El PSOE es un polvorín

Pilar Cernuda
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El cupo catalán y la crisis con Venezuela siembran las dudas sobre el Gobierno de Sánchez, que se aferra al congreso de su partido en noviembre para diseñar un Ejecutivo afín para el resto de mandato

El PSOE es un polvorín

La imagen de unidad no es real. Las sonrisas de suficiencia propias de quien se siente superior a los demás, así como los casos de sumisión incondicional al líder, no se corresponden con lo que hoy se vive dentro del PSOE. Eso no significa que el grupo vaya a saltar por los aires o que pueda producirse una revolución en el congreso de noviembre que provoque la salida traumática del presidente del Gobierno. No. Pero empiezan a advertirse gestos indisimulados de contrariedad. 

Fue duro aceptar la ley de amnistía, pero el equipo de Moncloa supo vender eficazmente que era un asunto clave para sentar las bases de una nueva forma de convivir en paz y sin estridencias la sociedad catalana con la del resto de España. Ese argumento apaciguó las inquietudes de quienes no veían con buenos ojos las cesiones a los independentistas.

Pero, a principios de 2024, los casos Ábalos y Koldo, y semanas más tarde más el de Begoña Gómez con sus másteres de la Complutense, el hermano de Sánchez y su residencia en Portugal, más una lista inacabable de recursos a jueces, hicieron revivir el malestar. A ello se sumó la actitud del fiscal general del Estado, al servicio del Gobierno fuera lo que fuese lo que le pidiera, más la puesta en marcha de una serie de iniciativas supuestamente destinadas a una regeneración democráticas que pretendía meter en cintura a jueces y periodistas empeñados en ejercer su independencia profesional, revolvió la conciencia de un número considerable de socialistas que, hasta entonces, encontraban siempre justificaciones con las que sortear sus dudas. Hoy, el círculo de Sánchez teme que si surge una figura dispuesta a denunciar abiertamente que ciertas propuestas del líder del Ejecutivo son inaceptables, se pueda abrir la espita que haga saltar todo por los aires.

En ese clima confuso y nada edificante, se reabrió la pesadilla catalana al empeñarse Sánchez en convertir a Illa en presidente de la Generalitat. Fue a por todas, dispuesto a pagar el precio necesario. Fue muy alto y lo puso ERC: concierto económico. El Gobierno lo aceptó y puso de nuevo en marcha la máquina monclovita para que encontrara la manera de desmontar la idea de que se trataba  de un concierto económico, inventándose que era una fórmula de financiación «singular». No coló. Como ha ocurrido en otras ocasiones en las que Sánchez ha intentado hacer comulgar a los ciudadanos con ruedas de molino. 

El PP se movió como nunca antes lo había hecho, sacó a relucir el concepto «desigualdad entre españoles» y cómo favorecer económicamente a los catalanes se haría detrayendo fondos del resto de las regiones, que verían mermados sus servicios sanitarios y educativos. Empezaron a temblar los dirigentes regionales socialistas, con Lambán y Page a la cabeza. Pero no fueron los únicos, ya que los restantes líderes autonómicos, excepto los de Navarra y País Vasco, empezaron a mostrar las uñas.

Coincidió con el anuncio de Sánchez de que adelantaba el congreso del PSOE a noviembre, y numerosos socialistas empezaron a darse cuenta de que se trataba de una huida hacia adelante de un presidente en situación crítica. Los  independentistas no rebajaron ni un ápice sus exigencias. Puigdemont llegó a Barcelona sin la menor intención de presentarse ante el juez. La dejadez de los mossos al dejarle escapar causó estupor e indignación a partes iguales.

 En ese clima de desazón, donde numerosos socialistas se preguntaron si tendrían razón los que dicen que Sánchez no quería a España, se produjo la crisis de Venezuela.

Conceder asilo político a Edmundo González fue lo único positivo que hizo el presidente, pero todo lo demás fue una sucesión de errores. El Gobierno se limitó a exigir una y otra vez que Maduro entregara las actas con los resultados, mientras emblemáticos de la izquierda latina se negaban a reconocer el triunfo del chavismo y buscaban una fórmula para desbloquear la situación. El ministro Albares se oponía a considerar dictadura a la Venezuela de Maduro, pero la ministra de Defensa, Margarita Robles, sí lo hizo. En esa situación tan incómoda para Sánchez, la Eurocámara aprobó una declaración en la que reconoció a González como presidente legítimo del país suramericano. Los socialistas españoles votaron en contra. 

En plena crisis se supo que González denunció que para salir a España y recibir asilo político recibió en la Embajada española la visita de Delcy y Jorge Rodríguez, que le amenazaron para que firmara un papel reconociendo a Maduro. La credibilidad de Sánchez se desmorona a velocidad de vértigo. 

Muchos nervios

En la familia socialista va in crescendo la preocupación. Se nota desde la lejanía la descoordinación en el sanchismo. A ello se añade que la obligada salida de Teresa Ribera del Gobierno obliga a cambios en el mismo, y aparecen los movimientos habituales para intentar coger sitio en la mesa del Consejo de Ministros. Las filtraciones provocan mayor desazón, porque mientras unas voces anuncian una remodelación profunda, otras aseguran que Sánchez solo pretende encontrar sustituto para Ribera. Pero hay nervios.

El congreso del PSOE significa que se reestructurará la Ejecutiva y el Comité Federal, y la lucha por situarse en los órganos de dirección es a muerte. En Andalucía, todos los ojos se centran en Juan Espadas, el actual secretario general, que suma malos resultados. Si algunos apuestan por su relevo, otros en cambio creen que si es sustituido se abre una lucha por la sucesión que puede provocar malos mayores.

Hay nervios en Galicia, donde el partido de Besteiro se encuentra muy tocado por el sorpasso del Bloque. En Valencia, Diana Morant no solo no acaba de asentar su liderazgo, sino que sus detractores exigen que deje el Ministerio de Ciencia para dedicarse en exclusividad a potenciar al PSOE valenciano.

Tras la cita de noviembre, se celebrarán a lo largo de 2025 los congresos regionales, lo que tendrá muy en cuenta Sánchez a la hora de diseñar el nuevo Ejecutivo nacional. Se avecinan cambios, aunque los secretarios generales se eligen a través de primarias. Pero el apoyo de Sánchez suele ser decisivo. 

Tudanca pierde peso en Castilla y León. En Castilla-La Mancha, Page continuará dando vara al presidente porque es el único socialista que ha ganado por mayoría absoluta en su región, donde gobierna. En Aragón, Lambán no pierde ocasión de expresar su absoluto desacuerdo con Sánchez. En Madrid, Juan Lobato intenta mantenerse, aunque no es el candidato de Moncloa. Del mismo modo que se impuso en el congreso anterior, aspira a la reelección, pero el Ejecutivo está volcado con el actual delegado del Gobierno de Madrid, Francisco Martín. Y tiembla el secretario general de Extremadura, muy vinculado a la complicada situación que vive el hermano de Sánchez.

La pieza de caza mayor es Santos Cerdán, todopoderosísimo secretario de Organización. Hombre de plena confianza de Sánchez, ha realizado delicadas operaciones. Sin embargo, tiene detractores por su carácter, pero fundamentalmente por la relación que tuvo con Koldo García, ya que fue quien le trajo a Madrid y lo promovió hasta convertirse en el hombre para todo de José Luis Ábalos.