«Yo estuve en el bautizo de este muchacho». Así me presentó mi padre a Jesús Mateo Navalón: por entonces el muchacho era yo y Jesús un hombre joven, hecho y derecho, acercándose a la primera plenitud, recién casado con su Mari Carmen y con todas las ilusiones intactas, aunque jamás las perdiese ni en el manriqueño arrabal de senectud.
Tenía la mirada penetrante, limpia e ígnea; irradiaba decisión, personalidad. Y escuchándolo hablar te envolvía en su liderazgo evidente, hasta obsequiarte con una generosa transfusión de conquensismo en vena.
Pero mucho antes, años cuarenta y tantos, él fue un crío nazareno, un niño Jesús con túnica cumplida, el capuz bien remangado a la antigua y asiendo sus párvulas manos la liviana y cilíndrica vara rematada por la bola y la crucecita sencilla. Es que es así como empezamos, como se nos enseña. Alguien le sacó una foto que es reliquia y aquí mostramos.
Jesús Mateo NavalónY aunque hoy, entre las múltiples y espléndidas facetas de Jesús, solo me circunscriba a la Semana Santa en imposible extracto, aún así precisaría una extensión tendente al infinito como las filas de una Procesión ideal, y me toca regatearle páginas y espacios a mi amigo director Leo, y mira que te entiendo, mas no hay pero que valga.
Por supuesto que ya hay cosas contadas, y muy bien, sobre él, máxime desde su tránsito (que es la palabra justa), perennes en la red; destaco, por lo íntimo y completo, el conmovedor repaso en imágenes, con delicada y medida música, que circula libre en YouTube y con enlace desde eldiadigital: cuatro minutos y medio para la eternidad. No os lo perdáis.
Y aquí haré por aportar, escritas, algunas vivencias mías con él, escogiendo detalles y momentos, sin perjuicio de querer volver, con Dios y ayuda, en un futuro incierto y azaroso como las marzadas serranas y los abriles húmedos. Ojalá.
Jesús Mateo NavalónPara empezar, me centraré en el cuatrienio ubérrimo (1979-83) con Jesús en el Ayuntamiento y, a su través, en la Junta de Cofradías. Echaron el resto y pusieron a Cuenca en su sitio: a la cabeza, bien alta, no altanera, con las otras grandes de España; sin complejos y con toda nuestra valía y valentía.
Así fraguó la Declaración de Interés Turístico Internacional, para la Semana Santa y para la Semana de Música Religiosa. Da gloria bendita releer el BOE de 16 de febrero de 1980, con nosotros ex aequo en la pole position y es una lastimica (palabra conquense de mi abuela Esperanza) contemplar el devaluado panorama actual del abaratado estatal galardón, igualando por abajo para contento de gerifaltes locales influyentes y con tomatina incluida. Pero el decanato, primus inter pares, no nos lo quita nadie.
Me voy ahora con la Música a nuestra parte, de marcha con mis marchas; por lo civil y por lo militar. Es que revisas la selección mundial, o sea, las Bandas que vinieron, y los más jóvenes alucinan en colores, hasta colmar el arco iris nazareno. Y a los que vivimos aquello se nos eriza la piel y empañan, más en mi caso, los ojos soñadores. Escucha cómo suenan: La Marina (como un órgano, me decía Aurelio Cabañas), Brunete, la Legión, Infantería de Toledo, el memorable Inmemorial, Tierra, Aire… Ah, y Pavía, esas cornetas roncas de los húsares por la Audiencia, dialogando con los metales de la Benemérita. Por encima de todo, la Guardia Real de azul de gala con Don José López Calvo al frente, los agudos pífanos y aquel Miserere tremendo cantado por los músicos cual si fueran los de la Filarmónica vienesa en la Musikverein, pero es que esto era Cuenca, Jueves Santo, del 83, en el Bulevar y en Carretería, pregonando eternidad al horizonte de estrellas. Inigualable. Jesús entraba y trajinaba en los cuarteles como por su casa, con Pedro Yuste y con Julián Espada a su vera, derrochando entusiasmo hasta conseguir lo inverosímil. Siempre. Y ganamos.
Jesús Mateo NavalónAquella Junta de Cofradías, la de Don Santos y Eduardo Fernández Palomo al frente, premió a Jesús Mateo, nombrándolo Miembro de Honor, con medalla y placa. Hizo justicia.
Y, al paso, acompasado, salgo y resumo lo de Jesús (Mateo) y La Santa Cena: su anhelada recuperación. Varios luego se la apandaron ufanos a logro conseguido, pero él se batió como un jabato el cobre, de la mano con Andrés Moya, carismático alcalde a quien de por vida le fue leal. La clave estaba en los dineros precisos, imposibles para la Junta cofrade. Los puso enteros el Ayuntamiento por decisión del tándem que solo discutía, y poco, para el concurso del cartel oficial: un año La Agonía y otro Los Espejos, y en paz.
