En casa de los Moya, el Día del Padre no es solo una fecha en el calendario. Es una celebración tejida entre recuerdos, música y madera, donde tres generaciones se encuentran para rendir homenaje a la paternidad. Santiago Moya, de 84 años, es el patriarca de esta familia de Cuenca, aunque natural de Jábaga. Su vida ha estado marcada por la ebanistería y el arte de crear con las manos en el mundo de la carpintería. Precisamente, «antes, esta fecha se celebraba más por San José, el patrón de los carpinteros». Ahora es el Día del Padre, «pero para mí siempre ha tenido un significado muy especial», dice con nostalgia.
A su lado, su hijo Miguel Ángel Moya, de 52 años, escucha con atención. Él, junto a su hermano, es empresario y lleva toda la vida al frente de una tienda en pleno corazón de la capital. Pero más allá de los negocios, su mayor orgullo son sus hijos: Leo, de siete años, y Vera, de cuatro. Ya que «ser padre es lo más bonito del mundo». De hecho, «no te imaginas el amor que sientes hasta que tienes a tus hijos. Es lo mejor que me ha pasado en la vida», confiesa con una sonrisa.
Mientras, Leo y Vera no pierden detalle, aunque uno con más atención que otro. Pero no hay duda que para ellos, Miguel Ángel es el mejor papá del mundo. «Jugamos mucho juntos», dice Leo, con la espontaneidad de sus siete años. Vera, por su parte, añade con gracia que «nos lleva a música». Porque si hay algo que une a los Moya, además de la familia y el trabajo, es la música. Santiago construía muebles, pero Miguel Ángel ha forjado una tradición musical que ahora sigue sus hijos.
La familia celebra el Día del Padre de forma sencilla, pero significativa. «Por el día es complicado, con el trabajo y la escuela, pero por la noche hacemos una comida, algo especial», explica Miguel Ángel. Y aunque no adelanta acontecimientos, sabe que sus hijos siempre preparan una sorpresa. «Siempre hay alguna cosilla, pero dicen que es secreto», comenta con una risa cómplice.
Por su parte, Santiago, el abuelo, recibe la fecha con emoción, pero con la tranquilidad de quien ya ha vivido muchas celebraciones. «Yo ya tengo de todo. '¿Qué me van a regalar'?», dice con los brazos abiertos. Lo que sí hace es asegurarse de que sus nietos reciban algo especial. «Yo nunca les he regalado juguetes, pero siempre les doy una buena propina. Y ellos la guardan en la hucha», cuenta con orgullo.
Para Miguel Ángel, el legado de su padre va más allá de los objetos. «Mi padre ha sido un referente para mí. Siempre me ha enseñado el buen camino», reconoce. Aunque admite que no ha heredado su habilidad con las manos, sí ha aprendido de él la importancia del esfuerzo y la dedicación. Mientras, Santiago, con lágrimas en los ojos, se deshace cuando tiene que hablar de sus hijos. Y es que «es normal emocionarse», antes de recalcar que les quiere «mucho».
El Día del Padre en la familia Moya es una celebración que se nutre de recuerdos, de la calidez de un hogar donde se mezcla el cariño de generaciones. «Yo los quiero a todos por igual», afirma Santiago cuando se le pregunta si quiere más a sus hijos o a sus nietos. Y en esa respuesta se encierra el verdadero significado de la fecha: el amor incondicional, la transmisión de valores y el orgullo de ver crecer a la familia.
Mientras Leo y Vera corretean por la casa, planeando quizás su próxima sorpresa para su padre y su abuelo, Miguel Ángel y Santiago se miran con complicidad. Son tres generaciones, cada una con su historia, pero unidas por un mismo hilo: la familia. Y ese es el mejor regalo que pueden darse unos a otros. Hoy, con motivo del Día del Padre, muchas familias mostrarán su amor y admiración.