Hay una prueba inequívoca que corrobora que el pacto alcanzado entre el Gobierno y el PP para renovar el Consejo General del Poder Judicial ha sido un acierto. Basta con contemplar la destemplanza con la que ha sido recibido por Vox, Sumar, ERC y Podemos. Mientras Abascal acusaba al PP de "traición", ¿a quién, a qué?; un despechado Rufián criticaba el acuerdo; Errejón se dolía de ninguneo y Belarra, cabeza de lo que queda de Podemos, aclaraba a su parroquia que el pacto era la vuelta a la "gran coalición" entre el PSOE y el PP. Los extremos se tocan. Como en el teatro de Muñoz Seca. No son los únicos pero sobre todo ellos, los partidos minoritarios, viven mejor en un clima de conflicto.
Que Pedro Sánchez haya levantado la barrera del "muro" con el que tal y como anunció en su investidura quería confinar a las derechas -novedad que ha sido bien recibida y no solo por el mundo de las togas- es bueno para la salud democrática del país. Acertó también Alberto Núñez Feijóo ignorando las reticencias de algunos de sus colaboradores, tomando la decisión de zanjar el largo y dañino bloqueo a la renovación. Que se cumpla el pacto con arreglo a los términos en los que ha sido suscrito será cuestión que merecerá un seguimiento -abundan los agoreros- pero el hecho en sí mismo ya supone un gran paso que va a permitir desbloquear los nombramientos pendientes en las diferentes escalas de la Administración de Justicia de la que dependen miles de casos que están empantanados en los juzgados.
¿Quiere decirse que han desaparecido los recelos y la desconfianza que a lo largo de la legislatura vienen caracterizando las relaciones (malas) entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo? No. Por desgracia parece que en ese registro las cosas no van a cambiar, pero aunque haya sido una patada hacia delante lo que trae bajo el brazo el pacto es una rebaja de la tensión política. Lo que no es poco si pensamos en qué la situación de la que venimos se estaba haciendo irrespirable.