El país se sumerge en la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. España, de punta a punta y de forma especial en algunos enclaves, vive inmersa en la celebración de una Semana Santa que, a pesar de las adversas condiciones meteorológicas para el correcto desarrollo de los desfiles procesionales, mueve infinidad de sentimientos y emociones. Casi todo el país está de vacaciones y medio, prácticamente, viajará para tomar días de respiro. Eso debería hacer que al menos entre el Jueves Santo y el Domingo de Resurrección la política española también entre en una especie de hibernación que ayude a relajar los ánimos tan crispados de las últimas semanas. Una especie de tregua en la que los partidos, a un lado y a otro del arco ideológico, rebajen sus elevadas pulsaciones. La sociedad española se lo merece, honestamente. También será una forma de tomar aire, coger fuerzas y volver a la carga –seguro lo harán– el mismo Lunes de Pascua en el que la actividad vuelva a 'rebrotar', aunque en algunas comunidades, como Cataluña, sea día festivo.
Precisamente por ahí pasa –en realidad lleva pasando desde el 23 de julio– la hoja de ruta de la política nacional. Cataluña es la clave de bóveda de todo. Mejor dicho, los poco más de 395.000 votos de Junts en esas Elecciones Generales marcan el sino de todo un Gobierno y, por extensión, de todo un país. El 'juego' de la política está así montando y los caprichos del sistema electoral tienen estas cosas... La voluntad personal de aquel al que eligen menos de 400.000 personas rige los designios de en torno a 47 millones de españoles. Se dice pronto.
Ahora la mira de unos y otros está en la cita con las urnas del próximo 12 de mayo, en las que Cataluña –y visto lo visto, España también–, se juega buena parte de su devenir. Desde el 23 de julio, los independentistas tienen claro que donde realmente se baten el cobre es en estas elecciones autonómicas, pues ya aseguraron en esa noche veraniega, con los votos todavía calientes, que la gobernabilidad del país era algo secundario, que primero estaban sus intereses. El último capítulo en este sainete de despropósitos es el recurso del Ejecutivo ante el Tribunal Constitucional en relación a la decisión de la Mesa del Parlament de admitir a trámite una iniciativa legislativa popular a favor de una declaración unilateral de independencia. Sánchez ha claudicado en todos y cada uno de los pulsos que le ha planteado el supremacismo catalán con el único fin de seguir en Moncloa. ¿Quién le puede asegurar a los españoles que este recurso no es una cortina de humo o puro fuego de artificio? Después de lo empíricamente demostrado, ¿quién puede creer que la voluntad del Gobierno es poner pie en pared ante las pretensiones de Puigdemont?