Jesús ligó con maestría al Consistorio y a la Mesa de Solera. Dejo, a mi pesar, detalles ciertos y curiosas anécdotas: es que no me caben, como tampoco cabía por los Arcos de la Plaza, dijeron otros, el Paso proyectado por Federico Coullaut-Valera al alimón con su hijo Lorenzo (Covatelo), cuya maqueta después adquirió el radiofonista Luis del Olmo; hubiera bastado variar la disposición leonardesca de las tallas exentas.
Se eligió, al fin, a Salvador Octavio Vicent (el nombre de Octavio se lo añadió al de pila), que replicó, casi del todo, la versión oriolana de Enrique Galarza Moreno, con el permiso de éste, gran desconocido aunque con vínculos hasta familiares con Cuenca por la rama Ortí (y artísticos: Las Angustias de la Ermita, trabajando para Rabasa). Mucha tela hay que cortar y no sé si me dará.
Yo acababa de entrar, funcionario, por oposición libre, en el Ayuntamiento, y Jesús me ordenó redactar el contrato con Vicent. Claro que lo hice, de mil amores; además me correspondía como responsable jurídico a la vez de Urbanismo y de Contratación: gracias a Dios, y a decisión mía, ya no lo soy desde hace 22 años, ni de lo uno ni de lo otro.
Me llenó el elaborar aquel clausulado. Y La Cena se hizo, y habita entre nosotros, abriendo, desde la Catedral, la bajada del Silencio con su flamante y eucarístico pregón de capuces blancos.
Hago ahora un flashback o analepsis, porque la cosa va de cine, a comienzos de los setenta. Jesús Mateo, ingeniero e ingenioso, cinéfilo y cineasta, se lanzó a la intrépida tarea de idear y rodar películas de su Semana Santa nuestra. Lo acompañaron su vecino Puigdengolas y el estupendo Isidoro Vos Saus. Con poquísimos medios y echándole arte al amor, fueron capaces. Primero, con Viernes Santo en Cuenca" y, de seguido, con "Procesiones de mi Cuenca abarcando del Martes al Jueves. Ahí están, testimonio bello y exacto.
Se proyectaron, recién hechas, en el extinto salón de actos de la Casa de Cultura, el mismo que vivió pregones memorables como el de Acacia Uceta (1971). Aquello estaba abarrotado y yo, estudiantillo, de pie y atrás del todo, casi fuera, me las pude apañar entre la montonera, para ver algo estirándome. Y sentir.
El nazareno de Cuenca lo es de la Semana Santa entera y verdadera, de Domingo a Domingo; en realidad toda la vida, que trasciende la propia. Y dentro de eso, en los adentros, tienes un rincón especial para las hermandades que te vienen por herencia familiar y flechazo fulminante.
Cito las cuatro de Mateo Navalón, da igual el orden, pero empiezo por el Cristo de la Luz, seguro de acertar. Con Él gustaba de mostrar demostrados galones: «Yo fui bancero desde los 16». Fue. Es. Y, claro, esto te lleva de suyo a La Magdalena, tú y tus hijos, Jesús y Eduardo, y tu hija María, que la recuerdo yo de chiquitina rubia samaritana; luego tus nietos, Samuel y Sara, Blanca y Eduardo que tiene seis añetes. Y el rito de la foto en casa, alrededor del patriarca.
Hubo un Martes curioso. A punto de sumarse a la humana corriente camino del inicio, los Mateo vieron venir, en plan turistas de incógnito, por la acera de Las Camelias, a Pasqual Maragall y su esposa Diana. Jesús se lanzó a por ellos, identificándose, mandó a sus huestes del capuz por delante y se aprestó a ejercer no de cicerone, sino del Cicerón original, facundo y fecundo.
Quietos ahí, media vuelta y para arriba. Luz María y yo estábamos en San Andrés para ver salir desde dentro a La Esperanza y allí llegó la comitiva, con la pareja catalana boquiabierta, mientras sonaban tambores cercanos. Historia que tú hiciste, con el alcalde olímpico de nuestros charnegos, esos que todas las primaveras andan pidiendo una tregua para volver a su Cruz.
Y sigo, con la Soledad, de San Agustín. Es que era la de su padre Vidal Mateo, impresor y, por ende, ilustrado, yerno del abuelo Genaro, el materno, éste casado con Rosa, guapísima según me narraba Salvador Zanón. Fijó sabiamente Rafa Pérez para su Procesión del Cielo (Pregón del 86), la intemporal imagen de Genaro Navalón cerrando la fila penitente, en retaguardia, custodiando, y cerca de la Banda. Y así lo hacía Vidal, con negro capuz, en esta Virgen del alba. Yo añadí al año siguiente lo de que «huele a pan tierno, recién hecho, por las viejas tahonas». Ninguna tan antigua como ésta de Las Torres, la de ellos, en la manzana familiar, mágica y supérstite. Clareaba allí la amanecida del Viernes más Santo. Y los veteranos, hogaño, seguimos llamando al rodal el Horno de Genaro.
Paso, sin respetar cronología, al Ecce Homo, de San Miguel. Lo tenía embelesado. No faltaba a los traslados del jueves de Pasión, románticos y devotos, con la Imagen recortándose por la Calle Pilares y rozando lo inverosímil en Las Armas, hasta la Iglesia sobre el Júcar. Y voy a memorar aquí un Miércoles especial.
