Han tenido que pasar casi medio centenar de días de devastadora guerra entre Israel y Hamás para que asome un halo de esperanza, no para la paz que se antoja muy lejana, sí al menos para atender las más imperiosas necesidades humanitarias en Gaza. La breve tregua pactada de cuatro días para liberar a 50 rehenes supone el mayor avance diplomático desde el brutal ataque del 7 de octubre en el que Hamás mató a más de 1.400 personas y secuestró a 240. Desde entonces la represalia ha sido una respuesta militar cruenta, que ha impuesto un terror indiscriminado, mientras la comunidad internacional mira hacia otro lado con resignación y sigue intentando mantener un difícil equilibrio entre los distintos actores enfrentados en Oriente Medio. Básicamente, porque cualquier salto cualitativo en el enfoque del conflicto entre israelíes y palestinos que sea precipitado e inoportuno podría suponer echar más leña al fuego.
Quiere la casualidad que coincida con este alto el fuego el viaje de Pedro Sánchez a la región, el primero tras su polémica investidura, y aún ostentando la presidencia rotatoria del Consejo de la UE. Todo apunta a que el presidente anunciará hoy a su homólogo israelí, Benjamín Netanyahu, y al de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, que España reconocerá en breve el Estado palestino. Durante su intervención en el Congreso la semana pasada dejó claras esas intenciones y también ese reconocimiento fue una de las principales exigencias de Sumar para rubricar el programa de gobierno suscrito con el PSOE a finales de octubre. Valga recordar que en las filas de Yolanda Díaz hay quienes no consideran que Hamás sea una organización terrorista y no son contundentes en sus condenas.
El reconocimiento de Palestina por parte de España sería poco más que un acto de apoyo político y simbólico, y tendría escaso o nulo efecto práctico, que no quiebra el tradicional apoyo español al principio de dos Estados. Empero, todos los pasos que se den en este momento exigen prudencia. Hoy es algo más que quimérico pensar en una solución política duradera, basada en dos Estados que coexistan en paz y seguridad. Podría ser un grave error actuar de forma unilateral en este momento. La primera decisión que adoptó hace dos décadas el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero consistió en retirar las tropas que se encontraban en Iraq en tareas más humanitarias que otra cosa, rompiendo todos los acuerdos internacionales firmados por España. Será difícil repetir un estreno como tal batacazo en política internacional, pero el tradicional pragmatismo afrentoso de Sánchez esparce tantas sombras sobre las motivaciones en su toma de decisiones que opaca hasta que las verdaderas intenciones de su primer viaje como presidente de este polarizante Gobierno puedan ser diferentes al pago de otro peaje político a sus socios en el recién estrenado consejo de ministros.