En los anales de nuestra historia local no figuran muchos personajes que legaran su patrimonio con la finalidad de crear una institución encaminada a procurar instrucción elemental gratuita a los niños. En estas líneas se tratará de recordar a varios benefactores, que estimaron como el mejor destino para sus bienes, el alzado o la creación de una escuela asentada en la provincia conquense.
¿En base a qué principios y circunstancias resolvieron estos donantes otorgar un testamento solidario a favor de la extensión de la enseñanza primaria gratuita? Probablemente percibieran una necesidad apremiante. Quizá todos asumieran el mensaje ilustrado que ligaba el progreso de la humanidad a la educación. La mayoría, personas de hondas creencias religiosas, posiblemente pretendieran enseñar al que no sabe, tal y como propone la Iglesia. Otros rasgos comunes los presentan como personas acaudaladas, generalmente sin descendientes directos, y con un nivel cultural alto. Todos ubicarían las escuelas en torno a localidades ligadas a su trayectoria vital, y constituirían patronatos para regular su funcionamiento y asegurar su pervivencia.
Para enmarcar el asunto, conviene recordar que la ley educativa más importante del siglo XIX, la Ley Moyano de 1857 vigente hasta 1970, señalaba la división de la enseñanza primaria, que abarcaría de los 6 a los 12 años, en dos etapas, elemental y superior. Declaraba obligatorio sólo el nivel elemental, de los 6 a los 9 años, y decretaba que fuera gratuito para quienes acreditasen certificado de pobreza, expedido y visado por el cura párroco y el alcalde del pueblo. A los ayuntamientos de más de 500 habitantes sólo se les obligaba a mantener abiertas una escuela pública para niños y otra, aunque fuera incompleta, para niñas.
A pesar de la vigencia de estas prescripciones, a comienzos del siglo XX, la oferta de plazas escolares públicas resultaba muy insuficiente a lo largo de la geografía española. En los pueblos de menos de 500 habitantes, el asunto se agravaba, ya que muchos no disponían de ningún establecimiento docente, y los escolares debían desplazarse andando al pueblo más cercano si deseaban recibir instrucción elemental. Quizá sobre comentar que, en las localidades en las que funcionaban una o dos escuelas, resultaba imposible matricular a toda la población infantil porque no cabía en las aulas. Con la intención remediar esta situación surgirían en la provincia varias obras benéfico-educativas.
En la ciudad de Cuenca, con un siglo de diferencia, se alzarían los dos primeros edificios planteados desde sus cimientos para albergar unas escuelas gratuitas. El primero, construido por el obispo D. Antonio Palafox y Croy de Abre, (1740- 1802) a finales del siglo XVIII. En este inmueble, se instalarían las escuelas creadas por la Real Sociedad Patriótica de Amigos del País, de cuyo mantenimiento el obispo Palafox se responsabilizaría, cediendo una serie de rentas que asegurasen su continuidad. Como dato curioso destacar que, el primer edificio escolar de titularidad pública no se inauguraría en Cuenca hasta 1928, más de un siglo después del alzado de las escuelas Palafox.
El segundo edificio levantado en la ciudad se financió con los bienes legados en testamento por D. Lucas Aguirre (1800-1873), empresario y mecenas, que construiría además otros dos edificios escolares en Siones (Burgos) y Madrid. El porvenir de estas escuelas trató de garantizarse mediante el establecimiento de una fundación, cediendo para su subsistencia cuantiosos bienes de su fortuna personal. El edificio escolar fue inaugurado en 1886.
Dentro del territorio provincial, la población infantil también se vería favorecida por generosos legados. En Quintanar del Rey, la denominada Obra Pía Monteagudo, fundada en 1796 por el presbítero, D. Antonio Monteagudo, regaló un edificio para dos escuelas y casas para maestro, además de asumir el pago del salario de los docentes. Ya en los albores del XIX otros eclesiásticos de alto rango, la mayoría miembros de cabildo catedralicio conquense, destinarán sus rentas y bienes a la apertura de escuelas gratuitas de primeras letras. Se tienen referencias del deán de la catedral, que en 1808 había fundado una escuela en Altarejos, así como del arcediano de Cuenca, Cayo Cabrejano quien, en 1818, entregó parte de sus rentas para la dotación de escuelas en la capital y en otras localidades pertenecientes a su arcedianato. En el mismo grupo podría situarse la obra pía, creada por un canónigo y el lectoral de la catedral, D. Manuel Fernández Manrique y D. Manuel Aguado y Orozco, que desplegó su acción educativa en las localidades de Camporrobles y Caudete, pertenecientes entonces a la diócesis conquense. Con los fondos aportados por esta obra pía se construiría en Mira, en 1910, un edificio escolar de tres aulas.
También por iniciativa particular se abrieron las escuelas de Barajas de Melo y Pozorrubio. Las primeras, promovidas por el político y erudito geógrafo D. Fermín Caballero, natural de esa localidad, inaugurándose la de niños en 1858, y en 1862 la de niñas. De las segundas, no se dispone de datos concretos.
En ocasiones, los donantes sólo construirían o entregarían el edificio para instalar las escuelas, recurriendo al auxilio de alguna congregación religiosa para regirlas, ya que la cuantía de sus bienes no bastaba para asumir el pago del salario de los maestros. Así sucedería en las localidades siguientes: en San Clemente, Doña María Josefa Melgarejo, regaló en 1882 unas casas y creó un asilo para niñas huérfanas, que serían atendidas por las Hermanas de la Caridad, quienes además de la labor asistencial en el asilo, abrirían dos aulas. Tras sucesivas transformaciones y ampliaciones, el colegio se mantiene en funcionamiento en la actualidad. En 1903, el político y escritor, D. Sebastián de la Fuente Alcázar, fundó en Barajas de Melo unas escuelas de párvulos, atendidas por las Religiosas Concepcionistas del Asilo, con las que se ampliaba la red escolar de la localidad. En Horcajo de Santiago, las religiosas Agustinas Recoletas dirigirían un colegio fundado en 1926, en unas casas cedidas por las hermanas y vecinas del lugar, Doña Milagros y Doñas Rosa de Silva Soria, vilmente asesinadas al comienzo de la Guerra por su condición de católicas.
Por último, apuntar la magnífica labor de Doña Gregoria de la Cuba y Clemente, promotora de una fundación a finales del XIX en Molinos de Papel, así como de cuantiosas donaciones a favor de la enseñanza, de las que se ofrecerá una información más detallada en un próximo artículo. La fotografía que ilustra este texto corresponde al edificio escolar levantado con los fondos de esta fundación en el barrio de La Piojera, conocido también como barrio del Chocolate.