Dolor a distancia. Horas «angustiosas» y días «muy tristes». Aroa Poyatos, natural de la localidad valenciana de Aldaya, ha vivido lejos de casa la catástrofe natural de la DANA. Una situación «difícil de explicar», que genera «impotencia porque no puedes hacer nada». Mientras su familia «sufría» la trágica inundación, ella cuidaba a su tía en la capital conquense. Ese es su cometido desde el pasado mes de junio y una de cada tres semanas tiene que venir a Cuenca para estar al lado de su familiar. Ahora bien, «que tu hijos y tus familiares estén viviendo algo así es tremendo y, mucho más, saber que estás lejos y no estás con ellos», resalta. Para hacerse una idea, esta mujer de Aldaya apunta que «yo he visto inundaciones, pero de esta magnitud, no».
Aún recuerda como si fuera ayer el pasado martes 29 de octubre, momento en el que se desató la locura. La tensión se desbordó «al no poder contactar con ninguno de mis familiares». La cobertura se esfumó y «no había forma de comunicarme con ellos». Son momentos «muy delicados que vives con muchísima angustia, nervios y miedo». El terror se apodera de uno. Por momentos, la televisión era su único canal de estar mínimamente al corriente de todo.
La tranquilidad, de algún modo, llegó cuando pudo hablar con su hijo, sus primos, hermanos y familiares. «Todos estaban bien, por suerte». Tuvieron que pasar horas hasta escuchar sus voces. El único mal trago es que «no dábamos con un primo que le había pillado la riada en la calle, pero gracias a Dios pudo ponerse a resguardo a tiempo».
No corrieron la misma suerte sus vehículos. «Hemos perdido todos los coches», explica Aroa. De nada sirvió dejarlos en la Plaza Europa, «zona elevada que siempre utilizamos cuando sabemos que va a llover mucho». Esta vez, «no valió para nada». Al menos, «tenemos nuestras casas porque vivimos todos en un segundo o tercer piso». No obstante, las pertenencias que había en el «bajo se ha perdido todas, como herramientas, una moto y una furgoneta de mi hermano», detalla. Tras estas pérdidas, «estamos a la espera de las ayudas que nos puedan dar, pero no sabemos aún nada».
La violencia del agua hizo mella. Esta valenciana detalla que la riada «arrancó la persiana de cuajo y las neveras, por ejemplo, aparecieron muchos metros más allá de donde vivimos, para hacerse una idea de la fuerza del agua». Y es que la lluvia no cesaba y la «marea ocupaba dos metros de altura».
El paso de los días parece calmar la situación, pero «todavía queda mucho trabajo por hacer». Su hijo, por ahora, «se alimenta de la comida que teníamos en la despensa, con alimentos no perecederos porque no tenemos nevera». Es cierto que «podría aprovechar las donaciones que se han llevado a Valencia, pero me ha comentado que prefiere dejárselo a aquellas personas que más lo necesitan». Por ahora, «se mantiene con lo que tiene». Precisamente, Aroa Poyatos manda un mensaje de «agradecimiento a todas las personas solidarias porque la ayuda que estamos recibiendo todos los afectados es abrumadora». Estamos «infinitamente agradecidos a todos los que nos están ayudando, al igual que a todos los voluntarios que están en las calles limpiando con palas, cubos, tractores, camiones, rastrillos y cualquier material». La voluntad de la gente es «extraordinaria». «No hay palabras para agradecer tanto», asegura.
Esta valenciana aún no ha podido reencontrarse con sus familiares. Es una situación «frustrante», pero es por decisión propia, «porque no quiero obstaculizar las carreteras que se están usando ahora mismo para todos los voluntarios, militares y agentes». La idea que tiene es «coger el coche e intentar irme el domingo, porque tengo además consultas médicas». No lo tiene claro, ya que «también existe la opción de que aguante un poco más aquí».
No obstante, Aroa Poyatos no se anda con los brazos cruzados en Cuenca. De hecho, trabaja horas y horas en labores de organización de todas las donaciones que están llegando al Horno Romero, gracias a la campaña que está llevando a cabo la Asociación de Peñas Mateas para recaudar alimentos, ropa y material de limpieza para enviar a Valencia. «Aquí, de alguna manera, puedo ayudar en todo lo posible para hacer llegar el máximo número de materiales y alimentos». Empaqueta y embala una caja tras otra para enviar a sus vecinos. «Es lo mínimo que puedo hacer», subraya.
Tras la tormenta, llega la calma. O esa es la esperanza que tiene Aroa Poyatos. La normalidad tardará en llegar, después de los trágicos sucesos, pero día a día empieza a verse un poco de luz. Esta valencia cuenta las horas para reencontrarse en los próximos días con sus familiares. Y es que, como es evidente, tiene «muchas ganas de abrazarlos y estar con ellos». Saber en persona «cómo están y estar ya todos juntos de nuevo». Que las llamadas continuas en estos días se conviertan en largas conversaciones. A partir de ahí, «empezar a salir hacia adelante como podamos y ver cómo podemos ayudar también a otras personas». Porque no hay duda de que «de esta situación tenemos que salir todos juntos», sentencia.