La mansa vida en que se desenvuelve de manera cotidiana la ciudad de Cuenca, inmersa siempre en una placidez ambiental que suele actuar como adormidera, se ha visto alterada, de forma inesperada, por el singular conflicto surgido a cuenta de las desavenencias entre los responsable de la Balompédica Conquense y el Ayuntamiento, con activa participación (en forma de comentarios, más o menos originales) de quienes creen que el césped de La Fuensanta debería ser considerado intocable y quienes opinan justamente lo contrario, impulsando, estos últimos, la idea de que el estadio, como propiedad pública que es, nos pertenece a todos y no hay motivo alguno para que sea prioridad absoluta del equipo de fútbol, cuyos simpatizantes entienden otra cosa y más ahora, después de los fastos celebrados tras el ascenso blanquinegro a la segunda categoría federativa.
La controversia, como sin duda conoce todo el mundo, ha surgido cuando la autoridad municipal, en contra de lo que había anunciado apenas unos días antes (autocontradecirse es una costumbre que ya forma parte del habitual comportamiento de los responsables de la cosa pública) ha vuelto a autorizar que sobre el delicado césped de La Fuensanta se despliegue toda la parafernalia propia de los conciertos veraniegos lo que derivará, como demuestra la experiencia, en un considerable daño sobre esa delicada mata verde y ello ocurrirá en vísperas de que empiece la Liga, obligando, de paso, al propio Ayuntamiento, a un notable despliegue de medios técnicos y económicos para corregir el desaguisado. La cosa, dicha así, tiene evidentemente unos ingredientes que nos llevan hacia el absurdo. Para completar la estrambótica situación, la directiva blanquinegra ha salido por peteneras, adjudicándose un papel de soberbia subida que sin duda no le corresponde, pues en estas polémicas es mejor actuar con sentido común y espíritu conciliador, no dejándose llevar por la calentura del momento y menos como, según parece y cuentan, hay algunos trapos sucios internos que conviene lavar antes de ponerse exquisitos. En ese ambiente, la amenaza de no inscribir al equipo para que juegue en la nueva categoría se parece mucho al chantaje que suelen aplicar los grupos independentistas catalanes para conseguir llevar adelante sus caprichosas exigencias que, como sabemos, nunca tendrán fin.
Es curioso que en el ruido provocado por este doméstico suceso no se ha planteado (o, al menos, yo no lo he oído ni leído) lo que a mi juicio debería ser un elemento sustancial en la problemática que estamos comentando, a saber, la inexistencia en Cuenca de un recinto ferial en condiciones, tal y como existe en la mayor parte de las prósperas ciudades de este país e incluso en una buena cantidad de pueblos de cierta importancia. Y ello es tanto más sorprendente si tenemos en cuenta que realmente el proyecto existió e incluso se dieron los primeros (y desgraciados) pasos. Como resultado de aquel intento nos queda, bien visible a la vista de todos, el extraño mamotreto acristalado conocido coloquialmente como Bosque de Acero y que no es sino la única e ínfima parte construida de lo que debería ser un recinto ferial en condiciones. El proyecto fue presentado en 2004 como obra del arquitecto Rafael Moneo, aunque realmente no lo firmó él, sino su hija Belén; las obras se iniciaron en 2007 sobre una superficie de 57.430,43 metros cuadrados, con el objetivo de construir un pabellón central acristalado con aforo para un millar de personas, una zona ferial de carácter multiusos, un auditorio al aire libre con capacidad para nueve mil personas, un teatro para mil espectadores, un lago artificial navegable con botes de recreo además de zona de bares, pista de patinaje y la urbanización del espacio circundante, con amplios aparcamientos. El problema es que se inició la casa por el tejado, poniendo en marcha las obras de lo que pensaron sería la parte más vistosa del complejo, pero también la más inútil. Si quienes entonces tenían la capacidad de tomar decisiones hubieran actuado con sentido común, se habría construido primero alguno de los otros sectores de verdadera utilidad y de esa manera hoy estaría disponible ese magnífico auditorio al aire libre, con capacidad para nueve mil espectadores, en el que podrían darse maravillosos conciertos sin necesidad de machacar La Fuensanta, la Plaza de Toros, el Parque de San Julián o cualquier otro sitio urbano inapropiado para tales funciones.
Lo extraordinario, desde mi punto de vista, es que después de veinte años desde que se inició aquella aventura, la ciudad de Cuenca se encuentra en el mismo sitio o sea, con la misma necesidad, sin que en todo este tiempo a la autoridad municipal (y van ya seis corporaciones desde aquella) se le haya ocurrido poner en marcha un mecanismo alternativo para construir un recinto ferial en condiciones, incluyendo la buena dotación de servicios necesarios entre los que debería figurar ese espacio abierto susceptible de ser utilizado para la celebración de actos multitudinarios. Con lo que llego por mi cuenta a la conclusión de que lo conveniente para resolver este problema, si no de forma inmediata, sí para el futuro, es que quienes tienen la capacidad de pensar, planear y proyectar, se pongan manos a la obra para dotar a Cuenca de una instalación de este tipo.
Y así, de paso, incluso es posible que se de alguna utilidad, aunque sea de carácter simbólico, a ese inútil edificio, el Bosque de Acero, inapropiado para cualquier utilidad práctica, como lo demuestran las sucesivas ideas que en él se han intentado, con la consecuencia de que ninguno de los promotores de tales iniciativas ha tenido ganas de volver a repetirlas, tras constatar cada uno de ellos la inadecuación de semejante espacio.