Pedro Torres, impulsor de las fiestas gastronómicas

José Luis Muñoz
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Pedro Torres, impulsor de las fiestas gastronómicas - Foto: José Luis Pinós

Contemplo con la imaginación un también imaginario mural o un retablo al estilo de los que tanto gustaba pintar Víctor de la Vega y en ese amplio mural encuentro, en disposición más o menos desordenada, una serie de rostros, algunos quizá desfigurados por la endeblez de la memoria, que se prestan a escenificar el propósito que ya anuncié la semana pasada, de dedicarles un poco de atención para así rescatarlos momentáneamente del olvido que ha caído sobre ellos y me pregunto por dónde empezar. Pito pito gorgorito y aquí está el primero, al azar, o quizá no tanto.

En los tiempos que corren, la gastronomía ha salido del espacio alimenticio en que se encontraba hasta hace unos años para convertirse en un espectáculo. Hay infinitos programas de cocina y productos, los chefs más prestigiosos son tan famosos como los artistas o los toreros, hay concursos y festivales, por supuesto libros de recetas y en cualquier programa de radio o TV, de cualquier tema, los presentadores encuentran el momento para introducir un reportaje, un consejo, una exhibición, una visita en torno al riquísimo y variado mundo de la cocina. Y esta misma ciudad disfrutó el año pasado de un reconocimiento como capital española de la Gastronomía, distinción que se completa este mismo año con otras actividades de promoción. Todo eso lo inventó, a nivel doméstico, un personaje llamado Pedro Torres Pacho, al que en estas circunstancias conviene recordar y, además, por el detalle de que nació, miren por dónde, el año 1924.

Era el propietario de una maravillosa casa de comidas, a la que tituló Figón de Pedro y además hizo cuestión de amor propio conseguir la gestión del Mesón de las Casas Colgadas. Ambos lugares pasaron a formar parte del selecto repertorio de los mejores restaurantes de España. En 1992 fue seleccionado como uno de los 25 establecimientos gastronómicos encargados de atender el pabellón de España en la Expo de Sevilla. En 1996, el Figón fue incluido en el monumental libro Las cocinas de España, siendo el único restaurante de Castilla-La Mancha presente en tan selecto repertorio. Al año siguiente recibió el premio nacional al Mérito Hotelero, entregado por la Federación Española de Restaurantes, Cafeterías y Bares. En 1998 recibió el premio de la Academia Española de Gastronomía y la Cofradía de la Buena Mesa, por su labor de promoción y divulgación de la cocina tradicional castellano-manchega. El 25 de junio de 2002 recibió la medalla al mérito en el Trabajo que le fue entregada en Cuenca por el ministro Juan Carlos Aparicio.

Son unos apuntes para significar de quién estoy hablando. Son los puntos culminantes de una labor iniciada muchos años atrás, con humildad y esfuerzo, cuando en 1939 ingresó como pinche en la cocina del hotel Iberia, en el que cuatro años después era ya ayudante de comedor. Ascendió al nivel de camarero dos años más tarde, actividad que le permitió aprender todos los secretos, trucos y habilidades de un oficio complejo que requiere no poco conocimiento de la naturaleza humana para conseguir alcanzar el nivel óptimo de un servicio cuidadoso, siempre atento, correcto, educado y comunicativo. Con ese bagaje profesional y con su compañero Julián García deciden abrir en los años 50 un restaurante propio, Togar, en la avenida República Argentina, convertido de inmediato en punto de referencia gastronómica en Cuenca donde, durante muchos años, fue el mejor sitio para comer, gracias a la habilidad culinaria de Adoración, la suegra de Pedro Torres. A continuación, ambos socios emprenden una tarea expansiva en la provincia, montando en Tragacete la hostería La Trucha, el primer alojamiento digno de tal nombre en la Serranía de Cuenca, como una premonición del desarrollo turístico que habría de conocer esa comarca en las últimas décadas del siglo XX. El espaldarazo definitivo vendrá cuando en 1965 reciba el encargo de abrir el mesón de las Casas Colgadas, llamado a ser el restaurante emblemático por excelencia en Cuenca. Al año siguiente inaugura el Figón de Pedro, en la parte baja de la ciudad, convertido también de inmediato en uno de los restaurantes más significativos del repertorio nacional. Ambas aventuras tuvieron una parte triste y negativa: la ruptura de la colaboración entre ambos socios. Julián García era serio y trabajador hacia dentro, nada amigo de propaganda y fastos,* totalmente ajeno a la fanfarria de la fama y los focos. Todo lo contrario sucedía con Pedro Torres, un personaje extrovertido, amigo de artistas, periodistas y escritores, en busca siempre de ser noticia.

Inquieto por naturaleza y convencido del papel que a la gastronomía debía corresponder en el desarrollo turístico, aún entonces incipiente de Cuenca, promueve y organiza un concurso periodístico, el Tormo de Oro, con el que fue capaz de despertar el interés de las primeras plumas del país. Para enriquecer la entrega del premio, concibió también una Semana Gastronómica, a celebrar cada año en el otoño, invitando a Cuenca a media docena de prestigiosos restaurantes del país a ofrecer sus cartas representativas. Durante esos años, el Figón de Pedro y su dueño, Pedro Torres Pacheco, estuvieron de manera constante en las primeras planas de los más variados medios del país y, por supuesto, en todos los de Cuenca. Según el gastrónomo Lorenzo Díaz, «la cocina tradicional española debe a personajes como Pedro Torres su vigencia, su esplendor, su permanencia en los paladares de personajes que viven la modernidad y puedo decir, sin caer en demagogias culinarias, que no he conocido figón alguno en el territorio de La Mancha donde transcurre la acción de El Quijote que elabore con mayor primor esta recia y venerable pitanza de las clases populares de nuestro país».

Abandonó su trabajo hacia el año 2000 y aunque durante algún tiempo aún continuó asistiendo a su local de toda la vida, el Figón de Pedro, de manera paulatina fue dominado por la enfermedad (el Parkinson) hasta retirarse definitivamente. Murió en 2007. Donde estuvo el restaurante hay ahora una frutería. En el resto del inmueble, un hotel sigue llevando ese mismo título.

Pedro Torres fue, sin duda, un visionario, arriesgado, atrevido, original, sugerente, dotado de un innato don de gentes, una amabilidad simpática y bonachona, con la que podía departir entre las mesas animando la tertulia de todos sus clientes, cualquiera que fuera la edad y condición de éstos. Hizo de la gastronomía conquense un espectáculo y transformó el acto de comer en una fiesta imaginativa, divertida. Los demás, los que ahora tienen fama, estrellas y soletes, son sus discípulos y seguidores.