Hay realidades de las que nunca nos van a ofrecer cifras oficiales. En determinados casos se agradece, porque llegarían con tres capas de un denso maquillaje cuya textura se asemejaría al cemento. En cambio, por mucho que los responsables políticos se ocupen en ocultar determinados datos, el esfuerzo no es suficiente para esconder lo que permanece visible a los ojos de cualquiera.
En el aeropuerto de Madrid-Barajas viven decenas de personas de forma permanente en sus diferentes terminales. Algunas fuentes aseguran que ese número podría alcanzar el centenar, camuflados por el día entre el trasiego de maletas, pasajeros y entre los profesionales tanto de la propia instalación como de las compañías que operan en ella. Son personas sin hogar que han convertido la terminal en su propia casa. La cifra se incrementa considerablemente por la noche. En los últimos autobuses y metros, va llegando gente sin hogar para dormir bajo un techo y resguardarse en unas dependencias que están vigiladas las 24 horas del día. Además de cobijarse del frío en invierno y del calor en verano, tratan de evitar los riesgos y las posibles agresiones que implica vivir en la calle o en el interior de un cajero automático. Las normas que AENA recoge en sus protocolos prohíben cualquier actuación o actividad que suponga el habitar en ellos, pero, siempre que no haya incidencias o enfrentamientos, apelando a una más que justificada sensibilidad, suelen mirar para otro lado. Para sortear esa prohibición, los que pernoctan cada noche en el aeropuerto -o, directamente, llevan meses o incluso años viviendo allí-, cuando son requeridos suelen justificar su presencia nocturna con la pérdida de un vuelo o con una inexistente estancia hasta el día siguiente para hacer una conexión determinada. La mayoría son conocidos por los agentes que custodian el edificio. El Samur Social acude con una estudiada frecuencia y va capeando esta situación que no ha parado de crecer en los últimos años. El perfil de los que duermen en el aeropuerto es variopinto y cada vez se están dando más situaciones de profesionales con trabajo a tiempo completo que no pueden acceder a una vivienda. En el caso de los extranjeros, con el añadido de tener familia en el exterior a la que regularmente les envían dinero.
A este escenario se añade otra realidad que no está lo suficientemente retratada, por un falso mito que aconseja ocultar los suicidios para no fomentar el efecto contagio. Tampoco de esto hay datos oficiales, pero en el aeropuerto de Madrid se registra un determinado número de suicidios al año que es para tenerlo en cuenta. Las fuentes del aeropuerto que descubren este drama apuntan a que la mayoría de esos suicidios son de gente que vive o pernocta en las dependencias del aeródromo. Esto no debería extrañar a nadie. Según el Observatorio del Suicidio en España, esta es la primera causa de muerte no natural en nuestro país, con más de 4.000 fallecimientos al año. Además, esto es especialmente preocupante entre la población más joven: el suicidio es la primera causa de muerte en jóvenes y adolescentes entre 12 y 29 años.
Son dos situaciones que no han surgido de forma inmediata, pero son los que nos gobiernan los que tienen que hacerle frente mientras priorizan su propia supervivencia política. Cuéntales tú a los primeros si nuestra economía va como una moto o como un cohete. Y ante la segunda realidad, la evidencia: en España no hay un plan específico para la prevención del suicidio. Anunciado está, pero ni aprobado ni, por tanto, con la dotación presupuestaria que exige este desafío.