Es difícil describir con palabras lo que puede sentir una persona al que la desgracia le toca de cerca. Intentan, con el corazón encogido, relatar como buenamente pueden la «desgracia» que ha traído consigo esta DANA. María José Fernández es paiportina de nacimiento, pero está afincada en Casasimarro desde hace varios años. Ayer, después de varios días en contacto con su familia de forma telefónica, pudo abrazarles. Afortunadamente, «solo» tienen que lamentar daños materiales, como la planta baja que poseen y los coches, y es que en su calle el agua llegó a 1,7 metros de altura.
«Verlo en la televisión no tiene nada que ver con lo que hay aquí», advierte la casasimarreña de adopción, a la que le ha llamado la atención, muy emocionada, «la colaboración de los voluntarios», porque «es lo primero que notas nada más llegar, dentro de todo el desastre que hay». «Sientes impotencia y dolor, mucho dolor», relata, «porque una parte de ti piensa que este desastre no es algo que vaya a estar solucionado en unos meses».
En primera persona, María José no ha tenido que lamentar pérdidas humanas. Lo que sí conoce son historias de conocidos que han encontrado el final más triste posible. «A un amigo de mis padres le pilló durmiendo y no sobrevivió, y a la mujer, que vio al hombre flotando en el agua, le dio un infarto al verlo y ahora está ingresada en el hospital», retrata como relato tétrico de lo vivido.
Otro testimonio que sobrecoge es el de Rubén Crespo, vecino de la localidad valenciana de Aldaya y originario de Talayuelas. Este joven relata que lo que se está viviendo es «caótico, muy fuerte y un desastre»... De hecho, cree que hay una «conmoción general» porque todo es «destrucción, barro, lodo, vehículos amontonados...». Él, como muchos otros, bajó al parking de su casa para poner el coche a salvo al ver cómo el nivel de agua crecía por momentos.
«Estaba en el sofá de mi casa, escuché sirenas de la Policía Local y vi cómo un túnel subterráneo de unos tres metros se estaba desbordando y había gran cantidad de agua por la calle» –relata– «bajé en pijama al parking y pude salvar mi vehículo in extremis porque saliendo ya bajaba un palmo de agua por la rampa». Regresó andando y descalzo para intentar salvar su moto, pero no le dio tiempo, la sacó a la altura de la calle, en un rellano de ese aparcamiento, pero ahí ya había unos «70-80 centímetros de agua». Ese parking en el que estaba su coche, una planta bajo cero, acabó totalmente anegado.
Además, relata que al ir a comprobar el estado de otro coche que tiene en otro parking, tuvo que ayudar a rescatar a unas mujeres que «estaban subidas a unos vehículos porque el agua nos llegaba hasta la cintura y las llevamos hasta calles donde la marea no era tan alta». Rubén es consciente de que no solo ayudó a salvar estas vidas, sino también la suya propia «por poco».