Angustias García Usón, historia de una conquense 'olvidada'

Luz González Rubio
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Un libro de memorias profundiza en las vivencias de esta escritora conquense en el exilio y, a su vez, madre del conocido José Luis Coll

Angustias García Usón, historia de una conquense 'olvidada'

El nombre de esta escritora nacida en Cuenca no podía ser más conquense. Tampoco la calle en la que nació en 1909, la de Alfonso VIII, donde hoy una placa recuerda la casa de su familia, en memoria de su famoso hijo, el humorista y escritor José Luis Coll, bastante conocido en Cuenca, donde nació y pasó los primeros años de su vida. 

Sin embargo, de Angustias, seguramente, el público conquense no haya tenido más referencias que las de su ausencia en la infancia de sus hijos. Valga como ejemplo la siguiente cita aparecida en Libertad Digital con motivo de la muerte de José Luis Coll: «Se quedó al cuidado de sus abuelos y un tío porque su madre, Angustias García Usón, sencillamente, se fue del hogar rumbo a la Argentina».
Afortunadamente, la reciente publicación de la autobiografía de Angustias, titulada Años para no olvidar, explica por qué esta mujer «se fue del hogar», no tan «sencillamente» como dice la cita anterior, sino en una accidentada y peligrosa huida camino del exilio. Como su propio hijo escribe en el conmovedor libro en que recuerda su infancia conquense, titulado El hermano bastardo de Dios, «tuvo que irse al otro lado del mundo, para que no la mandaran al otro barrio». 

La autobiografía empieza con esa accidentada huida hacia Francia huyendo de las tropas de Franco. Desde Gerona, a pie cruza los Pirineos, hasta llegar al pueblecito de Le Boulou. «Me detuve un momento para contemplar la enorme caravana de españoles que atravesaba la frontera de Francia, algunos cargados con niños pequeños que dormían sobre sus hombros, otros con paquetes en los que, sin duda, llevaban lo poco que habían podido acarrear, pues los grandes ya habían sido abandonados… Aún hoy me parece sentir en los oídos los «allez, allez» de los guardias franceses que no permitían que nos detuviéramos cerca de la carretera que conducía a Perpiñán».

Al tener que seguir avanzando, no pudo esperar a la representante norteamericana de la Ayuda a la infancia española, que hubiera podido llevarla en coche.
En ese mismo capítulo nos cuenta su matrimonio con Mario Coll, miembro del Partido Republicano de Lerroux, amigo de intelectuales y artistas, con el que vivió cinco «felicísimos» años, hasta su muerte repentina en 1933. «Me sacó del ambiente provinciano en el que había vivido hasta mi casamiento». 

Al quedarse viuda y con dos hijos, volvió a Cuenca a casa de sus padres, en la calle Alfonso VIII, y se incorporó al puesto de maestra nacional en Carrascosa del Campo. En este pueblo conoció la injusticia y la pobreza del pueblo, y a gentes con ideas políticas dispuestas a cambiar la sociedad. Habla de un campesino llamado Juan que la lleva a reuniones del PC. En el capítulo Todo lo que aprendí en Carrascosa del Campo cuenta como le nació a ella la conciencia social al ver la diferencia de clases y los prejuicios hacia las más desfavorecidas.

Las memorias de Angustias también son una muestra de la situación de la mujer en esta época y también de la solidaridad entre mujeres que se ayudan para progresar profesionalmente. Un ejemplo es su amiga Pilar Carrasco, profesora de Geografía en la Normal, con la que viajaba en su automóvil, con chófer, que la llevaba de Cuenca a Madrid pasando por Carrascosa. Con ella se iba Angustias a Madrid a estudiar Filosofía y Letras, el sábado volvía a Cuenca para pasar el resto del día y el domingo con sus hijos Mario y Jose Luis, y de Cuenca, el lunes volvía a Carrascosa a la escuela. Mientras esperaba que quedase una vacante en la capital y poder trasladarse con su familia, le ofrecieron un cargo de consejera en el ministerio de Educación y se quedó en Madrid.

También el libro es un interesante testimonio de la vida de Carrascosa del Campo en aquellos años previos a la guerra. En el estanco del pueblo se reunían las autoridades: alcalde, secretario, el cura y el boticario. Este último era el más reaccionario, le reprochaba que diera clases en la Casa del Pueblo porque, «según él, era mejor que aquellos muchachos se mantuvieran en la ignorancia, pues de lo contrario se les iba a subir la sangre a la cabeza e iban a exigir lo que no se les podía conceder».

Los segadores exigieron aumento de sueldo e hicieron huelga. Uno de los ricos que no vivía en el pueblo, sino en Madrid, vino y le dio un arma a su criado y le ordenó matar al cabecilla de la huelga. Lo esperó a que regresara a su casa y al pasar por la suya le disparó un tiro a bocajarro y lo mató. Luego cerró la puerta de su casa y se hizo fuerte dentro amenazando con disparar al que intentase entrar.
Los amigos del muerto querían darle una paliza y tomarse la justicia por su mano. Llamaron a la guardia civil y al alcalde, este le pidió a ella que aplacase los ánimos, «según él, a mí me respetaban y podría hacerles entrar en razón». Los convencieron de que se haría justicia y evitaron más violencias.

A la muerte Franco, en los setenta, regresó a España. Se le reconoció su plaza de maestra y ejerció durante tres años antes de jubilarse en Madrid, ciudad en la que murió en 2005, a los 96 años. 
Su labor literaria es apenas conocida en nuestro país. Su nombre apenas aparece salvo algunas menciones en historias de la literatura española en el exilio. Tradujo obras del francés, algunas prologadas por Romain Rolland como Así se forjó el acero, de Nikolai Ostrovski y escribió novelas, biografías y adaptaciones de obras clásicas para el público infantil, todas ellas publicadas en Argentina.