El título del artículo es también el de su libro y una buena descripción de su persona, Luis Cañas es la memoria viva de ese pasado reciente de Cuenca, los años de posguerra. Para los que estamos interesados en la historia de la ciudad, es una suerte poder encontrarte con él por la calle y escuchar sus relatos.
Conocí al autor antes que a su obra. Fue él quien me recomendó su lectura, con escepticismo de que fuera a leerla. «Es muy antigua, no está en las librerías. Puede que la encuentres en alguna biblioteca», me dijo. Efectivamente, la encontré en la biblioteca, en fondo antiguo y préstamo, publicada en 2011 por la editorial Olcades, con prólogo del editor, José Luis Muñoz, y dibujos de Luis Roibal.
El único ejemplar que hay en la Biblioteca del Estado tiene anotados pocos préstamos, pero los hay, lo que muestra que el libro no permanece en el olvido. Aunque debió de ser más popular, cuando salió en el 2011. Este artículo es para los que nos perdimos su lanzamiento y no vimos el eco que tuvo en la prensa de la época. Espero que sirva para avivar el interés por los recuerdos de Luis Cañas, un niño de la guerra, y que su libro encuentre nuevos lectores. Y lectoras. No se desanimen las lectoras si no encuentran muchas referencias a las mujeres, su ausencia es ya una muestra de la situación de la población femenina conquense durante aquellos años: no ocupábamos el espacio público y, por tanto, en las fotos del libro, no aparecemos. Incluso en los parques y en las calles son los chicos los que juegan y los hombres los que pasean.
Hay varias páginas del libro con textos y dibujos sobre juegos infantiles: la pelota, canicas, frontón, trompo, boxeo, subirse a los árboles, la cucaña, explorar edificios abandonados, explotar balas, hacer hogueras, saltarlas, etc. No hay ningún dibujo de niñas jugando y el único texto sobre ellas son estas dos líneas: «Había juegos exclusivos de chicas y a ninguno de nosotros se nos podía ocurrir, por ejemplo, saltar a la comba o manejar el diábolo. El yo-yo lo utilizábamos lo mismo chicos que chicas» (pág. 92).
Tampoco hay mujeres en las fotos de actos públicos, políticos y sociales, inauguraciones de parques y obras públicas, banquetes, etc. En la foto del banquete de inauguración del hotel Moya, se ve una sola mujer entre varias filas de hombres, la esposa del dueño.
Otra excepción en esta ausencia femenina es una foto del año 1925, en la que varias mujeres aparecen junto a un número parecido de hombres, en el pie de foto encontramos la explicación: son las esposas de los trabajadores del ferrocarril, que aparecen junto a ellos en una verbena para recaudar fondos para el Colegio de Huérfanos ferroviarios y Casa de la Beneficencia. Buen, también hay otra foto en la que aparecen féminas es la de unas niñas disfrazadas en una fiesta del Círculo de la Constanza, en 1935 (pág. 75).
Las escasas veces que aparecen mujeres fotografiadas están en su condición de esposas, junto a sus maridos, o bien al lado de los niños que están cuidando. Por ejemplo, la maestra doña Gabriela (una de las pocas veces que en que parece un nombre propio femenino), y la mujer joven, sentada en un banco del parque de San Julián, que sujeta a un niño de pie a su lado (pág. 66).
Como vemos, el libro es un documento interesante como reflejo de la sociedad conquense en aquella época. La separación de los espacios por géneros puede verse en la foto de un desfile de carrozas, en la fiesta de San Julián de 1931. Las mujeres miran desde un balcón, mientras que, de la muchedumbre que sigue la carroza en la calle, solo se ven cabezas masculinas (pág. 62). Las fotos que más cerca están a la paridad son las de trajes regionales. Con otra diferencia, junto a la del traje femenino hay texto publicitario: «El jabón Heno de Pravia es el favorito de la mujer española» (pág.105).
La presencia femenina es poca, pero de un valor incalculable. No son muchos los testimonios que hablan de ellas. Hay que agradecer al autor que nos traiga el recuerdo de lo que esta ciudad fue. También de los oficios desempeñados por mujeres. Las que trabajan fuera de casa son pocas y solo en el caso de la maestra aparece de manera individual, con nombre propio. El resto hace referencias a un colectivo, fotos en las que las mujeres son anónimas: las carboneras, que recogen en la estación trozos de carbón que no es válido para la máquina; las menuderas del matadero, con sus cestas donde recogen los menudos para venderlos; las verduleras de la plaza de los carros; las bonacheras, que traían a la ciudad caballerías cargadas de leña y productos de los pueblos de Buenache y Valdecabras. Para ellas pide Luis Cañas un monumento escultórico que las inmortalice, quizá para compensar la letrilla que las humillaba, reproducida en el libro:
Si te casas en Buenache,
Cásate cn bonachera
Tendrás gorrina, mujer,
Y borrica pa traer leña
Una señal de rebeldía de nuestras antecesoras conquenses, de la que el libro de Luis da un breve atisbo es una manifestación de protesta por la subida del precio del pan. Cuenta que en la panadería El Gallo, «a partir de una grandísima manifestación, la mayoría de mujeres, ante la fábrica, a consecuencia de haber sufrido 5 céntimos el pan, don Félix (el dueño) determinó dedicarse solo a su fabricación y conceder a Pedro (Hernáiz) el reparto del mismo» (pág. 113).
Otra mención más velada a la actividad política de las mujeres, en este caso de la utilización que la CEDA, Confederación Española de Derechas Autónomas, hacía de ellas a través de la iglesia, es el caso de las Cuadreras, cuatro mujeres que «destacaban por su espiritualidad y bondad… llamadas así porque enmarcaban cuadros y encuadernaban». Con motivo de unas elecciones, las murgas cantaron:
Ya viene el verano,
Ya vienen las peras,
Ya viene Gil Robles
a por las Cuadreras
En esta colección de recuerdos del autor hay muchos temas interesantes como la actividad de los charlatanes, los titiriteros con su mono adivino, o el oso que bailaba, el teatro que se hacía, la política del momento, la guerra y la postguerra. Una vida tan larga como la de Luis Cañas da para recordar mucho.