Queda Villaescusa de Haro al lado del camino, pegada a él, como para querer mostrarse ausente del tráfago humano que va por el asfalto de un sitio a otro, como si no fuera con el ánimo de la villa ese trasiego incontenible, el devenir constante del paso del tiempo que parece introducir una distorsión en lo que permanece constante, al amparo del recuerdo de la serie de obispos que aquí nacieron y desde aquí fueron a parar a diversas diócesis españolas, entre ellas la propia, la de Cuenca, donde varios (Diego Ramírez de Villaescusa en cabeza) dejaron una impronta tan duradera que sobrevive más allá de las circunstancias concretas. De aquella época mantiene su elegante presencia la iglesia parroquial dedicada a San Pedro Apóstol, en cuyo interior, como formando un aparte, se cobija uno de los más extraordinarios recintos artísticos que jalonan el mapa de la provincia. Pero no es justo poner solo la atención en el extraordinario edificio eclesial, ni en su mayor tesoro, la Capilla de la Asunción, porque ese brillo luminoso, incluso deslumbrante, puede oscurecer la atractiva belleza, el encanto, de un lugar tan interesante como acogedor.
Para llegar hasta aquí, en territorio manchego, el viajero ha debido pasar cerca, a escasos metros, de una imagen extraordinaria, la del Castillo de Haro, alzado melancólicamente en lo alto de un cerro circundado por el Záncara. Todos los castillos, puede decirse, ofrecen –sobre todo desde la distancia, cuando se les contempla con una cierta perspectiva lejana– una hermosa imagen, a la que es posible aplicar un adecuado repertorio de tópicos, pero este de Haro nos sirve de manera magnífica para ejemplificar correctamente esa rica variedad de matices. A sus pies, el molino de Escuchagrano dormita, apagadas sus muelas, cansada de trabajar la maquinaria surgida en la Edad Media, arrastrando desde entonces un mágico esplendor laboral hasta los albores de la modernidad, cuando la electricidad se llevó consigo todo este mundo. El castillo hoy no es más que una residencia familiar que pasa más tiempo abandonada que ocupada. La aldea que había existido en las inmediaciones, de carácter eminentemente agrícola, se fue despoblando paulatinamente hasta llegar al vacío total. Y así, el castillo fue quedando cada vez más solo hasta llegar a la situación en que hoy lo vemos, totalmente solitario y vacío, durmiendo un sueño permanente en lo alto del pequeño cerro que le sirve de sostén, ostracismo del que sale de vez en cuando, si alguien siente la tentación de comprarlo para usarlo como segunda residencia familiar.
Eso tiene que ver con el pasado, con historias que se remontan a la Edad Media, a los tiempos de la conquista cristiana encabezada por Alfonso VIII. El presente nos lleva de la mano a Villaescusa de Haro, situada en una zona llana, bajo la protección de varios cerros y rodeada de olivares y viñedos. Estuvo cercada y en el siglo XVI aún se mantenía en pie parte de la muralla, que había tenido tres puertas. En la actualidad y después de las modificaciones propias del paso de los años, Villaescusa de Haro conserva uno de los más interesantes y atractivos trazados urbanos de la Mancha conquense, con el añadido de varios notabilísimos edificios. Son varias y vistosas las antiguas casonas de piedra señorial, en las que no faltan rejas y blasones, además de elementos de equipamiento urbano muy interesantes, como la fuente pública y lavadero, pero también casas sencillas, normales, bien cuidadas, con gusto, ofreciendo en general un aspecto pulcro que da homogeneidad estética al conjunto.
Subsisten restos muy escasos de la antigua cerca, una torre y el antiguo hospital de la villa. El grueso arquitectónico del lugar corresponde a construcciones del siglo XVI. En una colina inmediata a la villa se levantan aún los restos de tres molinos de viento, aunque solo uno, cuya antigüedad se calcula en unos 400 años, conserva una mínima estructura. En el paseo por el casco urbano, se pueden encontrar edificios que maravillan por su noble prestancia, como el de la antigua Carnecería y Panera, del siglo XVIII, o el arco de sillería que durante mucho tiempo estuvo vinculado al Ayuntamiento.
En la calle de San Pedro, empinada y blanca, orientada directamente hacia la iglesia y sin ningún ornamento artístico de especial importancia, nacieron nueve u once obispos, que no hay acuerdo entre los cronistas sobre el número exacto. La antigua Universidad es ahora una casa rural, de patio muy abierto sobre el que mira, elegante, distante, orgullosa, una bellísima ventana gótica, mientras que el antiguo Palacio de los Ramírez sirve ahora como Ayuntamiento de la villa, a cuyas dependencias interiores se accede a través de un hermoso patio porticado del siglo XVI.
El convento de los dominicos está en trance de ser salvado, si culminan las obras de reconstrucción que inició la Diputación. Construido a mediados del siglo XVI, impresiona por el poderío de su fábrica y por la imaginada actividad de los monjes en su interior; quedan en pie suficientes restos de la iglesia, entre ellos la portada del primer Renacimiento, formada por un arco triunfal con apoyo sobre pares de pilastras y coronada por un ático con hornacinas y escudos orlados con guirnaldas, una bella composición que hace imaginar cómo podía ser el conjunto en sus momentos de plenitud. La calle inmediata sigue llevando el nombre de Huerta de los Frailes, aunque donde hubo lechugas, tomates y quien sabe qué otras gracias hortelanas habitan hoy solamente el hormigón y el cemento.
El antiguo convento de los dominicos es una pieza esencial en el recorrido urbano por las calles de Villaescusa de Haro, pero la joya de la corona es la iglesia de San Pedro, también levantada en el siglo XVI, bajo inspiración renacentista, pero en la que –y es cosa digna de ser destacada– se respetó la capilla dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, que responde a los criterios del gótico-isabelino. La fundó el obispo Diego Ramírez para que sirviera de enterramiento familiar y para ello no solo se preocupó de dirigir la obra por sí mismo, sino que además la dotó con una capellanía formada por seis religiosos, cuatro diáconos y dos acólitos. Se llega a ella por la nave del Evangelio, a través de una triple arcada adornada con multitud de labores y estatuillas; es de planta cuadrada que en la parte superior se convierte en un octógono y contiene una finísima labra de piedra en arcos, capiteles, celosía, ventanales, produciendo en general una impresión fastuosa, la que genera una obra de tales características artísticas en la que destaca, sobre todo, el impresionante retablo dedicado a una escenificación de la vida de la virgen María, para concluir en su Asunción a los cielos, episodios que se pueden seguir, con un carácter verdaderamente didáctico, a lo largo de los paneles que forman la obra, que siendo gótica, apunta ya las maneras y las tendencias que en estos momentos estaba incorporando el Renacimiento.
Villaescusa de Haro es un magnífico relicario de obras de arte pero es también un lugar encantador, con calles limpísimas y muy bien ordenadas, en las que trasciende a cada paso la pureza de su contenido y en el que, desde luego, merece la pena entrar a ver y disfrutar de su contenido urbano.