Dentro de la sociedad, se ha normalizado un ensalzamiento de poder que abre heridas que son imposibles de cerrar, y hay veces que se paga un precio demasiado alto y más cuando estos problemas acaban con vidas inocentes, porque por más que nos intenten convencer, el amor no tiene que doler.
Esto es lo que sucede con la violencia machista, una lacra que afecta a millones de mujeres y niños en todo el mundo y que, de un tiempo a esta parte, se está intentando erradicar, aunque, por desgracia, no con el éxito deseado.
Hoy se celebra el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Contra las Mujeres y frente a esta realidad, diversos colectivos y organizaciones, como el Centro de la Mujer de Tarancón, lideran una lucha incansable para proteger y apoyar a las víctimas, educar en igualdad, sobre todo en edades tempranas y desafiar las razones por las que se llevan a cabo estas violencias, pero la principal medida siempre es que se sientan seguras y pierdan el miedo a expresar lo que es un problema que no están preparadas en muchos casos para ver. «Las víctimas pueden acudir de manera voluntaria sin saber que están siendo maltratadas, y una vez aquí, se les informa sobre sus derechos y los recursos disponibles, y teniendo la opción siempre de decidir qué hacer», argumenta Laura Arias, abogada del Centro.
Además del área jurídica, el Centro cuenta con un área social, del que se encarga Ana María Garrido; un área psicológica, gestionada por María del Carmen Alfageme; y un área laboral, supervisada por Sonia Perna. Todas son ejes indispensables para que el engranaje funcione y todas tienen el mismo objetivo que solo pueden conseguir unidas: la readaptación de las víctimas de violencia de género.
«El equipo apoya a las mujeres desde el inicio del proceso, informándolas sobre sus derechos, recursos disponibles y posibles dificultades al denunciar, y priorizando siempre su decisión personal de dar ese paso», subraya Garrido.
Los datos siguen siendo estremecedores. 40 muertes por violencia machista durante 2024 y ocho menores que también han perdido la vida por una razón que muchas veces no se entiende ni siquiera desde el punto de vista psicológico.
«Se debe trabajar en la identificación de la violencia psicológica y emocional, ayudando a las mujeres a tomar conciencia de su situación y reconstruir su autoestima a través de un proceso de psicoeducación y apoyo», señala Alfageme.
Es por esto que desde que una mujer pone un pie dentro del centro, todo se pone en marcha, porque no es fácil para una persona tomar la decisión de emprender medidas legales en contra de alguien que ama, pero que no le hace bien, y menos cuando existen menores de por medio. «La ayuda que se les ofrece se hace sin juzgarles y nunca debemos intervenir sin su consentimiento. Es por ello que debemos dar importancia a la protección de su confidencialidad y el riesgo que tiene para ellas la toma de decisiones», expresa Arias.
Muchos de los casos que se pueden encontrar dentro de este o de los muchos centros que hay ubicados en todo el país es el de ofrecer un nuevo camino, una nueva oportunidad, una nueva forma de vivir alejada de todo aquello que lo único que les ha hecho ha sido crearles sufrimiento. «Se ofrecen ayudas económicas, programas de inserción laboral y dispositivos de seguridad para situaciones de riesgo, así como recursos para la vivienda, además de ofrecer un apoyo continuo sin presión, ya que entendemos que puede ser un proceso largo y complicado», revela Garrido.
Sin embargo, el factor psicológico es clave en el proceso, donde la cabeza juega en contra de unas víctimas que vienen con una autoestima devorada, que muchas veces es difícil de revertir hasta el último momento. «Aunque el proceso es largo y difícil, se respeta el tiempo y las decisiones de las mujeres, quienes son acompañadas en el camino hacia la independencia, sin ser juzgadas por sus elecciones, incluso si deciden regresar con su pareja después de una separación o denuncia», apunta Alfageme.
El objetivo para luchar contra esta lacra es una educación en valores y es, sin duda, una tarea no solo de colectivos, sino de la sociedad, para que la igualdad sea una realidad y no una promesa que nunca termina de cumplirse.