Subiendo por San Martín me junté con Jesús Mateo (hijo, ahora padre), ya revestidos ambos, en pos de la Procesión. Se nos hizo corta la cuesta y la conversación. Acababan de comprarse casa en San Pedro, 2, esquina a la Plaza, y Jesús (padre, siempre) estaba asomado al balcón castizo: con su túnica granate ceñida, la cuidada barba cana y su porte solemne, semejaba un monarca medieval, acaso Alfonso VIII redivivo. No es que me invitase a subir; me lo mandó.
Nos merendamos un jugoso bocadillo de lomo con tomate y salimos ambos a ese mismo balcón de privilegio. Y al fondo apareció el Guión de La Amargura, la del azul tarde en el azul noche. Se fueron estirando las filas, celestes, celestiales, hasta ganar la Plaza entera y girar hacia Palacio, marcando camino de albura y luz. Se hizo un silencio absoluto, increíble, cierto. Avanzó el Paso y yo no quería que acabase aquello, porque era místico, sanador, divino; una mariana Transfiguración. Cuenca en la gloria. Con Dios. Así fue. Y será.
Me queda, de las cuatro, Jesús del Puente: Jesús de Mateo Navalón. En el álbum predilecto tiene fotos de adolescente con su tulipa y el escudo del 'JHS' bien visible, a mucha gala y honra. Llegó, al filo de sus ochenta, a ser Hermano Mayor Presidente, por riguroso turno, algo dificilísimo, si no inalcanzable para casi todos, entre los que me cuento. Recuerdo de ese año su ilusión desbordada y el brillo en sus ojos al empuñar el Cetro antiguo. Ya eran demasiadas horas las de un Jueves completo, de tarde a noche, al paso del Nazareno que anda; se vistió para la posteridad, con la capa morada, y cedió su puesto en el lento desfile a su hijo Eduardo. A éste lo he tenido además, bien cerca mío, en el banzo, hombro izquierdo; impecable cumpliendo, sabedor de cómo es esto: callados de principio a fin, de puente a puente; horquillas mudas; paso corto. No lo llevamos: nos lleva Él.
Conforme avanza la vida, las amistades más añejas todavía se estrechan. Y con Jesús yo sumé al mío el puesto de mi padre Miguel. Conservamos los ritos y añadimos otros: así, a media Cuaresma, la visita a su casa, donde yo le llevaba mis escritos y él me esperaba, rodeado de libros por todas partes, con la botella del 'resolí' (así, con acento) recién hecho y envasado. Casi todas, obviamente, fueron degustadas a conciencia, compartiendo paladeo y vapores, oloroso deleite, sabor a Cuenca, con mis primos los Briz Escribano, o los Morón.
Pero algunas las he querido conservar sin abrir. Y sobre el liso mármol de la vieja cómoda en cuyo vientre duermen, entre saquitos de espliego y trozos de sabina, los capuces bien doblados y las planchadas túnicas, yo tengo un altarcillo, con fotos y, detrás, en fila, etiquetadas, 'Mateo 2010', '2012', 'Bodegas Jesús Mateo e hijos, Cuenca, 2019'...
Asumió Jesús con entereza la enfermedad que no le recortó las alas del espíritu. Acudía a rezar a la Capilla de San Esteban, consciente y tranquilo. No vaciló su fe. El Viernes Santo de 2023 nos hicimos la última foto juntos en El Salvador, entre nuestros Cristos a punto de salir al mediodía; entraba a raudales por el portón abierto la luz de la exultante primavera.
Luego amagó despaciosa la tarde; pronto la noche de certeros presagios. Amén de la familia más directa, no le soltó la mano Antonio Rodríguez Sáiz, la dignidad hecha hombre, su íntimo desde la niñez, Toni y Susi sólo entre ellos.
Llegó el final, apenas el humano, en paz y en su lar. Jesús Mateo Navalón nació en Cuenca, el 8 de junio de 1940. Y en Cuenca también, privilegio divino, entregó su Alma al Señor el 13 de octubre de 2024. Se unió su dedo con el del Creador, como en el fresco de Miguel Ángel en la Sixtina. Clamaron mil silencios las pinturas murales de Alarcón. Quedó expectante el Ágora; guareció su calidez el Horno. Pervivirán. Y Mangana dobló.
Reposan sus restos, los mortales de quien ya es inmortal, en San Isidro, en el Camposanto de Hermanos, pues lo era de pleno derecho, y muy cerca de Federico Muelas, de Zóbel y de Luis Marco Pérez; sobre todo, para él, de Miguel Zapata: los Mateo se emplearon a fondo para hacer cumplir la última voluntad de su genial amigo artista; era de Ley.
Es que no hay un sitio mejor: en la Hoz sobre las risqueras, con Cuenca al costado y el Júcar a los pies. Allí donde casi se besan Tierra y Cielo.
Y lo crucial, de cruz, ya lo sabéis y escrito está: el Alma en vuelo. Nazareno de Cuenca para siempre.