Y luego hablan de la increíble permanencia de Putin hasta 2030 y del más increíble aún posible retorno de Trump a la Casa Blanca; aquí, sin ir más lejos, tenemos nuestras propias historias para no dormir. Véase, si no, esa pesadilla llamada Carles Puigdemont, el fantasma que está a punto, parece, de aterrizar en suelo patrio, mientras algunos, lo que nos faltaba, le gritan: "vuelve, Puigdemont, que te perdonamos". De locos, sí.
Como decía el clásico Anson en sus impagables comentarios: no se habla de otra cosa. Sí, el retorno de Carles Puigdemont con el que amenaza su abogado, Gonzalo Boye, irrumpe no solo sobre la precampaña electoral catalana, que ya ha comenzado, sino en el ambiente que huele a urnas -tres momentos de acudir a ellas en cincuenta días-en toda España. Todos hablan del quizá inminente anuncio del fugado en Waterloo de que se presentará a las elecciones para presidir la Generalitat de Catalunya, "aunque le detengan". Claro, ese retorno, le capture o no la policía a su llegada a tierras catalanas, será una cerilla más encendida en el polvorín a punto del estallido total que es la política española. ¿Qué podría agradar más al ex president que un estallido que ni en las Fallas valencianas?
De nuevo, el escándalo final en manos de Puigdemont, que ha consumado el primer paso hacia su amnistía -falta la tramitación, dos meses de aúpa, en el Senado-y que debe estar gozándola desde su refugio belga, viendo cómo pone en un aprieto a sus no muy queridos 'socios' socialistas, a sus rivales de Esquerra, a sus enemigos de los tribunales, incapaces de ponerse de acuerdo sobre si podrá o no regresar a hacer campaña en las provincias catalanas, si es que decide al fin presentarse. Claro que estas vacilaciones legales son casi lógicas si tenemos en cuenta que, por ejemplo, el dictamen de la 'Comisión de Venecia' sobre la amnistía ha sido saludado por el PSOE como un "aval" a las tesis del Gobierno, mientras el PP lo considera un "varapalo" a estas tesis 'amnistiadoras' del Ejecutivo. No hay conciliación posible, y le libero, lector, de recoger los plúmbeos, falaces, argumentos de una y otra parte. Algo, en suma, absurdo.
De manera que así estamos: esperando a Godot, que es una obra del teatro del absurdo de Beckett, definida así por mi 'asesor' en el chat GPT: "Una obra en la que los personajes esperan, sin saber exactamente qué esperan ni por qué". Una definición pintiparada para situar nuestra espera a Puigdemont: finalmente ¿Viene? ¿Para qué viene? Bueno, mi respuesta apresurada a la primera pregunta sería: seguramente acabará anunciando en pocos días que concurrirá a las elecciones autonómicas catalanas para combatir al socialista Illa y al republicano Aragonés -que este miércoles próximo inicia su campaña en Madrid ante un foro numeroso, quizá algún ministro incluido-. Y, por tanto, seguramente abandonará, allá por junio, cuando teóricamente entraría en vigor la amnistía tras su paso traumático por el Senado, su refugio en la gris Bélgica para llegar, en plan Mandela, o en plan Casanova, tal vez no tanto en plan Companys, al dulce destino catalán.
Y, así, cree él, entonará el 'ja soc aquí' a las puertas del Palau situado en la Plaça de Sant Jaume. Que se le abrirán, podría ser, de par en par, porque, desde lejos o desde cerca, habrá sido el 'candidato estrella' del victimismo en las elecciones del 12 de mayo. O le darán quizá con esa puerta en las narices y, conducido por quién sabe qué mossos d'esquadra, se le abrirán otras puertas carcelarias. Mucho depende ahora de la labor de los jueces del Supremo. Y del resultado de las urnas catalanas, que no forzosamente serán favorables al por otra parte buen candidato Salvador Illa, que este sábado fue elegido oficialmente cabeza de cartel de los socialistas. Desde fuera o desde dentro, Puigdemont va a ser un rival duro de pelar, porque jugará a la contra, que es lo que les gusta a los del 'cuanto peor, mejor'.
Mi respuesta a la segunda pregunta, para qué viene, es inequívoca: para incrementar el ya considerable follón que pesa sobre ese caos en el que se está convirtiendo la política española. ¿Qué mejor papel puede representar alguien como Puigdemont que exacerbar las contradicciones de un Estado al que odia y que carece de una legislación y de una voluntad suficientes para defenderse? Es el gran momento del teatro pánico de Jodorowsky y de Arrabal; del surrealismo de Magritte, del absurdo de Beckett y de Ionesco. Todo lo que la lógica no entiende va a confluir en el retorno de ese personaje que de ninguna manera debería haber protagonizado jamás la política española y a quien, sin embargo, alguien le ha permitido hacerlo. Ya que hoy los protagonistas se mantienen en la opacidad y en la mentira, seguramente algún día los libros de Historia tratarán de explicar lo que ahora a muchos les, nos, parece inexplicable. Y nos quedaremos boquiabiertos, quizá tanto como ante lo de Putin y lo de Trump, ya veremos.