El primer milagro de la nueva Notre Dame de París ha sido la cancelación de Bashar Al Asad, el oculista que cegaba a sus enemigos con fósforo blanco durante una cruenta guerra fratricida. Eso no le impidió pedir a Rusia el asilo político "por razones humanitarias". Pero no vale la pena recrearse en tan venenosa paradoja si hay un motivo feliz de mayor cuantía: ha caído el sátrapa sanguinario que aplastó la "primavera árabe" en Siria (2011-2013) y provocó una guerra civil con medio millón de muertos y trece millones de desplazados dentro y fuera del país.
Mejor será celebrar la voluntad de transición pacífica pregonada por los llamados "rebeldes" (variada sindicación de fuerzas de difícil remada conjunta en el tiempo venidero), tras su paseo militar de diez días que culminó con la toma de Damasco, la huida del dictador y el ritual derribo de estatuas erigidas a mayor gloria de Al Asad padre e hijo, que impusieron un régimen de terror de más de medio siglo.
Se abren las cárceles, retornan millones de desplazados, se disuelve como un azucarillo el desmoralizado ejército del autócrata, los sirios descargan su alegría en espontáneos abrazos, pero no ruedan cabezas, no hay ejecuciones públicas, se prohíbe el asalto a los edificios oficiales (el saqueo a las residencias privadas del dictador es otra cosa) y, por lo general, el toque de queda transcurre sin incidentes reseñables.
Donde sí queda tarea pendiente es en los tribunales internacionales. Tanto en la Corte Penal de la Haya para personas como en la Corte Internacional de Justicia para Estados (brazo judicial de la ONU), por ejecuciones extrajudiciales (ahorcamientos, básicamente) y crímenes de lesa humanidad cometidos por el sangriento régimen de Al Asad, donde se había llegado a industrializar la tortura. Véanse las reseñas aparecidas estos días sobre la cárcel de Saydnaya, donde han muerto al menos 13.000 personas desde el comienzo de la guerra civil en 2011.
El futuro inmediato de Siria es una margarita sin deshojar, por mucho que los llamados rebeldes (el bando ganador), liderados por el exyihadista Al Jolani, estén ofreciendo a la comunidad internacional una transición pacífica, inclusiva y ordenada hacia un sistema democrática. Pero se está moviendo una pieza en el conflictivo tablero de Oriente Próximo y todavía no sabemos lo que bulle bajo la línea de flotación de estos supuestos planes de transición moderada.
Ahora el pueblo sirio se mueve entre el miedo a los radicales del frente ganador (HTS islámico y PKK turco-kurdo, considerados "terroristas" por la comunidad internacional, aunque ahora van de "fuerzas liberadoras") y la esperanza de una pacífica recuperación de sus libertades. Se evaporó la doble e interesada influencia de Rusia e Irán, pero sería desalentador liberarse de una radicalidad para acabar cayendo en otra.