Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


Melones y sandía

04/07/2024

La prueba evidente de que el verano llegó a la Mancha es que pueden verse ya furgonas, tractores y chiringos al costado de la carretera vendiendo sandías y melones. Ayer volviendo de Alcázar me encontré un puesto en Arenas, donde el señor se había ido dejando el cartel y la jaima. Es la pureza de España, el señuelo de la tierra, la verdad de la fruta. Sandías y melones a precio de carretera, según se mire y el color que tengan. Nunca aprendí a ojear melones y envidié a quienes con sólo tocarlos sabían cómo salían antes de abrirlos. Los melones son casi tan difíciles como los toros. Siempre me acuerdo de aquella escena mítica de Amanece que no es poco, cuando un aldeano le hablaba a su calabaza. Aquí en la Mancha, Shakespeare hubiera escrito Hamlet con un melón en lugar de la calavera. El verano se derrama en fruta y arcenes igual que el sol agosta los campos.

Sandías y melones en la carretera son como la señal de los tiempos, el grito hondo de la tierra, la señal del vientre en los caminos. Lamenté no ver al dueño del apartado donde aparecía el cartel de sandías y melones. Los melones, en verde; las sandías en rojo. El mundo se divide entre perros y gatos, gigantes y cabezudos y sandías y melones. De pequeño me gustaba más el melón hasta que conocí a una novia que comía sandías y se orinaba por las noches. Entonces me puse a pensar y dilucidé que eran complementarios, pues el melón traía la felicidad y la sandía, pasión. Entre el verde y el rojo se hallaban las esferas y las contemplaciones, igual que la ropa interior… Y así fui componiendo mis veranos de adolescencia, en el terruño, la fábrica, el río… Un primer amor es que como la raja de sandía a la que te abocas y te afloran las pepitas. El primer polvo de la vida, un melón con jamón del que no disfrutas nada. Vendo melones y sandías, qué gran sabiduría de la existencia.

Tengo dicho y escrito que la Mancha son las alpargatas de España y la jaima de Arenas me lo confirma. Pregunté a la gasolinera de enfrente dónde se encontraba el artista. Me contestó que no lo sabía, pero que ese puesto era suyo y vendía melones y sandías como rosquillas. El caso es ganarse la vida entre el piel de sapo y la sandía más grande del mundo. El corazón es rojo de pepitas como la pulpa, flor o arcilla que escribiese Lorca en el soneto de la dulce queja. La vida se nos va entre los dedos y cuando nos queremos dar cuenta sólo nos acordamos de aquellas tardes de verano en que la abuela nos cortaba las rajas de melón y sandía. La mía se llamaba Macaria, era de Almagro y la siento en el pálpito de mis días. Es verano y la cigarra lo sabe. Por eso se desgañita. Pero la prueba del algodón son los melones y las sandías. No me valen los zumos ni los jugos. Al calor de la carretera, donde se cuecen las ideas de Quijote. Ahí anida el amor de España y el canto de la esencia y el estío.