El aficionado se debate amargamente entre el desconsuelo de una posible retirada y la insoportable melancolía de verle agonizando por las pistas. No quiere ninguna de las dos cosas, aun sabiendo que son las dos únicas opciones plausibles. Es consciente que Nadal ya no es 'eterno', aunque lo pensó, y no quiere elegirle ni un merecido adiós ni un adiós inmerecido, doloroso, en el que las rodillas, los tobillos, las caderas o cualquiera de las mil dolencias que han ido mermando al 'dios' de la raqueta vayan haciendo ruido cada vez que intente alcanzar una pelota compleja.
El aficionado no sabe qué hacer… y el balear tampoco ayuda. Es el único que sabe realmente cómo está ese cuerpo lacerado por las cicatrices acumuladas por alguien que lleva 34 años empuñando una raqueta, desde los tres, cuando el tío Toni se la puso por vez primera en la mano. De una forma que camina entre el heroísmo y la temeridad, Nadal ha vuelto a las pistas como el 541º del mundo, un dato anecdótico, pero insólito para la única persona de la historia que ha sido 'número uno' en tres décadas diferentes (2000, 2010 y 2020). Regresó, amagó con la gloria y se volvió a romper. Un microdesgarro muscular en la zona izquierda de la cadera en los cuartos de final de Brisbane. Adiós al Abierto de Australia. Y el aficionado regresa al debate…
No hay una forma perfectamente digna de retirada. O, mejor dicho, hay muy pocas y, de entre todas ellas, la inmensa mayoría tienen más que ver con el cine que con la vida real. Irse en lo más alto es una utopía. Es mucho más habitual escuchar lo de «no puedo irme todavía. No así», incluso a deportistas con más de mil victorias y con unas ganancias acumuladas cercanas a los 125 millones de euros. El sueño de Rafa Nadal es decir, «lo dejo» desde la Philippe Chatrier, la central de Roland Garros, después de disputar la última final de su carrera, mordiendo por 15ª vez la Copa de los Mosqueteros… o quizás, un mes después, dándole un bocado a la medalla de oro de los Juegos Olímpicos, que se disputan en la capital gala y en el mismo escenario.
Rumbo a Francia
París, la ciudad donde llegó a sumar 81 victorias consecutivas, en la que ostenta un récord de 112 triunfos y solo tres derrotas, lo va a condicionar todo. A sus 37 años, sin nada que demostrar, los más cercanos al 'genio' aseguran que todavía siente el 'gusanillo' de saber si es competitivo tras un año en barbecho, pero que en el fondo está buscando una salida digna a la mejor carrera en la historia de nuestro deporte. De hecho, la frase que cierra esta página es la evidencia: volver a volar sobre esa alfombra roja que Nadal llama tierra batida es el último deseo que le pide a los dioses guardianes del tenis. Antes de que eso llegue, en Barcelona (15-21 de abril), el balear fija en el horizonte de marzo la recuperación y una exhibición ante Alcaraz en Las Vegas (día 3), Indian Wells (6 a 17) y Miami (20 a 31).
El manacorí, tan metódico en su reaparición como en la parafernalia de cada uno de sus saques o en la colocación de las frutas y bebidas de cada partido, no desea volver por volver… pero tampoco enfrentarse a ese momento en que las pelotas cada vez corren más y las piernas, cada vez menos. Quizás estos últimos raquetazos sean para el pequeño Rafa, nacido en octubre de 2022, para París como concepto, para buscar unas tablas históricas ante el mejor de todos los tiempos (30-29 pierde en el mano a mano con Djokovic) o, sencillamente, para demostrarse que todavía es el mejor competidor de la historia. Y así, quizás para siempre, el aficionado dejará de dudar.