El 'dictum de Acton' hace referencia a la frase de Lord Acton en 1887: «Todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son casi siempre hombres malos, incluso cuando ejercen influencia y no autoridad: más aún cuando sancionas la tendencia o la certeza de la corrupción con la autoridad».
Dicho esto, a mí me pasa que cada vez que le veo el careto a Patxi López pienso en la imperiosa necesidad de legislar para limitar la permanencia de los políticos en el mandato de los cargos públicos, tanto orgánicos como institucionales. Me pasa con muchos y de todos los colores, pero especialmente con Patxi López, Francisco Javier López Álvarez, que ingresó en las Juventudes Socialistas en 1975 y que con veintinueve años ya era diputado en el Congreso, pasando por cargos y carguitos en continua rotación orgánica e institucional sin solución de continuidad, siendo un claro ejemplo de la degradación moral y política que ello conlleva. Al final, es muy fácil olvidarse del objeto último de estar en la política y uno se centra en sí mismo, en su partido, en la defensa a ultranza de lo que te mantiene, te da de comer y te regala una vida llena de reconocimientos, comodidades y prebendas.
Para empezar, tenemos en España un exceso de políticos y muchos de ellos se eternizan y se profesionalizan sin límites de tiempo, duplican cargos o van rotando de cargo en cargo, aferrados a la política como lapas, como medio de vida en el confortable y atractivo entorno de las ventajas personales, distintivas y lucrativas que acarrea el poder. En España esta cuestión sobre la limitación de mandatos no es objeto de debate político o mediático y tampoco existe en nuestro ordenamiento jurídico, salvo en algunas comunidades autónomas respecto de presidentes y consejeros.
Observando detenidamente a Patxi, escuchando las cosas que dice, como se comporta y como actúa, observando su forma de alabar, de elogiar, de celebrar, de ensalzar y aplaudir cualquier cosa que diga o haga su líder, se llega a la necesaria conclusión de que la limitación debería regularse, que debería ser absoluta y para siempre con el fin de facilitar la alternancia en el ejercicio del poder y la sucesión de las élites, para promover la diversidad de ideas y de personas frente a la concentración en reducidos grupos, para evitar el anquilosamiento sectario y la profesionalización de la política, para atajar el clientelismo, para evitar la continua sangría a las arcas del Estado. En definitiva, para que la política no sea más que el ejercicio de un servicio público.
Escuchen lo que pueda decir hoy Patxi López. Hoy mismo que la ley de amnistía quedará previsiblemente aprobada en el pleno del Congreso, cuando Sánchez y sus cómplices de investidura formalicen el golpe al Estado de derecho.