El curioso y atractivo castillo de Luján

José Luis Muñoz
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El curioso y atractivo castillo de Luján

No es ningún descubrimiento novedoso decir (o escribir) que nuestra provincia es generosa en la presencia de castillos, torres, torreones, espacios amurallados y otras construcciones similares, casi todas ellas edificadas en la Edad Media, alguna incluso con rasgos anteriores de influencia islámica y condenadas a entrar en la dura senda del abandono y la ruina tan pronto perdieron utilidad, al dejar de ser elementos necesarios en la incontenible capacidad humana para la guerra. Aún en tiempos de los carlistas algunas de estas instalaciones (Cañete, Beteta, Cañada del Hoyo) sirvieron para algo pero después sobre ellas cayó el olvido pero pasaron a ser unos hitos de impresionante valor en la nueva concepción del paisaje que la modernidad nos ha traído.

De todos los castillos que hay en la provincia de Cuenca, solo dos, Alarcón y Belmonte, han sido debidamente recuperados por completo con nuevos criterios y ahí están, proporcionando un maravilloso espectáculo cada vez que nos acercamos a ellos. En otros se han realizado intervenciones parciales que, al menos, han contenido el avance del proceso destructivo para dar lugar a otra dimensión igualmente interesante, porque las ruinas también pueden ser muy atractivas, al configurar un aspecto de esos edificios que ayudan a la imaginación, invitando a los espectadores a recrear unos ambientes del pasado que apenas si podemos vislumbrar a través de la literatura o el cine.

A uno de esos castillos, pequeño, casi escondido, quiero acercarme hoy porque no había vuelto a verlo después de los últimos trabajos parciales que se han realizado en él para contener el proceso de ruina y ahora lo he hecho, con lo que, de paso, he podido recordar antiguas experiencias. Se encuentra en el término de Saelices y se menciona con dos títulos equivalentes, castillo o castillejo de Luján. Sería conveniente que alguien se tomara la molestia de poner algún indicador para señalar el camino que se debe tomar (recomendación, por cierto, que sería bien se aplicaran la totalidad de los pueblos conquenses o que la asumiera la Diputación, para indicar por dónde se puede ir a los sitios de interés que hay en cada lugar), pero después de alguna pregunta no hay mayores problemas en encontrar el camino adecuado, que pasa a través de un espectáculo ciertamente magnífico, poblado primero de vegetación natural y luego la propia de la gran finca agrícola en que se encuentra inmersa la construcción, sin que falte el encuentro con un rumoroso Gigüela con un encantador puente romano.

El castillo de Luján se encuentra sobre un cerro no muy elevado y al que no hay especiales problemas para subir. Al hablar de este lugar es preciso empezar señalando que nos encontramos ante una de las construcciones más singulares y llamativas de cuantas forman el repertorio arquitectónico provincial. Ya su propia denominación popular de Castillejo nos permite adivinar que no estamos ante un elemento defensivo o militar al uso, sino que en él confluyen otras circunstancias que, aparte su forma exterior, lo vinculan más con el concepto de casa de labranza o residencia rural familiar. 

Parece que, inicialmente, era una casa fuerte medieval levantada por la Orden de Santiago, con la finalidad de guardar y defender el paso de La Garita, pero de esa edificación no hay referencias concretas. La actual es de construcción posterior al año 1550, cuando los criterios defensivos ya no tenían la importancia anterior porque aparte los inacabables conflictos dinásticos internos que sufrió siempre la monarquía, los enemigos exteriores prácticamente habían desaparecido.

El edificio principal es una casa-palacio de estilos renacentista y plateresco, con planta pentagonal alargada, rodeada de un foso. Aunque a simple vista tiene apariencia de castillo, en realidad nunca desempeñó tareas defensivas. Fue edificado en el siglo XVI y consta de un primer recinto, prácticamente desaparecido, con muros perimetrales de sillería y poca anchura, con seis torreones, uno de ellos vigía. Los muros fueron dotados de los sistemas de defensa propios de su presunta dedicación, como torres en las esquinas, troneras defensivas, el foso ya citado, pero predominan los elementos estrictamente decorativos, como troneras sin finalidad práctica. Como ocurre en otros muchos casos de esta comarca, parece que buena parte de los materiales utilizados en la construcción fueron traídos desde Segóbriga.

Ese sector principal al que ya hemos aludido, en su mejor momento se alzaba con dos plantas y en su interior aún se conserva el pozo que proporcionaba agua a los residentes, además de algunos elementos arquitectónicos, muchos de ellos de carácter decorativo, en los que se refleja la belleza renacentista que tuvo el lugar. Tenía dos plantas, la primera que se conserva completa y una pequeña parte de la segunda en las que se abren numerosas ventanas y troneras en forma de llave y cruz. En esa configuración llaman la atención unas ventanas ojivales de ladrillo, verdaderamente muy atractivas. 

Durante años fue avanzando un visible deterioro que lo hizo incluir en la Lista Roja del Patrimonio, elaborada por Hispania Nostra, situación que parece haberse contenido gracias una intervención restauradora iniciada por la Diputación Provincial de Cuenca que en su primera fase consistió en un estudio arqueológico, desescombrando el interior, para sacar a la luz las dependencias, el movimiento de tierras perimetral con el fin de descubrir la base de los muros y la consolidación y reconstrucción de muros hasta la cornisa aprovechando la piedra existente en su base. Con esta primera intervención parece que por lo menos se ha podido salvar la supervivencia del Castillejo de Luján, a falta de que en un futuro indeterminado puedan continuarse estas obras. Por lo pronto, y tal como está, es una construcción del máximo interés, ubicada en un paisaje espléndido y que bien merece ser conocida, lo que requiere, naturalmente, la necesaria (y por ahora insuficiente) difusión informativa.

Más allá, siguiendo el camino y cruzando el Gigüela, se llega a Villa Paz, la sede social y literaria de la Infanta Paz primero y de Luis Miguel Domingúin y Lucía Bosé luego. Pero esa, claro, es otra historia.