Almendros está donde los caminos que trilló la Orden de Santiago, que por estos lugares situó caseríos con la clara intencionalidad agroeconómica de explotar debidamente las tierras sobre las que ejercía su señorial dominio, entre religioso y militar. De hecho, este pueblo al que estamos llegando, de título inconfundible (no hay en él ningún misterio etimológico, a pesar de que por aquí no abunda ese frutal), Almendros, surgió a la vida precisamente en esa época, como resultado de la repoblación emprendida tras la conquista cristiana a finales del siglo XII, por los caballeros que tenían su sede organizativa y religiosa en el monasterio de Uclés. Alcanzó la condición de villa «de diez y siete o diez y ocho años a esta parte», decían en 1575 los redactores de la Relación Topográfica, lo que sitúa el privilegio hacia el año 1558; en ese documento, expedido en Valladolid, se asegura que la villa compró su libertad mediante el pago de un millón cincuenta mil maravedíes a la corona. Y es que la libertad, a veces se puede obtener por la vía heroica de acciones vigorosas, pero también por ese otro camino, más prosaico pero no menos eficaz, el del poder económico porque como diría algún aserto popular, en este mundo todo se puede vender y comprar.
Son otros cultivos los que marcan la prioridad laboral que siguen teniendo, eso sí, un destino mayoritario en la agricultura, fundamento y base de la discreta economía local con la que se garantiza el sustento para la población, que antaño fue mucho más numerosa y que ahora se cifra en torno a los 300 habitantes, bien acomodados en un recinto urbano amable, correctamente estructurado, sin alharacas modernistas que puedan alterar el equilibrio y manteniendo algunos elementos de cierto sabor antiguo. Entre ellos, y es una curiosidad digna de que se resalte, por infrecuente, los pozos antiguos de los que se conservan varios, muy interesantes.
Hay una plaza mayor, amplia, bastante grande, y otras varias placetas o placetillas, aunque alguna es también de notable amplitud, como veremos andando y callejeando por el lugar. Fijémonos, para empezar, en la principal de todas ellas, la Plaza de España donde, al uso tradicional, tiene enfrentados la iglesia parroquial y el edificio municipal, confirmando así ese maridaje que viene a ser consustancial en tantos pueblos españoles. La plaza es un ámbito agradable, limpio, ordenado al gusto de los tiempos, y en ella dominan los dos edificios públicos que representan el poder civil y el religioso, junto a una gran casona de moderna factura. En los muros de la iglesia se aprecia la presencia de una antigua puerta, ahora cegada y, delante de ella, un hermoso pozo antiguo, uno de los varios que se encuentran por estas calles.
La iglesia antigua estaba dedicada a Santa Elena, sin que conste con precisión en qué momento se cambió la titularidad al nombre actual, La Invención de la Santa Cruz, algo que debió ocurrir al implantarse la fiesta tradicional que comentaré más adelante. Por ahora nos quedamos en la contemplación de este edificio incompleto porque la obra prevista superó con mucho las posibilidades del momento. Había una iglesia primitiva, construida seguramente con medios muy simples en el momento de la repoblación del lugar, pero de ella no se conserva ningún elemento. Cuando el pueblo creció y se vio con mejores fuerzas económicas emprendió la construcción de templo más capaz, con un planteamiento ciertamente ambicioso, pues concebía una planta con tres naves, pero el propósito no se pudo desarrollar por completo, de manera que eso explica algunas de las peculiaridades que hoy se pueden observar, como que el edificio esté adosado a unas viviendas que entorpecen la visión del conjunto, la anómala disposición de la portada o que la torre se encuentre junto a la cabecera, y no a los pies como es habitual.
Por la parte trasera de la iglesia, una puerta cegada encuentra la amable compañía de un pozo, símbolo importante en esta Mancha vinculada secularmente a la sequedad y, por tanto, devota adoradora del agua. Ya he dicho que una de las más notables curiosidades que nos ofrece Almendros es la conservación de varios pozos antiguos que sobreviven en sus calles y que son interesantes, por su valor etnológico, pues nos recuerdan a todos aquel tiempo en que el agua, un bien siempre precioso, sobresalía en mitad de los pueblos, mediante artificios muy valiosos. Además del que he citado por detrás de la iglesia hay otro en la plaza José Antonio mientras que en el resto del recorrido callejero pueden encontrarse sorprendentes (y meritorias) convivencias entre elementos antiguos y populares con las aportaciones del urbanismo moderno que todo lo arrasa. Son pequeños detalles de añejo sabor que sobreviven en un ámbito urbano muy modificado.
Hay algunos puntos de interés en los alrededores del pueblo, como La Fuentecilla, El Cañuelo o el Chozo Pepino, pero el más importante de todos es la ermita de la Concepción, a la que se llega por un agradable camino arbolado que se inicia junto al Centro Cultural 'La Inmaculada', ese venerable recinto que procura mantener en pie la inestable y delicada estructura cultural en los ámbitos rurales y cuya visión siempre suscita una emoción especial. Por un agradable paseo arbolado se llega hasta un paraje preparado debidamente para los ratos de ocio colectivo, merendola incluida, con un pretexto de evidente valor simbólico, la ermita de la Inmaculada Concepción, de rancia raigambre popular, pues ya se menciona en la Relación Topográfica del siglo XVI, pero la fábrica actual es del siguiente y a ello hay que añadir obras posteriores de restauración. En el interrogatorio de Fermín Caballero se recoge la fama popular de que desde este lugar se pueden contemplar por los menos 18 lugares comarcanos, incluyendo el castillo de Consuegra, las sierras de Toledo e incluso las estribaciones de Sierra Morena. Todo ello tiene su mérito, como es natural y ayuda a la valoración de un entorno ciertamente muy valioso.
Intentan en Almendros recuperar su antigua fiesta de moros y cristianos, a la que no falta alguna peculiaridad. Tuvo fama y prestigio hace muchos años (de hecho, se la menciona en varias crónicas antiguas) pero luego decayó y prácticamente desapareció hasta que surgieron las fuerzas convenientes para emprender la siempre delicada faena de la recuperación. Se celebra a primeros de mayo y consiste en una representación teatral a caballo, en la que se van escenificando diversos encuentros entre ambos bandos a lo largo de las calles del lugar. Son seis por cada grupo, debidamente uniformados para que se conozca con precisión a qué sector pertenece cada cual. El objetivo de los encuentros es que los cristianos consigan la conversión de los musulmanes. Una curiosa novedad es la presencia de un ángel que guía a las tropas cristianas en su itinerario, mientras que un demonio vestido de rojo, con una hoz en la mano, va narrando en tono satírico algunos momentos de la vida del pueblo. El acto culmina con el canto del mayo, en forma colectiva, en la iglesia. Por lo dicho hasta aquí, que no pasa de ser un breve resumen de la realidad, queda claro que esta escenificación de Almendros no tiene nada que ver con la que se hace en tierras levantinas, pero tampoco con las que cobran fama en lugares de la provincia de Cuenca como Valverde de Júcar o Valera de Abajo.