Mientras media España inicia vacaciones tratando de descansar y aparcar las preocupaciones propias del día a día, los políticos siguen empeñados en tensar la cuerda. El pacto para renovar el CGPJ, que pareció que podía ser el principio de un tiempo apaciguado en las relaciones entre PSOE y PP, fue un espejismo. El cruce de acusaciones a cuenta de dos autos recientes del Tribunal Supremo relacionados con la ley de Amnistía ha vuelto mostrar la cara más desagradable del sectarismo.
Aquí, los políticos hablan con la boca pequeña del respeto que merecen las decisiones judiciales pero acto seguido braman contra aquellas que no les gustan. En el centro del griterío esta la dual apreciación de la ley de Amnistía. Infame para quienes denuncian que ha sido el pago de Pedro Sánchez a los golpistas del "procés" a cuenta de los votos de los separatistas que necesita para seguir en el poder y defendida por quienes la votaron, en el fondo, para impedir que la derecha pudiera llegar al Gobierno.
El trato de Sánchez con Puigdemont era la impunidad que le permitiría regresar a España tras los seis años pasados en Waterloo. Pero ahora el auto del Supremo que niega la aplicación de la amnistía a los delitos de malversación complica la situación penal del prófugo y frena su vuelta para presentarse, como pretendía, a la elección como candidato a presidir la "Generalitat".
Conocer los autos del Supremo y activarse la "maquina del fango" contra los magistrados de este Alto Tribunal ha sido todo uno. "Fachas con toga" les han llegado a llamar. Un concierto sincronizado en los medios afines al sanchismo. Concierto precedido por la propia portavoz del Gobierno quien alegremente ha salido a la palestra para recordarles a los magistrados del Supremo -jueces todos ellos- "que el texto de la ley es absolutamente claro y meridiano" por lo que les conmina a aplicarla. En este ambiente es difícil sustraerse a la añoranza de otro país. O de apuntarse a las vacaciones y poner distancia de por medio.