Toreros que aplaudió la mayoría es un delicioso libro, casi descatalogado, pero que aún se puede encontrar en internet y en las librerías de viejo, del admirado Pedro Mari Azofra en el que habla, entre otras cuestiones, de matadores como Dámaso González o Manuel Benítez El Cordobés, que por un motivo u otro se ganaron mucho antes el favor del gran público que el de la crítica taurina o el de los aficionados más puristas, reacios a reconocer a esos ídolos populares que, pese a sus cualidades como matadores, no seguían la línea más ortodoxa de este arte. Pese a ello contaban con el favor del público y no hay que olvidar que la Tauromaquia es una fiesta netamente popular, ya que es y pertenece al pueblo. De hecho, ahí radica gran parte de su grandeza y su fuerza. La Fiesta fue, es y será popular o no será. De ahí que molesten tanto los intentos políticos de apropiarse de este arte. Pero eso es otro debate que ahora no corresponde...
Volviendo al tema. En su momento ponía la piel de gallina sentir a una plaza como Pamplona entonar el «¡Pepín, Pepín, Pepín!» cuando Pepín Liria toreaba, un grito de guerra que evolucionó a las banderas y los parches piratas que cubrían el coso navarro cuando hacía el paseíllo Juan José Padilla. Ahora por San Fermín, Roca es el rey (perdón por el chiste malo) y las gradas entonan su nombre como si de una estrella del fútbol se tratase. Santo y seña de la Feria de Burgos, por ejemplo, era vivir el «cumpleaños feliz» que arrancaba en la plaza cada 30 de junio cuando se abría la puerta de cuadrillas y aparecía Manuel Díaz El Cordobés. Precisamente El Cordobés padre, ahora ya se puede utilizar esa coletilla de manera oficial y legal, fue, sin duda, el diestro más destacado de esa estirpe de toreros populares, sin que ese adjetivo tenga carga peyorativa, sino más bien al contrario. Las ciudades y los pueblos se paralizaban cuando el quinto Califa del toreo se anunciaba en sus plazas. Y España entera buscaba un televisor si la corrida era televisada. En casi cualquier familia hay historias de las locuras que un bisabuelo, un abuelo o un tío hizo para poder ir a ver al Cordobés en directo al menos una vez en su vida. Sin embargo, a la afición más purista y a la crítica especializada les costó años bendecir al quinto Califa, más allá de su arrolladora personalidad o su tirón en taquillaque atrajo, además, a una nueva generación de aficionados, revitalizando el interés por las corridas de toros. Pasados los años, nadie discute, por ejemplo, la prodigiosa zurda que atesoraba El Cordobés.
el peso de la púrpura. Sin aquel tirón popular casi único de Manuel Benítez (se podrían contar con los dedos de una mano los toreros que a lo largo de la Historia han supuesto un fenómeno social a la altura del Cordobés y seguramente sobrarían dedos) la estirpe de toreros populares siempre ha estado presente en la Fiesta y en las ferias.
Uno de sus exponentes más importantes, por estadística, de los últimos años es David Fandila, El Fandi. Sobre el granadino recae el peso de la púrpura de la devoción popular, obviando claro el fenómeno de Roca Rey ante quien sí se rinde la crítica y, por momentos, la afición más purista. La perenne sonrisa del granadino, su variado capote, su poderoso físico en banderillas (curiosamente muchos de esos toreros que contaron con el favor del respetable eran también banderilleros) y su muleta bulliciosa han cautivado durante las últimas dos décadas al público de toda España.
Para muchos empresarios es la bala que nunca falla, porque el público sigue respondiendo al ver su nombre en los carteles. Y es que, más allá de sus cualidades como toreros, que serán más o menos discutidas, El Fandi tiene dos de esos rasgos que comparten aquellos diestros que atraen la atención del público ocasional (ese que, no se equivoquen, es el que mantiene la Fiesta, porque los aficionados no suman como para llenar las ferias y las plazas): la entrega en cada tarde que hace el paseíllo para no decepcionar al respetable; y un carisma personal que no se enseña en las escuelas taurinas.
Y por cierto, aunque sea en voz baja, muchos aficionados ya reconocen que El Fandi tiene uno de los mejores capotes del escalafón. No hablamos del arte de Morante o Juan Ortega o el clasicismo de Pablo Aguado o la hondura de Diego Urdiales. Se trata de variedad y suavidad, y de un temple que parece casi innato en el diestro granadino.