Nunca antes en el historial democrático de nuestro país nadie había osado levantar una operación populista de adhesión inquebrantable subido a lomos de una aritmética parlamentaria tan extraña como endeble. Generalmente los grandes líderes, al contrario que Sánchez, ganan elecciones de forma abrumadora y luego construyen su mito. Sánchez ha obligado ahora al pueblo español a prescindir de sus matices, sí, y situarse a favor o en contra del muro levantado por él, y esta vez el muro es de hormigón. Tenemos en la Moncloa a una persona que enfrenta a la sociedad, la divide y luego se nutre de ese enfrentamiento levantando un poder frágil pero saturado de soberbia. Lo hace desde un pacto con los enemigos de España, pero también del Estado que garantiza la libertad y la igualdad entre las personas y los territorios.
La comparecencia del presidente del Gobierno anunciado que sigue en la presidencia, tras cinco días de reflexión, fue una burla, una obscenidad, una tomadura de pelo a los españoles que le coloca directamente, y ya sin lugar a dudas, en el polo opuesto de los que construyeron el actual sistema democrático; le coloca directamente en la penosa categoría de ser el «antiSuarez», la persona que de seguir así puede socavar los cimientos del milagro de la convivencia disfrutada durante las últimas décadas. Algunos piensan que sus días están contados. No lo tengo claro, aunque después de la última impostura el descredito ha aumentado entre sus simpatizantes y aliados. La utilización de sentimientos personales, más o menos verídicos, para su propio beneficio político es de una obscenidad escandalosa que linda directamente con el trastorno mental. No es admisible desde ningún punto de vista por más razones que se quieran esgrimir. Cuando la política hincha emocionalidades y desvirtúa el significado de las razones más poderosas, nos podemos preparar para los peores escenarios.
Porque Sánchez utiliza sin escrúpulos las grandes palabras (democracia, justicia, reconciliación, igualdad, información veraz...) y las pone a su servicio en una operación torticera cuyos resultados son los contrarios: enfrentamiento, odio, memoria selectiva, precariedad encubierta y galopante, control de la justicia, de la fiscalía, de los medios. No nos merecemos esto, el milagro de la democracia española no se lo puede permitir. Los mimbres sobre los que se construye el poder del extraño inquilino de la Moncloa son frágiles pero pueden resistir porque los protagonistas saben que tienen el mayor chollo jamás imaginado, aunque después quede una ruina, la que ellos llevan persiguiendo desde que son algo en la vida pública.
La resistencia tendrá que ser transversal, contraria a la ejercida por el autor de "Manual de resistencia",que solamente mira hacia el propio ombligo y hacia miras estrictamente personales. La resistencia, para triunfar, tendrá que tener un polo derecho y un polo izquierdo, y aquí es donde nos topamos con mayor dificultad. El cierre de filas provocado por el relato del melodrama ha sido total, y salvo algún grupo de reciente creación que reivindica el compromiso con el proyecto español desde posiciones de izquierdas, el resto de la izquierda ha cerrado filas en el momento de la mayor incertidumbre.
El rio de la política española baja lleno de mierda y el retorno a las aguas tranquilas se vuelve cada día más complejo, si es que es aún posible .Alguno estará pensando que cual es mi posición ante el asunto de Begoña Gómez, o que si considero la denuncia admitida a trámite bien fundada. Hoy hay cosas bastante más importantes que esa. En el fondo, a Sánchez lo de su mujer le ha importado lo justo. Más bien parece que después, en esa reflexión tramposa e inédita en nuestra historia reciente, pensó que había otras cosas más urgentes de las que ocuparse: como siempre él mismo y su enfermiza obsesión de poder. Alerta total porque el toro ha salido del toril con el discurso más retorcido de todos los que se podrían imaginar, ojo porque Sánchez se coloca desde hoy al frente de un bando no de un país, y reaccionario será todo aquello que discuta lo que él considera que es democracia, igualdad, libertad de prensa y justicia, aunque se levante la voz, ya forma desesperada, para defender precisamente esos valores que peligran con dinámicas como las que él alimenta desde la presidencia del Gobierno.