Desde el 29 de octubre hemos vivido situaciones dramáticas y dantescas que han derivado en una auténtica catástrofe. Las cifras de las personas fallecidas y desaparecidas tras la DANA han sido escalofriantes, como ingentes han sido los daños causados.
Muchas familias han sufrido con impotencia la muerte de sus seres queridos, la pérdida de sus casas, sus enseres, sus negocios, sus cosechas… En definitiva, el torrente de agua que asoló valencia se llevó por delante la vida de muchas personas y los esfuerzos y el trabajo de muchos años.
Pero en medio de la tragedia, aflora lo mejor y lo peor del ser humano. Por eso, queremos mantener en la memoria la importancia de la solidaridad, esa respuesta individual y colectiva cuyo fin es ayudar a quienes lo necesitan.
Lo contrario al egoísmo.
Un comportamiento solidario es un comportamiento altruista, que consiste básicamente en intentar ayudar con generosidad y sensibilidad, sin buscar fines lucrativos o ganancias secundarias.
Puede haber conductas solidarias individuales, pero también hay una solidaridad colectiva, de equipo; que se da cuando las personas se unen para alcanzar un objetivo común.
¿Podemos afirmar que todas las personas tenemos un fondo de solidaridad, que surge en situaciones extremas?
No, no podemos afirmar que todas las personas tienen un fondo de solidaridad. Para ser solidarios hay que ser empáticos y, aunque nos cueste aceptarlo, hay personas que no sienten empatía; de la misma forma que hay personas que no tienen un mínimo de sensibilidad, que les haga conmoverse ante el sufrimiento ajeno.
La prueba es que ante lo sucedido en las localidades afectadas, algunas personas se dedicaron al pillaje y al robo.
La solidaridad, cuando se realiza en compañía de otras personas, ¿puede resultas más eficaz?, ¿más gratificante?
La solidaridad, por sí misma resulta muy gratificante, hasta el extremo que desde la psicología podemos afirmar que los comportamientos solidarios nos producen mucho bienestar y satisfacción, nos reconcilian con lo mejor de nosotros mismos; pero cuando se realizan en grupo, en compañía con otras personas, se produce como una catarsis, como una liberación de nuestras mejores emociones.
Una realidad que habrán comprobado muchas personas estos días es que cuando la solidaridad es en grupo, desaparece el cansancio y los miembros de esos equipos sienten una especie de energía desbordante, que se va retroalimentando de unos a otros con la actividad que hacen. Obviamente, cuando terminan la jornada, de repente, sienten que no tienen fuerzas ni para respirar.
¿Qué pueden hacer las personas generosas en su día a día? ¿Cómo consiguen que la solidaridad sea un hábito en su vida?
No tenemos que esperar a grandes catástrofes o situaciones límites para actuar con solidaridad.
Muchas personas se apuntan a ong's, a Cáritas, a fundaciones, sacando un tiempo extra para intentar ayudar, a veces lo hacen cuando se jubilan. En estos casos, te dicen que, además de ayudar, es un buen medio para llenar parte de su tiempo. Pero no esperemos a tener un tiempo extra para plantearnos cómo podemos tener comportamientos de solidaridad cada día, para ver cómo podemos ayudar, cómo damos lo mejor que llevamos dentro. Y, muy importante, cómo lo podemos introducir en nuestros hábitos diarios. Que forme parte de nuestras rutinas y de nuestras costumbres. Que no pase un solo día sin haber sentido la satisfacción de ayudar a alguien.
Y recordemos que ayudar también es escuchar, acompañar, comprender, animar y generar lo que la persona ha perdido: generemos esperanza y pongamos un poco de luz, en medio de tanta oscuridad.