conoce con exactitud los motivos de la dedicación de esta capilla al Santo, quizá la coincidencia de las fechas de su construcción con un período de hambruna y el tercer brote de peste del siglo XVII, expliquen esta cuestión, al ser considerado san Julián un valioso intercesor para el cese de estas calamidades. Además, el templo incluye, en el ático del retablo de su altar mayor, una pintura del santo obispo distribuyendo panecillos a los pobres. Una composición con varios personajes, en la que en un segundo plano aparece Jesucristo contemplando la escena, tal y como puede verse en la fotografía.