La gira de Zelenski por Estados Unidos y la ONU es un último esfuerzo agónico. El 'plan para la victoria', un grito desesperado. Tanto a él como a los aliados les cuesta esconder lo que ya es evidente: que la situación en Ucrania es muy desfavorable a sus intereses, que son también los nuestros.
Gane o no gane Trump las elecciones en noviembre, la presión para firmar un acuerdo se irá incrementando en los próximos meses, y escucharemos mucho eso de que Putin solo reclama el 20?% de Ucrania que ya tiene bajo control.
Pero la cifra no refleja la dimensión de la catástrofe. Hay otras maneras de verlo. Entre los refugiados, los caídos en combate y los que han quedado en territorio enemigo, se estima que la población ucraniana ha caído hasta los 25-26 millones. Antes de la guerra, eran 44.
Es como si España perdiese toda la población de País Vasco, Galicia, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Murcia, Baleares, Asturias, Extremadura, Aragón, Navarra, Cantabria y La Rioja. ¿Seguiría eso siendo España? ¿Alguien lo consideraría aceptable?
Es cierto que muchos de los que se han marchado volverán cuando se alcance la paz, pero la mayoría no lo hará. Los refugiados ucranianos están bien integrados. Gracias a las leyes migratorias aprobadas al calor de la guerra, la mayoría ya tienen trabajo. Muchas de las ucranianas que llegaron solas han encontrado pareja, y otras sufren la presión de sus hijos, en su mayoría perfectamente asimilados en las sociedades de acogida.
Incluso en los casos más dramáticos —la mitad de las prostitutas de Berlín son ucranianas, según un estudio de Der Spiegel—, no está tan claro que vayan a querer regresar a un país en ruinas, con la economía productiva devastada, traumatizado y al que nadie garantiza que no volverá a sufrir la embestida del oso ruso para arrebatarle más territorio. Que su testimonio sirva, al menos, como heraldo de lo que podría ocurrirnos al resto.