Como metáfora de ese espacio que simboliza la unión entre lo terrenal y lo divino, las catedrales son piedra y, sobre todo, vidrio. Y es que, en la capacidad de sus vitrales radica que se cree en su interior ese halo mágico que facilite la conexión mística entre el hombre y Dios.
En el caso del templo primado de la Diócesis de Cuenca, ese misticismo se recuperó hace veinte años, exactamente el 24 de abril de 1995, fecha en la que se inauguraron los nuevos transparentes de la catedral, obra de los artistas contemporáneos Gustavo Torner, Bonifacio Alfonso, Gerardo Rueda y Henri Dechanet.
Miguel Ángel Albares, director de la catedral, explica a La Tribuna cómo se gestó el proyecto, que tiene su origen en una propuesta de la cooperativa de vidrieros Vitrea, puesta en marcha por el vidriero francés Henri Dechanet en la capital conquense a partir de una escuela-taller.
Tal y como recuerda Albares, el Cabildo de la catedral acogió con buenos ojos el desarrollo de un programa de vidrieras que permitiera recuperar los vitrales que se habían perdido por las inclemencias del tiempo y los efectos de la guerra. Así, buscó el apoyo económico del Gobierno regional, que financió el proyecto con una inversión de 175 millones de las antiguas pesetas.
El programa se realizó entre 1990 y 1995, bajo el episcopado de Monseñor Guerra Campos (1973-1996), siendo el primer asunto a tener en cuenta el diseño de los vitrales. Albares informa en este sentido que la decisión del Cabildo fue desde un primer momento la de no imitar bocetos antiguos, por lo que decidió abrir un concurso en el que pudieran participar los artistas contemporáneos que, por aquel entonces, se movían por la ciudad. «Los responsables de la Diócesis consideraron que la catedral, como muestra de estilos de diferentes épocas, también podía acoger el arte del siglo XX», asevera Albares.
El Cabildo dio cabida en el proyecto a muchos artistas, a los que se les dio libertad creativa con el único requisito de que «las vidrieras fueran un vehículo para resaltar la suntuosidad del templo y animar al recogimiento y la reflexión». Finalmente, los que aceptaron participar fueron Gustavo Torner, Bonifacio Alfonso, Gerardo Rueda y Henri Dechanet.
Tras la aprobación de los bocetos por parte del Obispado, el Cabildo y la Comisión de Patrimonio Histórico de Cuenca, se definió la gama cromática y se encargó su ejecución a Vitrea, que adquirió los vidrios en la prestigiosa fábrica francesa de Saint Just.
Aquí comenzó el trabajo en el taller, que continuó con el traslado de los bocetos a los vitrales con plantillas a tamaño real, el coloreado, el emplomado y la colocación. Ésta última, bajo la dirección del arquitecto Magín Ruiz de Albornoz.
El director de la catedral recuerda que la supervisión de los artistas al trabajo fue «exhaustiva», llegando algunos de ellos a trabajar directamente sobre el vidrio una vez colocado.
Los artistas. Gustavo Torner (Cuenca, 1925), miembro destacado del grupo de Cuenca y fundador del Museo de Arte Abstracto junto con Fernando Zóbel y Gerardo Rueda, diseñó quince vidrieras que se encuentran situadas en el Altar Mayor -una en el centro, siete en el lado de la epístola y siete en el lado del evangelio-, así como cinco vitrales y el rosetón de la nave derecha.
Torner desarrolló un programa iconográfico con formas abstractas en tonos ocres con referencias conceptuales tanto a la ciencia como a la teología. El tema escogido por el artista como programa de sus diseños fue la Creación, y así en sus vitrales destacan alusiones al Big Bang, a la cadena de ADN y a las lenguas de fuego de Pentecostés.
Por lo que se refiere a las cinco vidrieras y los vitrales del rosetón de la nave derecha, Albares explica que los dos vitrales ubicados sobre las laudas presentan franjas horizontales sin círculos y unas líneas verticales a modo de nervios que simbolizan la subida de las almas al cielo. Mientras que, en las tres vidrieras restantes y el rosetón, donde aparecen círculos amarillos que, surcados por nervios verticales son cada vez más numerosos a medida que ascienden, se simboliza a Jesucristo -representado por el rosetón- y la Creación, entendida como obra de arte de Dios que retorna al Ser Supremo.
