No lanza telarañas como Spiderman, sino que más bien se encarga de quitarlas, aunque sí es cierto que podría pasar por un superhéroe porque se sostiene mucho tiempo en las alturas. Tiene claro que su cometido es podar o talar cualquier árbol que se le presente, independientemente del tamaño y espacio que ocupe. No se achanta por tener que ascender a 51 metros, que es límite al que ha llegado hasta la fecha, pero si tiene que superarlo algún día no encuentra problemas para ponerse manos a la obra. Le encanta hacerlo y disfruta como «un enano». Incluso cada día que pasa «es mucho más divertido». Así es Óscar Mena, que se ha convertido en un referente en jardinería porque sus hazañas hablan por sí solas. Ha tratado la «inmensa mayoría» de los árboles de la capital y «un incontable número en toda la provincia». Este podador y talador ama su profesión. A las seis de la mañana suena cada día su despertador y sin levantarse de la cama ya piensa qué tiene que hacer, aunque por la noche ya ha dejado planificada la jornada completa. Una hora después de abrir los ojos, empieza a cargar su furgoneta con todo el material que necesita. Entre todo lo que lleva, hay una herramienta que adora con «locura»: la motosierra. «Me encanta cogerla y usarla cada día durante horas», subraya. Cuando la aguja del reloj marca las ocho de la mañana es el momento de ascender por el tronco del árbol para acto seguido hacer sonar su «juguete preferido».
En su labor es muy importante la seguridad. Posee un gran equipamiento, como no podría ser de otra forma. «Uso botas y pantalones anticorte, varias sudaderas, un casco, auriculares para los oídos y una visera para proteger la cara». Está siempre sujeto a un arnés, lo que le facilita su trabajo. También va siempre acompañado, «porque no puedes hacer esta labor de forma individual». En estos momentos, Darío y Álvaro le siguen cada día y le dan soporte y apoyo.
Óscar Mena, que lleva una década y media con estas labores, detalla que podar y talar árboles «es una gran pasión que empezó con mi abuelo, que se dedicaba a cortar pinos». Incide en que gran parte de su trabajo es «dar vida a los árboles, porque me encargo de compensarlos y rebajarlos». Y es que no siempre se trata de llegar, cortar a ras del suelo y volver a casa. También es «quitarles volumen y acabar con las ramas viejas y secas». La razón de que recurran a él se debe a que un árbol obstaculiza el paso o provoca daños materiales y perjuicios personales. «Yo les doy la solución», recalca.
Catedral. Este jardinero sin temor por las alturas fue el artífice de talar hace ya cuatro años los dos característicos cedros que se ubicaban en la Catedral, con «una altura de 51 metros y una inclinación de 60 por ciento». Es la labor más difícil que ha llevado a cabo. «No fue nada fácil». Tras horas y un exhaustivo trabajo consiguió atender las directrices del Obispado de talar ambos árboles, «por motivos de seguridad». Aparte de ese trabajo tiene un sinfín de anécdotas que contar en sus aventuras con pinos, cipreses, cedros, encinas o cualquier árbol. Una de ellas fue talar un ciprés de 35 metros en Honrubia en tan solo nueve horas, pese a que «otras empresas de Madrid pronosticaban hacerlo en una semana y media».
Este hombre de 45 años asegura que se mantendrá en activo «hasta que el cuerpo aguante, porque es una profesión que requiere esfuerzo y preparación física, más allá de saber podar o talar». Le han llamado muchas veces «loco», pero él disfruta con lo que hace e incluso espera la llamada para enfrentarse a uno todavía más alto porque «a mayor altura es mucho más divertido», sentencia.