La decisión de Donald Trump de aplazar 90 días los aranceles, salvo para China, ha dado un respiro a los mercados mundiales. Tras destrozar en una semana todos los manuales de economía, su extorsión al mundo entra en una nueva fase con el abrupto volantazo en su política comercial. La maniobra de la tregua, que se antoja más táctica que estratégica, busca ganar tiempo en su particular contienda con Pekín. Las presiones empresariales y la apocalíptica respuesta de los mercados bursátiles y de renta fija ante la más que posible desestabilización económica parecen haber jugado un papel crucial en esta decisión. Si la intención inicial de Trump era asustar a los inversores para que se refugiaran en la deuda estadounidense, la respuesta del mercado no fue evidentemente la esperada, con China incluso amenazando con vender sus bonos. El gigante asiático es el único que no se arredra y hasta ahora ha aceptado todos los órdagos de Trump. La UE, más abierta a dar una oportunidad a las negociaciones, suspende también por 90 días las contramedidas. Es obvio que el conflicto trasciende lo comercial y se inserta en una lucha por el dominio tecnológico y la influencia global. La rotura de viejas alianzas o las nuevas que se establezcan en este momento de ruptura de bloques económicos y políticos tendrán lecturas diferentes según quien las haga.
Por eso mismo, en este angustioso compás de espera, la visita del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, a China adquiere una especial relevancia. Su llegada a Pekín, siendo uno de los primeros líderes en hacerlo tras el recrudecimiento de la guerra arancelaria, coincide con la tregua concedida por Trump a la Unión Europea. Sánchez defiende su viaje como una oportunidad para afianzar relaciones políticas y económicas, buscando mejorar la desequilibrada balanza comercial entre ambos países. No en vano, las exportaciones españolas suponen apenas el 2% de todo lo que el país asiático le compra al mundo. Sin embargo, esta apuesta por el acercamiento a China tiene graves riesgos y más que posibles consecuencias. Desde Estados Unidos, voces como la del secretario del Tesoro ya han advertido que este acercamiento al gigante asiático podría ser para España «como cortarse el cuello».
En plena escalada de tensiones comerciales entre Estados Unidos y China, y con advertencias directas desde Washington y recelos en Bruselas, la iniciativa de Sánchez ha tornado en sumamente inoportuna y potencialmente contraproducente para los intereses de la gran mayoría de españoles, que no tienen intereses lobistas con el autoritarismo chino. De lo que podría haber sido un primer intento de abrir otras puertas si las de Estados Unidos se cierran o se vuelven harto caras, está por ver si la amenaza trumpista lo conduce al pronosticado suicidio.