Hoy no es que lamente hablar de mi sino que me encanta, porque en realidad de lo que quiero hablar es de mis perros. De uno de ellos más en particular, porque es quien tiene un libro que yo escribí, a su dictado, hace ahora quince años y que por tercera vez se vuelve a reeditar , ahora por una gran editorial. "El diario del perro Lord".
Traigo aquí aquellas palabras que como epitafio quedaron para él y para todos los perros que han querido y han sido queridos por los hombres.
«Los perros son inmortales. Poseen el maravilloso don que las bestias mantienen y los hombres han perdido de la inocencia sobre su muerte. No saben, no tienen conciencia de que han de morir. Pero en el caso de que Lord, Lord Jim, hubiera sabido que iba a morir, hubiera sabido también que tendría, como tuvo, mi mano para descansar su pata cuando el viejo cuerpo ya no le dio más de sí».
Los últimos treinta años de mi vida han estado unidos a tres perros, tres spaniel, dos bretones, "Lord" y Mowgli, y un springer, "Thorin", como los primeros de mi infancia lo estuvieron a otros dos, un enorme mastín que me cuidó y protegió como a un cordero del rebaño que antes había guardado de los lobos y una perrigalga "Silba" de rapidísima carrera y genio endiablado con todos excepto conmigo.
Fueron mis compañeros y parte ineludible e imprescindible de mi existir. El mastín, nunca tuvo otro nombre que su propia raza, fijó en mí el vínculo con ellos y el afecto y el deber que ello conlleva. Ello se ha ido reflejando en mis libros una y otra vez. En el homenaje conjunto a aquella primitiva, primera y especialísima con el humano de "La mirada del lobo" y en muchos otros más. En mis novelas, de una u otra manera siempre se acaba colando un perro. En la última "El Juglar", tampoco podía faltar y hasta hice que saliera en la portada.
El año pasado, el 2023, cumplieron los treinta desde que fui a recoger al que ya sería mi ya total responsabilidad. El primero de mis bretones, el "Lord", de primer nombre "Lord Jim", en honor a Conrad, que me acompañó durante casi 16 años y luego el pequeño "Mowgli", les sonara de Kipling, que lo hizo durante trece, los tres primeros compartidos con el "abuelo". Él también me dejó y fue tan intenso el dolor que dudé unos meses en sustituirlo. Hice bien en hacerlo, una vez más aconsejado y regalado por quien es mi maestro en canes, Juan Barrado. Ahora desde hace cuatro años ya tengo al "Thorin", alias "Escudo de Roble" según un tal Tolkein.
Hasta el último momento he gozado con ellos el tiempo que la tierra me ha dado con ellos. Alegrarme más que nunca de sus leves mejorías, hasta de algún gruñido y de oírles ladrar cuando se sentían mejor, de estar ahí cuando me buscaban y de los paseos despacio que aún querían dar. Me queda el haber entendido que lo importante ha sido el tiempo convivido donde juntos hemos hecho algo muy sencillo, intentar hacer la vida mejor al otro, y que entre humanos nos resulta tan difícil conseguir. Me quedo con el consuelo de pensar en no haberles fallado y descontando siempre que ellos jamás me lo harían a mí. Esto mitiga luego el vacío y la tristeza al recordarlos y hasta hace rebrotar la sonrisa cuando va pasando el dolor. Y concluir en lo aprendido con "Mowgli" y antes con el "Lord" y que no es otra cosa de una lección sobre el sentido de nuestra propia vida y de cómo afrontarla con uno mismo y con los demás. Cuidarnos los unos a los otros todo lo bien que nos podemos cuidar y querer. Al menos con los que se pueda intentar. Se lo he contado al "Thorin" cuando me ha llegado el libro recién editado y se lo he enseñado. A ustedes les dejo también aquí este "Diario del perro Lord", que su mismo protagonista me dictó. Lo pueden encontrar tanto en librerías como en plataformas digitales para descarga o envío.