Cada una de sus pinceladas desafía las leyes de la lógica. Posee una bella habilidad para traducir lo intangible en colores, formas y texturas. Es un talento innato que se convierte en una enorme colección de más de un millar de obras. Todo es surrealista para Alberto Malo, uno de los mejores pintores de la tierra conquense, gracias a una infinita imaginación que siempre le lleva a más allá.
Desde que «tenía conciencia me ha gustado dibujar y pintar». A los doce años ya contaba con su primera obra y dejaba atrás un «sinfín de bocetos». Cualquier idea encontraba un sentido en su mente. El hecho de no recibir la nota más alta en plástica le empujó a «mejorar para ser mejor». Sin embargo, pese a esa extraordinaria y reconocida destreza, nunca llegó a pasar por una academia. En cambio, todo el talento que atesora es resultado de perfecionarlo en base a «leer, viajar, probar y pintar mucho». Y es que uno busca la inspiración donde la encuentra, cueste lo que cueste. En este caso, este conquense tiene mucha influencia de Pablo Picasso y Salvador Dalí, así como de artistas menos conocidos del siglo XX.
Su obra es «viva, porque desde el boceto hasta el final ha cambiado casi todo por completo, ya que no me gusta ceñirme a algo en concreto». Y es, a juicio de Alberto, siempre «hay que tener ideas y dejar que esté todo abierto, porque los cuadros empiezan de una manera y concluyen de otra bien distinta». Basta con ver su arte para comprobar que no hay un tema claro o conciso, «porque todas contienen muchos conceptos». Ese es, precisamente, uno de los objetivos que persigue, como es «invitar al visitante a reflexionar sobre mis obras». Que le «cueste un poco y que no sea algo sencillo de entender de apenas unos segundos», detalla.
Pese a tener muy claro que su soporte era la madera, ahora dedica todos sus esfuerzos al lienzo. «Jamás pensé que acabaría haciendo grandes obras con el propio lienzo, porque la pincelada cuesta más, mientras que con el tablero es más ligera». Pero al final «cambié, es un proceso natural». Tampoco creía que iba a centrarse ahora en una nueva e innovadora técnica: el origami. Una modalidad que le «encanta», ( arte que consiste en el plegado de papel para obtener figuras de formas variadas), y con la que prevé «sacar muchas obras el próximo año». Tiene un «enorme curro», pero el resultado es «maravilloso». Eso sí, algo que tiene muy claro es que no puede separarse de la pintura acrílica. Otra de las curiosidades es que no tiene estudio de colores, «porque no tengo ese interés de conocer las gamas, sino más bien ir a las tiendas y sorprenderme con los propios colores».
En su trayectoria, Alberto Malo asegura que «dicen que soy un gran dibujante, pero yo no me considero como tal». También recalca que «dibujo mejor con un pincel que con un lapicero». Una decisión que le lleva a enviar todos sus bocetos a Irlanda, porque él se pone directamente manos a la obra con los pincele, partiendo desde cero. Todo está en su cabeza. Dependiendo de su inspiración y concentración tarda más o menos en estampar su firma como punto final de la obra.
Por desgracia, teniendo muy claro que «la gente no valora realmente el arte», nunca ha podido dedicarse por completo a explotar su talento porque «no puedo vivir de ello de forma profesional». Es algo que tampoco le preocupa en exceso y no lo anhela por completo, «ya que no espero nada, si algún día surge, tiene que venir solo». Lo que sí desea es poder exponer su extraordinaria creatividad en la Sala Iberia. Aunque si tiene que elegir algo, en concreto, es «tener siempre la capacidad de poder seguir creando». Eso es «suficiente para mí».