Entre otras obras, para hacer las vidrieras Torner se inspiró en el mural del pintor expresionista Munch en la Universidad de Oslo, en la catedral de York; y en la capilla de Saint-Marie du Rosaire en Vence (Francia), de la que copio la fórmula de Matisse para transformar la luz en aire coloreado.
Los estudios de la luz realizados por Torner en el templo fueron tan minuciosos, que las tonalidades del vidrio en el lado del evangelio de la Capilla Mayor son cuatro puntos más claros que en la parte sur, donde se produce una menor insolación.
Gerardo Rueda (Madrid,1926-1996) fue el artífice de los doce vitrales circulares del triforio, en los que se recogen referencias alegóricas a algunos poemas de Dante. En sus creaciones se aprecia una reflexión sobre el proceso que lleva desde la materia hasta el espíritu mediante el arte.
En sus vidrieras aparecen formas abstractas de tonos intensos (amarillo, naranja, verde, azul, etcétera) que, proyectadas sobre los muros, crean un juego de haces de luz y color en el interior del templo.
Bonifacio Alfonso Gómez (San Sebastián, 1933-2011) dejó plasmado su abstracción informalista en las vidrieras de la catedral de Cuenca, para las que hizo veinticuatro vitrales repartidos en la fachada de poniente (cinco), la parte norte (siete desde la entrada hasta la capilla de los Caballeros y dos en la capilla Muñoz), y la parte sur (un rosetón en el arranque de la nave, cuatro en la capilla del Pilar, tres en la capilla de los Apóstoles y dos en la capilla de San Antolín).
Bonifacio basó su programa en el Génesis, y fue el único artistas que, una vez esmaltados los vidrios, los repintó.
Además de dirigir Vitrea, la cooperativa encargada del proyecto, Henri Dechanet (Meknés, 1930) tomó parte en el diseño de algunos vitrales. En concreto, de treinta, que se reparten en la capilla de los Caballeros (cuatro), la girola (once), la capilla de Santiago (dos), la capilla del Panteón (uno), la capilla de la Virgen del Socorro (dos), la capilla Honda o del Sagrado Corazón de Jesús (dos) y en la capilla del Sagrario (ocho).
En todas ellas tomó como fundamento la palabra divina e ideó motivos como el de la Glorificación, ejecutándolas con curvas y círculos de colores variados que van del blanco al negro, pasando por el amarillo, el verde o el azul.
División de opiniones. Bajo el programa de vidrieras de la catedral, Torner, Rueda, Bonifacio y Dechanet intervinieron sobre un total de 400 metros cuadrados de vitrales, que fueron inaugurados el 24 de abril de 1995 con la presencia del obispo de la Diócesis, José Guerra Campos; el presidente de la Junta de Comunidades, José Bono; y el alcalde de la ciudad, José Manuel Martínez Cenzano.
Como muchas de las intervenciones que sobre el patrimonio se realizan en Cuenca, las vidrieras de la catedral fueron muy discutidas en su momento. Un debate que, sólo la perspectiva del tiempo ha conseguido silenciar para determinar, veinte años después, su acierto.
Con motivo de la efemérides, la Semana de Música Religiosa organizará la exposición Torner Entrópico [Obras entre 1955-1992] en las salas de exposiciones de la catedral entre el 31 de marzo y el 17 de mayo.
Reminiscencias. La catedral de Cuenca sólo conserva actualmente cinco vidrieras antiguas, la del rosetón norte que corona el arco de Jamete y cuatro en la capilla de los Caballeros.
La del rosetón del arco de Jamete representa con vidrios de rica policromía el árbol de Jessé, simbolizando la generación temporal de Cristo. Es obra del vidriero Giraldo de Holanda del siglo XVI, al que le pagaron 1.929 maravedíes por su realización.
Por su parte, de las cuatro que se conservan en la capilla de los Caballeros, dos dan hacia la girola y dos hacia la nave. Todas ellas se remontan a los últimos años de la Edad Media y son de tipo Suizo, no habiendo referencias sobre su autor.
Por lo que se conoce de los antiguos vitrales, el del rosetón central fue concebido por Regiones Devastadas en 1942, representando el Apostolado.
En la vidriera del rosetón sur, que se encontraba en pésimo estado, se identificaron fragmentos del siglo XIV; mientras que en la Capilla Mayor se localizaba el vitral de San Julián que actualmente se conserva en el Museo Diocesano.