Mantener vivas las tradiciones es una forma de conectar con nuestras raíces y conservar la identidad cultural de las comunidades. El hecho de preservar estas costumbres locales, como la festividad de San Blas, se vuelve fundamental para que las nuevas generaciones comprendan el valor de lo que ha perdurado a lo largo del tiempo. Celebraciones como ésta representan un vínculo con el pasado y una oportunidad de reforzar los lazos entre vecinos, amigos y familiares en un entorno natural.
El calendario marca el 3 de febrero, un año más, y eso significa que llega la festividad de San Blas, patrón de los males de garganta. Según Marino Poves, académico de la Real Academia de las Artes y las Letras de Cuenca e hijo adoptivo de Tarancón, esta tradición tiene sus raíces en el siglo XII, tras la reconquista de la zona. «Es una fiesta con más de 800 años de historia», afirma Poves, quien destaca que en Tarancón y otras localidades próximas como Almonacid del Marquesado o Torrubia del Campo, «San Blas sigue siendo muy venerado».
En Tarancón, esta efeméride se celebra de una forma tan curiosa como apetitosa. Lo más destacado de la festividad es la costumbre de ir al campo, sobre todo a la ermita de Riánsares, situada a unos cinco kilómetros de la localidad, para disfrutar de una jornada de convivencia en la naturaleza. «El día de San Blas siempre ha sido sinónimo de campo, de comer bien y estar en comunidad», señala Marino Poves.
La comida típica que acompaña esta celebración es sencilla, pero sabrosa: tortilla, chorizo, pan redondo y naranjas, productos que, según Poves, tienen una explicación histórica detrás. El pan redondo es una de las formas tradicionales que existían antes, puesto que «era bendecido para pedir la protección de San Blas sobre las gargantas de los habitantes». La tortilla, aunque no es tan antigua, comenzó a formar parte de esta comida en tiempos más recientes, con la llegada de la patata tras la colonización de América. «El chorizo sí que se asemeja a los primeros tiempos, ya que era una forma de conservar la carne resultante de las matanzas», añade Poves.
Si bien la ermita de Riánsares fue tradicionalmente el centro neurálgico de la festividad de San Blas en Tarancón, en las últimas décadas se ha visto cómo la costumbre de acudir allí ha ido disminuyendo. En lugar de hacerlo, muchos taranconeros optan por celebrarlo en otros espacios más cercanos, como las cercas o cada uno en sus casas. Sin embargo, como señala Marino Poves, «la esencia de la festividad no ha desaparecido». A pesar de que los lugares de celebración se han diversificado, el acto de compartir la comida y la devoción sigue intactos, especialmente entre los mayores, que son los que mantienen viva la tradición de acudir a la ermita, siempre y cuando la meteorología lo permita.
A pesar de ello, San Blas es el reflejo de la importancia de preservar esas pequeñas tradiciones que conectan el pasado con el presente y fomentan la unión de los vecinos.
Una tradición casi milenaria
La festividad de San Blas en Tarancón tiene una larga tradición que ha perdurado durante siglos. A lo largo del tiempo, la celebración ha sido un pilar fundamental para la comunidad, sobreviviendo a los cambios sociales y culturales.
La festividad comenzó a celebrarse en la segunda mitad del siglo XII, tras la reconquista de la zona y la instalación del cristianismo en la región, siendo la ermita de Riánsares el lugar principal para su celebración.
Durante la Guerra Civil, la imagen de San Blas fue saqueada junto al resto, pero una vez finalizada, todas fueron restauradas, incluida la del patrón de los laringólogos y la creencia resurgió, al igual que la festividad, y así hasta el día de hoy.