Mirando la botella por donde está medio vacía, lo peor de las últimas elecciones catalanas es que ese adefesio político de nombre Carles Puigdemont tiene aún más la sartén por el mango, y como aquí no se trata tanto de quien gana las elecciones sino de quien es capaz de forzar aritméticas gubernamentales, Puigdemont puede hacer de las suyas, lo cual nunca es bueno para España. Puede, por ejemplo, pedirle la cabeza de Salvador Illa a Pedro Sánchez para ser él investido presidente de Cataluña una vez surta efecto completo la amnistía. ¿Rocambolesco?. Sí, pero, ¿quien no está hoy curado de espanto en la política española? Vivimos en el mundo de los triples saltos mortales, sin coste político alguno. Ahí tenemos al presidente del Gobierno al que su última sobreactuación, el melodrama telenovelesco por todos conocido, le ha salido bien, a juzgar por los resultados en las elecciones catalanas. Otra cosa es lo que quiera hacer Puigdemont con él a partir de ahora porque está en sus manos aún más.
Lo cierto es que en Cataluña ha ganado de forma clara, consiguiendo un resultado histórico, el PSC, es decir, el partido que representa a los socialistas en Cataluña y que historicamente se ha debatido entre posiciones nacionalistas y la representación de los sectores españolistas de los trabajadores, los llamados cinturones rojos metropolitanos. Es un partido ambiguo y ambivalente que a la hora de la verdad, cuando ha tenido poder, se ha convertido en una proyección más de un nacionalismo de tono confederal. No hay más que recordar aquel tripartito con Maragall, Carod Rovira y Saura.
En la actualidad, Salvador Illa, que fue el ministro del marrón pandémico, tiene desde los días del Covid una relación estrecha con Sánchez y está plenamente integrado en los entresijos monclovitas. ¿Sería capaz Sánchez de pedirle que ceda el paso a Puigdemont para poner a funcionar un gobierno cien por cien independentista con la suma de Junts y ERC, contando con la abstención del PSC en la investidura?
Es una de las hipótesis que se barajan y que no se descarta del todo, aunque tenga más fuerza en la tabla de probabilidades el tripartito o incluso la repetición electoral que volvería a poner patas arriba el desbarajuste en el que Cataluña está metida desde que a los responsables de la matraca independentista se les ocurrió lo de la declaración unilateral, y aún antes, desde que Artur Mas comenzó a calentar el ambiente a cuenta de los recursos al Estatut ante el Tribunal Constitucional. El caso es que desde entonces los que han salido perdiendo de forma ostensible han sido los catalanes. En Cataluña llevan más de una década hablado de supuestas identidades y sin gestionar apenas nada, es decir, servicios públicos, políticas sociales, y, en general, todo aquello destinado a mejorar la vida de las personas.
De manera que lo más positivo de lo que dejan las urnas del pasado domingo, junto a la perdida considerable e histórica de votos del bloque independentista, es el hartazgo de la gente, reflejado en una abstención histórica. Muchos de los catalanes enganchados a la matraca independentista se sienten engañados y ya es hora de que vuelvan a la razón que perdieron el día que pensaron que España no era más que un estorbo que había que quitarse de encima aún en contra de la mitad de los catalanes y del resto de los españoles que conforman la soberanía nacional de todo el país. La debacle independentista es la parte medio llena de una botella en cuya parte vacía sigue apareciendo la cara del prófugo Puigdemont y su capacidad de chantaje. Con él en medio, España siempre sale perdiendo. Al cierre de las urnas ya ha dejado claro cual son sus intenciones, y hasta donde puede llegar su chantaje.
Por lo demás, el PP vuelve a pintar algo en Cataluña, a costa de la desaparición de Ciudadanos (este fenómeno merece un estudio aparte como caso único de una oportunidad perdida en Cataluña) y a costa de algunos votos socialistas de los que rechazan de plano cualquier tipo de confusión con el mundo independentista, más aún después de haber enseñado los colmillos en los últimos años. Lo cierto es que a partir de ahora el independentismo se reinventará pero no cambiará de naturaleza y si se le siguen dando cartas él las jugará con todas las consecuencias y caiga quien caiga.