Imaginando a San Julián: proceso de canonización

Pilar García Salmerón
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Imaginando a San Julián: proceso de canonización

El proceso de canonización de una persona que durante su vida ha destacado por su imitación a Cristo abarca una serie de trámites, que comienzan con la designación del postulador de la causa, encargado de reunir la documentación precisa, que una vez valorada puede concluir con una declaración del Papa, en la que la Iglesia reconoce la santidad de esa persona. No siempre se ha seguido este esquema por la dificultad que entrañaban las comunicaciones entre Roma y los distintos lugares del mundo. Hasta el siglo XIII este proceso no exigía la intervención directa del Papa, sino que eran las diócesis, las que señalaban las personas que podían venerarse como santas. Después, se trasladaba a Roma el expediente sobre ese santo local, con el fin de conseguir el culto universal y público, y su inscripción en el denominado Catálogo de los santos. 

La muerte de San Julián acaecida a comienzos de siglo XIII, en una diócesis de reciente creación, inmersa en los conflictos bélicos de la Reconquista, no contaba con las circunstancias más idóneas para iniciar un proceso de canonización de forma inmediata tras su fallecimiento, de tal manera que el reconocimiento formal de la santidad del segundo obispo de la diócesis no se iniciaría hasta el siglo XV. 

Los restos de San Julián fueron enterrados en un sepulcro excavado en la tierra y tapado con una lápida, en la nave de San Mateo de la naciente catedral. A mediados del siglo XV, cuando comienza a celebrarse su fiesta de manera solemne, fueron trasladados hasta un altar que compartiría con Santa Águeda, probablemente en un sepulcro nuevo labrado en piedra. En el libro de Pitancería de la catedral de 1471 ya se describe y anota su fiesta en los días 27 y 28 de enero, con procesión al sepulcro, vísperas solemnes y misa de seis capas.  Todo ello incrementó la piedad popular, así como el interés por su sepultura, continuamente saqueada buscando obtener una reliquia como primer paso para que el santo prelado les concediera un favor milagroso. 

Por ello, durante el pontificado de D. Diego Ramírez de Villaescusa, el cabildo catedralicio decidió habilitar una nueva capilla para albergar sus restos y depositarlos en una urna resistente a los expolios de los devotos. Antes debían cerciorarse de que el cadáver que descansaba en la capilla de Santa Águeda correspondía a San Julián, una comprobación que se realizaría en la noche del 19 de enero de 1518, acreditándose que, tanto el cuerpo como las vestiduras episcopales con las que lo habían amortajado estaban intactos. 

Diez días después, en una nueva apertura de la sepultura, en presencia de testigos, nobles y fieles de la ciudad se evidenció que el cuerpo estaba incorrupto. Los dos canónigos comisionados depositaron el cadáver en la nueva urna de sabina, permaneciendo en el mismo lugar hasta el 1 de febrero, día en el que se celebraría una Misa solemne y procesión por toda la ciudad. El arca, cerrada con llaves, se mantuvo setenta días en la sacristía de la catedral hasta que se efectuó la definitiva traslación a la nueva capilla, cerca del altar mayor, en el lugar que hoy conocemos como Capilla Vieja de San Julián.  Durante esos días sucedieron numerosos milagros, por lo que el obispo del momento advirtió al cabildo se tomase nota y archivasen. 

El Padre Alcázar recoge en su biografía del santo más de un centenar de ciegos, cojos, mancos, tullidos, lisiados, endemoniados, pasmados, amortecidos, llagados, mudos, gotosos que sanaron por la intercesión de San Julián. Un informe con el resumen de estos milagros sería enviado a Roma, buscando la canonización oficial del prelado.  En respuesta a tal demanda, el Papa Paulo III otorgó un Breve en 1540, instando al arzobispo de Toledo a supervisar la relación de testimonios relacionados con estos hechos milagrosos. Una vez entregado el informe en Roma, se desencadenó la incoación del proceso formal de canonización, que no se llegaría a concluirse hasta 1584, cuando el Papa Gregorio XIII añadió a San Julián al Catálogo de los santos, advirtiendo que su santidad era de tiempo inmemorial en el sentir y devoción del pueblo. 

Los dos grabados que se incluyen en esta entrega corresponden a dos ilustraciones contenidas en sendos libros. El primero del siglo XVI, quizá sea la imagen impresa más antigua que se conserva evocando la figura del santo. En Cuenca, como en la mayoría de diócesis importantes, y Cuenca lo fue durante los siglos XV y XVI, se realizaron impresiones de libros litúrgicos. En 1537 se editó el Missale mixtum secundum ordinem et consuetudinem alme Ecclesie Conchensis, confeccionado en Alcalá por el impresor de aquella universidad. En una de sus páginas aparece este grabado con San Julián revestido de pontifical enmarcado en el paisaje conquense. 

El segundo grabado pertenece a otra publicación editada también en Alcalá en 1760, fecha en la que los restos de San Julián fueron trasladados desde la Capilla Vieja a la Capilla del Transparente. El acontecimiento se vivió con gran intensidad en la ciudad, organizándose diversos actos en honor del santo, entre ellos la impresión de un Panegírico, que en una de sus páginas encierra esta imagen de San Julián ofreciendo una limosna a un pobre lisiado.