Posee un talento magistral. Y es que es capaz de convertir un trocito de madera en un instrumento de percusión, muchos de ellos inéditos. No necesita un taller al uso, sino que sólo se basta con una mesa de salón sobre las que descansan una sierra minúscula, un cuchillo y un soldador básico para serigrafiar. No necesita mucho más. La clave está en sus manos y especialmente en la imaginación que atesora para encontrar el sonido, ya sea grave o agudo, en aquello que aparentemente parece un simple objeto.
Enrique Benítez vive la música. Es, por encima de todo, su gran «pasión». El entusiasmo por las melodías y las canciones es innato y no se conforma sólo con cantar, que lo hace muy bien, sino también con dar rienda suelta a su creatividad para ampliar la colección de instrumentos que guarda en su casa. La idea principal es «venderlos», pero «siempre termino regalándolos».
Este conquense de 77 años, recién cumplidos, cuenta con un gran abanico de creaciones, cada una con su propio nombre. El denominador común de todas es que tienen dibujos, fechas o nombres, pero por encima de todo un boceto de una lagartija, «porque me gusta mucho». Los primeros instrumentos fueron cañas, de mayor y menor tamaño. La grande mide 70 centímetros y la pequeña sólo cuatro o cinco. Usa bambú o caña para su elaboración, aunque no es tan sencillo como parece, especialmente con el primer material porque «es más duro y laborioso a la hora de trabajarlo». Enrique lima primero el palo y después hace unos cortes precisos en el mismo. El siguiente paso es crear una caja musical, teniendo en cuenta que «si la caja es más larga, tiene sonido más grave, mientras que si es más corta, el sonido es agudo». También es importante ser consciente de que, «cuanta más abertura tenga la caña, es más grave». Es fácil tocarla si se atina con la técnica de cómo cogerla bien con la mano cerrada. Ha perdido ya la cuenta de cuántas cañas ha elaborado, muchas de ellas las ha enviado a Bolivia para los niños más necesitados.
Las cañas pequeñas también las usa para dar vida a dos instrumentos más, colocadas cada una de manera escalonada o estratégicamente. Este paso da lugar a la ginebra o también la artesilla, que son dos cosas distintas, aunque puedan parecer igual. Para tocar ambos instrumentos usa la rasqueta, dando lugar a un sonido celestial. Pero no queda ahí la cosa. Enrique encontró en un cazo de tomar sopa otra posibilidad, hasta el punto de dar vida al cacito musical. «Le puse una bisagra y a funcionar», apunta. Tiene «dos notas, según la forma en la que se toque», añade.
Huesera. La elaboración fetiche llega con la huesera. En esta ocasión, sí que se requiere de más tiempo y paciencia para elaborarla. De hecho, Enrique cuenta que toma unos cuantos huesos de cordero, les quita la carne y los deja reposar durante tres meses en agua oxigenada de 110 volúmenes. Después de este tiempo, hace agujeros con una broca del seis en cada uno y pasa a unir todos con una distancia de un centímetro entre uno y otro, separados por un taco de madera. Tocarlo es sencillo porque «sólo tienes que coger las castañuelas y pasarlas por los huesos». Este llamativo instrumento tiene un valor de mercado que ronda los 90 euros, debido al «sacrificio que conlleva hacerlo».
Como no podría ser de otra forma, estas elaboraciones artesanales, que tienen todas sello propio, son elementos indispensables en los grupos folclóricos de los que forma parte Enrique, como Ronda de los Arrabales, Nueva Rondalla de San José o Ronda de los Juglares. También estuvo más de una década en Pulso y Púa. Este conquense tira también de armónica y de garganta para deleitar al público, entre otros temas, con la Romanza del Mayo de Cuenca.